«El tiempo no es oro; el tiempo es vida»
A primeros de abril moría José Luís Sampedro, economista y novelista. Se ha apagado la voz de un escritor y humanista que no perdió ocasión para denunciar injusticias. Reproducimos aquí algún fragmento del libro Escribir es vivir así como algunas frases suyas aparecidas en prensa recientemente. Y, finalmente, su prólogo a la obra de Stephane Hessel ¡Indignaos!
Algunas frases de Sampedro:
Deberíamos vivir tantas veces como los árboles, que pasado un año malo echan nuevas hojas y vuelven a empezar.
Uno escribe a base de ser un minero de sí mismo.
Hay dos clases de economistas; los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres.
Siempre se puede, cuando se quiere.
El tiempo no es oro; el tiempo es vida.
Porque es tocando fondo, aunque sea en la amargura y la degradación, donde uno llega a saber quién es, y donde entonces empieza a pisar firme.
Qué importa mi boca cerrada, ¡cuando piensas con el alma te oyen!.
El sistema está roto y perdido, por eso tenéis futuro.
Yo no digo que lo pasado sea lo mejor. Digo que el capitalismo en su momento fue naciente, pero ahora es insostenible. La mejor definición de su decadencia la dio Bush. Dijo: “he suspendido las reglas del mercado para salvar al mercado”. Es decir, el mercado es incompatible con sus propias reglas.
Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe.
El sistema ha organizado un casino para que ganen siempre los mismos.
Lo que más me ha impresionado de este siglo XX que finaliza es la estupidez y la brutalidad humanas.
Es asombroso que la humanidad todavía no sepa vivir en paz. Que palabras como “competitividad” sean las que mandan frente a palabras como “convivencia”.
Este mundo está traicionando a la vida.
El día que se nace uno se empieza un poco a morir. Estamos acostumbrados a ver la muerte como algo negativo, y yo estoy tan cerca que no puedo dejar de pensar en este asunto. pero pienso con alegría vital. Lo que no nos enseñan es que el día que se nace se empieza uno a morir, y la muerte nos acompaña cada día.
Nos educan para ser productores y consumidores, no para ser hombres libres.
De las páginas autobiográficas Escribir es vivir (Areté, 2005):
Más que una visión clara uno tiene intuiciones por las que se va guiando y más que saber lo que se es y lo que se debe ser, uno va sabiendo lo que no es, lo que no debe o no quiere ser. A lo largo de mi vida siempre he tenido más claro lo que NO quería y lo que NO debía, y es a partir de esos rechazos como he ido llegando a lo que soy o creo ser. (p.62)
Yo me levantaba a las cuatro de la mañana porque era la hora en que ni yo molestaba a nadie ni a mí me molestaban, la hora en la que no suena el teléfono y, en mi caso, la hora a la que pasan las ideas. Ya saben ustedes que cuando pasan las ideas hay que estar ahí. Ese es otro consejo que puedo darles: las ideas o se cogen o se pierden. De modo que estén ustedes alerta y cuando tengan una idea no la dejen escapar. Por eso, ahora que ya no tengo que ir ni a la oficina ni a la universidad, ni estoy sujeto a horarios, sigo madrugando para estar ahí cuando pase la idea. (p. 64)
Nunca he olvidado una lección de Ignacio Zuloaga. Zuloaga era entonces un pintor reconocido (…) era una firma cotizada (…) vamos, era lo que se dice una figura internacional. Pues bien, un entrevistador jovenzuelo con desparpajo le formula la siguiente pregunta para una de las revistas literarias de la época: “¿Cuáles son sus preocupaciones estéticas actuales, maestro?”. A lo que Zuloaga responde: “Pues trabajar mucho”. A mí, aquella lección de estética y humildad me impresionó mucho. La hice mía y a lo largo de mi trayectoria he procurado siempre ponerla en práctica y quiero resaltárselo aquí a ustedes. ¿Se percatan de la grandeza de la respuesta, de todo lo que refleja ese contraste entre la grandilocuencia del joven queriendo abarcar el universo entero y la humildad serena del creador con mucho esfuerzo y trabajo invertido en su arte? (p. 141)
Mi Credo personal
Creo en la Vida, Madre Omnipotente,
creadora de los cielos y la Tierra.
Creo en el Hombre, su hijo adelantado,
concebido en creciente evolución,
progresando a pesar de los Pilatos
que inventaron sus dogmas reaccionarios
para aplastar la Vida y sepultarla.
Pero la Vida siempre resucita
y el Hombre sigue en marcha hacia el futuro.
Creo en los horizontes del Espíritu
y en la energía cósmica del mundo,
creo en la Humanidad siempre adelante.
Creo en la Vida perdurable. Amén. (p.264)
Prólogo de José Luis Sampedro en “¡Indignaos!” de Stéphane Hessel
Yo también nací en 1917. Yo también estoy indignado. También viví una guerra. También soporté una dictadura. Al igual que a Stéphane Hessel, me escandaliza e indigna la situación de Palestina y la bárbara invasión de Irak. Podría aportar más detalles, pero la edad y la época bastan para mostrar que nuestras vivencias han sucedido en el mismo mundo. Hablamos en la misma onda. Comparto sus ideas y me hace feliz poder presentar en España el llamamiento de este brillante héroe de la Resistencia francesa, posteriormente diplomático en activo en muchas misiones de interés, siempre a favor de la paz y la justicia.
