(…) qué inmenso error utilizar a Dios para tapar los agujeros de nuestra ignorancia. Allá donde nos falta la explicación, colocamos a Dios para que nos resuelva el hueco. Y así, a medida que se amplían las fronteras de nuestro conocimiento, Dios va perdiendo terreno. Hay que buscar a Dios en lo que conocemos, no en lo que ignoramos, en el problema resuelto, no en la cuestión pendiente. Y me refiero tanto a problemas científicos como al dolor o a la muerte. Si sólo nos interesa Dios como solucionador de problemas, posiblemente pronto le habremos dejado fuera del mapa. (…) Qué absurdo decir que el cristianismo tiene las respuestas. Las respuestas debemos buscarlas nosotros con todas nuestras capacidades. Y a Dios hacerle sitio en medio de la vida y de la acción!
El día en que convertimos a Dios en salvador de desesperados y solucionador de conflictos, impedimos el acceso hacia Él a aquellos que vivían sin todas esas dificultades. Dentro de esa lógica, si un hombre no conseguía comprender que su felicidad era una condena, que su salud era enfermedad y su vitalidad una desesperación, nuestro dios no tenía sitio en su vida.
Insisten en afirmar que el rasgo diferenciador del cristianismo es la proclamación de la resurrección, entendiendo ésta para después de la muerte: salvación de nuestras necesidades y de nuestros temores, salvación de la muerte en un mundo mejor de ultratumba. ¿Es esa la resurrección de la que habla el Evangelio? Estoy seguro de que no. La esperanza de resurrección del Evangelio es la que devuelve al hombre al seno de la vida, en esta tierra, de una manera enteramente nueva. (…) Jesús no llama a los hombres a una nueva religión, los llama a la vida. Ser cristiano no quiere decir tener unas determinadas costumbres religiosas o practicar algún tipo especial de ascetismo. Ser cristiano quiere decir ser un hombre!
(Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), teólogo evangelista alemán. Murió ejecutado en el campo de concentración de Flossenbürg. Fragmentos de: Cartas desde la prisión)