Espiritualidad sin creencias (la vanguardia artículo)
La nueva espiritualidad. Espiritualidad sin creencias.
M. CORBI – 13/06/2001
La necesidad de una nueva espiritualidad no arranca de un deseo de novedades sino de las transformaciones de las sociedades industriales en Occidente. En pocos años la sociedad ha tomado conciencia de que hemos entrado en una nueva trama cultural: la de la sociedades postindustriales de conocimiento. Son sociedades que tienden a vivir de la creación continua de conocimientos y tecnologías y, en consecuencia, de nuevas formas de trabajar, de organización, cohesión y valores colectivos. En este tipo de sociedades que viven y prosperan por la innovación, todo se mueve continuamente en todos los niveles de la vida. Su organización y cohesión no puede conseguirse por la sumisión y la subordinación porque dañaría la creatividad de los individuos y la intensa comunicación e intercambio de información que se requiere.
Por sus características, estas sociedades no se pueden fundamentar en creencias y sumisiones porque eso bloquearía el cambio y la creatividad, sino en proyectos libremente creados y asumidos voluntariamente. En sociedades así no son viables las creencias, ni religiosas ni laicas. Todavía nos quedan creencias y sumisiones porque la nueva sociedad está sólo en sus inicios, pero en la medida que se afianza y generaliza, las creencias, sean del tipo que sean, pierden terreno y prestigio. Esta pérdida no es hija de la infidelidad o de la maldad, sino de los cambios que se están provocando y que no tendrán marcha atrás.
Lo que se llamaba «espiritualidad» estaba ligado a formas religiosas articuladas entorno a creencias y sumisiones. ¿Cómo se puede cultivar la espiritualidad cuando para vivir hay que abandonar las creencias? Si el legado religioso fuera inseparable de las creencias, aunque sólo fuera de unas pocas y centrales, tendríamos que aceptar darlo por caducado. Si es separable de creencias y sumisiones, ¿qué es ese legado? ¿En qué consistiría hoy la espiritualidad?
Para saberlo habrá que leer las tradiciones religiosas, sabiendo que de ellas podremos tomar lo que sea, pero no creencias. Si se releen las grandes tradiciones desde esta perspectiva se advierte enseguida que todas ellas coinciden en una enseñanza fundamental: dicen que «hay otro acceso a la realidad» y que se consigue desde el silencio de la perspectiva egocentrada del funcionamiento de nuestras facultades, interesada primariamente por uno mismo. Nos invitan a que, en estado de silencio interior y en completa alerta, observemos todo lo que nos rodea y a nosotros mismos.
Y dicen los maestros de la vida espiritual que ese silencio de la egocentración y de la necesidad quiebra la dualidad que es la base de la experiencia de los vivientes. Como seres necesitados que somos, hacemos una lectura de la realidad en la que nos contraponemos como «sujetos» de carencias y de acción frente a «un medio como campo» donde satisfacer esas necesidades. Todo viviente se interpreta en esa dualidad fundamental y nosotros estamos también sometidos a esa ley. Pero esa dualidad no es lo que realmente hay, es sólo lo que los vivientes necesitados requerimos ver para sobrevivir. El silencio disuelve esa dualidad y nos conduce a la experiencia de lo que hay, «eso no dual». Todos los seres somos olas de un mismo mar; no somos seres venidos a este mundo que deben partir; somos esa misma realidad «no dual». El mundo de realidades resultado de la lectura que hacemos desde la egocentración y la dualidad no es lo que hay; eso sólo está en nuestra mente.
Por consiguiente, para el cultivo del silencio y el acceso a las dimensiones a las que da acceso, no se requieren creencias. Todas las tradiciones y sus grandes textos hablan de «esa otra dimensión» a la que da acceso el silencio; incitan a ella, la expresan según sus categorías culturales, proporcionan medios, métodos para acceder a ella. Eso es lo único que las nuevas sociedades pueden tomar de las tradiciones. Todas expresan lo que es el conocer y sentir desde el silencio y desde el más allá de la dualidad. Incitan a emprender ese camino con argumentos, narraciones, símbolos y mitos. Muestran la manera de iniciar el camino, cómo recorrerlo, los métodos convenientes, los errores que evitar, las desviaciones que hay que obviar.
Cuando las tradiciones religiosas no se presentan como sistemas de creencias sino como propuestas de camino al silencio, vamos a parar a un ecumenismo completo. Las tradiciones se oponían cuando se sustentaban e identificaban con creencias; cuando se centran en el camino interior, ya no se oponen, se ayudan, van a lo mismo aunque no se confundan unas tradiciones con otras ni se mezclen. Ahora, en una sociedad global, todas las tradiciones religiosas de la humanidad son la herencia de todos, no hay más «lo nuestro» y «lo de ellos».
Desde esta perspectiva de silencio, las tradiciones hacen una oferta a las nuevas sociedades, una oferta profunda, rica y enormemente desnuda: no proponen nada que creer, ni nada que practicar, no imponen ninguna organización, no pretenden reivindicar un proyecto fijo de vida, no predican ningún exclusivismo, huyen de toda sacralización y absolutización, no postulan ningún poder, ofrecen la inmediatez directa del conocer y del sentir, la ida completa a las cosas, la escucha total, el interés incondicional por toda realidad, la completa acogida de todo y «el acceso a «eso no dual»» al que se le pueden dar diversos nombres.
En nuestra época, la oferta de las tradiciones se presenta desnuda porque es silenciosa y olvidada de sí.
MARIÀ CORBÍ, director del Centro para el Estudio de las Tradiciones Religiosas