¡INDIGNAOS! Un grito, un toque de clarín que interrumpe el tráfico callejero y obliga a levantar la vista a los reunidos en la plaza. Como la sirena que anunciaba la cercanía de aquellos bombarderos: una alerta para no bajar la guardia.
Al principio sorprende. ¿Qué pasa? ¿De qué nos alertan? El mundo gira como cada día. Vivimos en democracia, en el estado de bienestar de nuestra maravillosa civilización occidental. Aquí no hay guerra, no hay ocupación. Esto es Europa, cuna de culturas. Sí, ése es el escenario y su decorado. Pero ¿de verdad estamos en una democracia? ¿De verdad bajo ese nombre gobiernan los pueblos de muchos países? ¿O hace tiempo que se ha evolucionado de otro modo?
Actualmente en Europa y fuera de ella, los financieros, culpables indiscutibles de la crisis, han salvado ya el bache y prosiguen su vida como siempre sin grandes pérdidas. En cambio, sus víctimas no han recuperado el trabajo ni su nivel de ingresos. El autor de este libro recuerda cómo los primeros programas económicos de Francia después de la segunda guerra mundial incluían la nacionalización de la banca, aunque después, en épocas de bonanza, se fue rectificando. En cambio ahora, la culpabilidad del sector financiero en esta gran crisis no sólo no ha conducido a ello; ni siquiera se ha planteado la supresión de mecanismos y operaciones de alto riesgo. No se eliminan los paraísos fiscales ni se acometen reformas importantes del sistema. Los financieros apenas han soportado las consecuencias de sus desafueros. Es decir, el dinero y sus dueños tienen más poder que los gobiernos. Como dice Hessel, «el poder del dinero nunca había sido tan grande, insolente, egoísta con todos, desde sus propios siervos hasta las más altas esferas del Estado. Los bancos, privatizados, se preocupan en primer lugar de sus dividendos, y de los altísimos sueldos de sus dirigentes, pero no del interés general»
¡INDIGNAOS!, les dice Hessel a los jóvenes, porque de la indignación nace la voluntad de compromiso con la historia. De la indignación nació la Resistencia contra el nazismo y de la indignación tiene que salir hoy la resistencia contra la dictadura de los mercados. Debemos resistirnos a que la carrera por el dinero domine nuestras vidas. Hessel reconoce que para un joven de su época indignarse y resistirse fue más claro, aunque no más fácil, porque la invasión del país por tropas fascistas es más evidente que la dictadura del entramado financiero internacional. El nazismo fue vencido por la indignación de muchos, pero el peligro totalitario en sus múltiples variantes no ha desaparecido. Ni en aspectos tan burdos como los campos de concentración (Guantánamo, Abu Ghraib), muros, vallas, ataques preventivos y «lucha contra el terrorismo» en lugares geoestratégicos, ni en otros mucho más sofisticados y tecnificados como la mal llamada globalización financiera.
¡INDIGNAOS!, repite Hessel a los jóvenes. Les recuerda los logros de la segunda mitad del siglo XX en el terreno de los derechos humanos, la implantación de la Seguridad Social, los avances del estado de bienestar, al tiempo que les señala los actuales retrocesos. Los brutales atentados del 11S en Nueva York y las desastrosas acciones emprendidas por Estados Unidos como respuesta a los mismos, están marcando el camino inverso. Un camino que en la primera década de este siglo XXI se está recorriendo a una velocidad alarmante. De ahí la alerta de Hessel a los jóvenes. Con su grito les está diciendo: «Chicos, cuidado, hemos luchado por conseguir lo que tenéis, ahora os toca a vosotros defenderlo, mantenerlo y mejorarlo; no permitáis que os lo arrebaten».
¡INDIGNAOS! Luchad, para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial. Para distinguir entre opinión pública y opinión mediática, para no sucumbir al engaño propagandístico. «Los medios de comunicación están en manos de la gente pudiente», señala Hessel. Y yo añado: ¿quién es la gente pudiente? Los que se han apoderado de lo que es de todos. Y como es de todos, es nuestro derecho y nuestro deber recuperarlo al servicio de nuestra libertad.
No siempre es fácil saber quién manda en realidad, ni cómo defendernos del atropello. Ahora no se trata de empuñar las armas contra el invasor ni de hacer descarrilar un tren. El terrorismo no es la vía adecuada contra el totalitarismo actual, más sofisticado que el de los bombarderos nazis. Hoy se trata de no sucumbir bajo el huracán destructor del «siempre más», del consumismo voraz y de la distracción mediática mientras nos aplican los recortes.
¡INDIGNAOS!, sin violencia. Hessel nos incita a la insurrección pacífica evocando figuras como Mandela o Martin Luther Kingo. Yo añadiría el ejemplo de Gandhi, asesinado precisamente en 1948, año de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de cuya redacción fue partícipe el propio Hessel. Como cantara Raimon contra la dictadura: Digamos NO. Negaos. Actuad. Para empezar, ¡INDIGNAOS!