El cultivo de la cualidad humana profunda
Nos proponemos dar una fundamentación laica, sin creencias ni religiones, a lo que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad”, y que nosotros llamaremos “cualidad humana” y “cualidad humana profunda”, porque nuestra antropología ya no es una antropología de cuerpo y espíritu. ¿Qué sería, pues, eso que nuestros antepasados llamaron espiritualidad?
EL CULTIVO DE LA CUALIDAD HUMANA Y DE LA CUALIDAD HUMANA PROFUNDA
Marià Corbí
¿Qué es eso que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad”?
Nos proponemos dar una fundamentación laica, sin creencias ni religiones, a lo que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad”, y que nosotros llamaremos “cualidad humana” y “cualidad humana profunda”, porque nuestra antropología ya no es una antropología de cuerpo y espíritu.
¿Qué es eso que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad?
En una sociedad como la nuestra que no puede ser creyente ni religiosa, “la espiritualidad”, si se refiere a algo real, tiene que referirse a un peculiar uso de nuestras facultades de conocer, de sentir y de actuar.
¿Cómo plantear lo que nuestros antepasados llamaron “espiritualidad” o lo que la tradición cristiana llamó también “salvación”, si es que corresponde a fenómenos reales, en una sociedad sin creencias, sin religiones y sin dioses?
Hay que dar respuesta a esta pregunta, teniendo explícitamente en cuenta la pluralidad de tradiciones religiosas en las que ese fenómeno se presenta, aunque adopte diferentes nombres.
Nuestro punto de partida no puede ser, por razones obvias, ni creyente, ni religioso, tendrá que ser antropológico, epistemológico, cultural y social.
¿Qué hay en la estructura humana, en la estructura de su conocer y sentir e, incluso, en su estructura social para que se generare ese tipo de fenómenos que nuestros antepasados interpretaron como “espiritualidad”?
¿Fue sólo consecuencia de la forma mitológica, simbólica y ritual de pensar, sentir?
En otros lugares hemos expuesto, con detalle, que los mitos y símbolos no pretenden explicar la realidad, sino modelarla, a fin de que sea vivible y manejable en unas condiciones determinadas de forma preindustrial de vivir en el medio. Los mitos y símbolos, con sus metáforas centrales o paradigmas, y con sus desarrollos en mitologías completas, eran sistemas de socialización, sistemas de programación de un colectivo, para un tipo de vida determinado.
Por consiguiente, lo que nuestros antepasados llamaban espiritualidad no era consecuencia de su forma mítica de pensar y sentir, sino que sus afirmaciones religiosas y espirituales modelaban, también, una cierta dimensión de lo real.
¿Qué dimensiones eran esas que los mitos y símbolos modelaban y, modelándolas, las interpretaban como entidades reales, de acuerdo con la epistemología mítica, que da por real lo que los mitos, símbolos y rituales afirman?
¿Fue sólo una secuela del sistema mítico-simbólico de programación colectiva?
El hecho de que los sistemas mítico-simbólicos de programación colectiva, propios de las sociedades preindustriales, hablen de antepasados sagrados, dioses y espíritus, nos indica que se ven necesitados a modelar ciertas dimensiones de su existir.
Ese es el dato que los mitos y símbolos nos proporcionan y que debemos tener en cuenta. Las figuración que construyen de ese dato, que se ven precisados a modelar, y la interpretación epistemológica que hacen de los términos de esa modelación, eso sí es consecuencia de su forma mítica de pensar y sentir; no lo es, en cambio, la manera de ser y la naturaleza de esa otra dimensión de la que hablan.
El hecho de que esa dimensión, que nos proponemos investigar, estuviera modelada por una forma mítico-simbólica de socialización y programación colectiva, le imponía unas formas de presentarse y una epistemología, que no podemos considerar adecuadas para nosotros, que ya no vivimos en sociedades preindustriales, ni tenemos unos sistemas mítico-simbólicas de socialización y programación, ni, por consiguiente, una epistemología mítica.
¿Fue sólo fruto de la necesidad precientífica de explicar lo real?
Los mitos y símbolos no pretendían explicar la realidad, sino modelarla para poder vivir en ella, aunque, luego, en la conciencia de los individuos y del grupo, se interpretara y viviera esa modelación (que debía funcionar como sistema de programación colectiva para vivir), como una interpretación y una descripción de la realidad.
No pretendían, como incluso pretendió después la ciencia durante largo tiempo, hacer una interpretación de la realidad, sino una modelarla. Eso significa que lo que no se topaban en su vivir, no tenían por qué modelarlo. Si no se hubieran topado con esa peculiar dimensión que llamaron “espiritualidad”, no la hubieran modelado, y hubieran interpretado esa “no modelación” como la interpretación válida de la realidad.
¿Fue sólo una necesidad del poder para controlar la sociedad?
La religión y la espiritualidad no las inventó el poder para controlar y dominar, sino que utilizó lo que la modelación mítica le ofrecía para controlar y dominar; en el caso que tratamos, el poder utilizó a la religión e incluso a la espiritualidad para sus fines.
El poder puede utilizar la religión, pero no la necesita. En el siglo XX hemos tenido experiencia de sistemas de poder muy duros y dictatoriales, sin base religiosa ni espiritual.
Por todo lo dicho, lo coherente es pensar que nuestros antepasados preindustriales se toparon con ciertas dimensiones del uso de nuestras facultades que se vieron necesitados a modelar para poder vivir contando con ellas. Ese es un hecho del que tenemos que dar cuenta, porque quizás nos jugamos mucho en ello. El modo de su modelación y la interpretación epistemológica que esa modelación generó, es la forma como ellos tuvieron que vivirlo, no como tendremos que vivirlo e interpretarlo nosotros.
¿Qué dimensión del existir humano es esa, que ellos vivieron como religión y como espiritualidad? ¿Qué tipo de conocer y sentir es ese? ¿Qué tipo de compromisos y acciones desencadena? ¿Qué supone esa dimensión, que por la constancia con que se presentó, parece ser intrínseca a nuestra especie? ¿Qué supone esa dimensión para nuestros sistemas de socialización y programación colectiva? ¿Qué dimensiones son esas que debiera tener en cuenta nuestra cultura, en sus construcciones, si es que no se quiere traicionarse a sí misma, si es que no quiere deformar los rasgos esenciales de nuestro linaje de animales que hablan?
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