10. El COLOQUIO DE LOS PÁJAROS de FARID UDDIN ATTAR
a cargo de Montse Cucarull, Marta Granés y Marià Corbí
Farid Uddin Attar fue un gran poeta y pensador persa del siglo XIII, en esta obra realizó un estudio sobre las actitudes de aquellos que desde algún grado de descontento con lo que les toca vivir han pensado en buscar una condición humana plena. Pone de manifiesto los lazos que los retienen y les impide su propósito.
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Cada sesión combina dos actividades independientes y complementarias entre sí:
De 18:45 a 19:30 h .: práctica de silencio, entorno a algún fragmento del texto.
De 19:30 a 20:45 h .: lectura comentada del texto. Se puede participar sólo en una de las dos actividades.
Del 9 de octubre al 21 de mayo
15 martes, quincenalmente,
de 19:45 a 20:45 h.
Aportación: 180 € (fraccionable)
EL COLOQUIO DE LOS PÁJAROS
de Farid al Din Attar
Madrid, Ed. Sufí, 2003.
El coloquio de los pájaros, es considerada la más grande de las obras de Farid Uddin Attar, uno de los más grandes poetas y místicos sufíes de todos los tiempos. Persa de la segunda mitad del siglo XII ha sido muy influyente, hasta el mismo Rumí se declara como un seguidor suyo.
Abordaremos el texto como un exponente conocedor de la forma de ser humana y de las actitudes que como humanos arraigados en la necesidad nos presentan como trampas que nos impiden la indagación de la dimensión gratuita de la realidad.
Veremos que su lenguaje, alejado en el tiempo y en los moldes culturales de nosotros, no resulta ningún impedimento para comprender lo que está apuntando. Señala actitudes nuestras que ralentizan hasta impedir nuestro interés hacia esta otra manera de ver la dimensión de la realidad no relativa a nosotros.
Cada una de las diferentes actitudes las simboliza con un pájaro concreto. En todas las aves hay anhelo por penetrar esta dimensión de la realidad. Todas ellas proyectan esta dimensión fuera de ellas mismas. Todas inician la indagación pero se topan con impedimentos propios que las detienen.
Un fragmento:
El ruiseñor
Presentóse primero el enamoradizo ruiseñor; por el exceso de su pasión estaba fuera de sí. Y en cada uno de los mil tonos de su cantó, expresaba un sentir; y en cada uno de esos diversos sentidos estaba encerrado un mundo de secretos. Celebró, pues, los secretos del misterio, a tal punto que le cerró el pico a todos los otros pájaros. «Conozco los secretos del amor», toda la noche entono mis cantos de amor. ¿No hay acaso algún otro desgraciado como David, a quien yo pueda cantar melancólicos salmos de amor? Es imitando mi canto como la flauta gime y el laúd pareciera hacer oír lamentos. Dejo sobrecogidos tanto a los rosales como al corazón de los amantes. Enseño incesantemente nuevos misterios; a cada instante repito nuevamente tristes gorjeos. Cuando el amor me violenta, hago escuchar un ruido semejante a las olas del mar. Cualquiera que me escucha pierde la razón, quédase como ebrio, aun si logra de ordinario dominarse. Cuando me privan de la presencia de mi querida rosa durante largo tiempo, la desolación resultante hace cesar mis trinos reveladores de secretos. Y cuando la rosa exhala su suave perfume, al comienzo de la primavera, le abro dichoso mi corazón, y por su feliz acción mis penas cesan; pero enmudece el ruiseñor cuando su bienamada no está presente. Mis secretos no son conocidos por todo el mundo, pero la rosa los conoce de verdad. Sumergido totalmente en el amor de la rosa, ni siquiera pienso en mi propia existencia; mi mira es esta rosa y no deseo para mí, más que esta rosa bermeja. Llegar al Simurg está por encima de mis fuerzas; bástale al ruiseñor el amor de la rosa. Es por; mí por lo que ella florece con sus cien pétalos; ¿acaso puedo yo, ser despojado de ella? La rosa que se abre hoy plena de deseos por mí, me sonríe alegremente.
Cuando se muestra a mí bajo su velo, veo con toda; evidencia su sonrisa. ¿Podría acaso el ruiseñor permanecer una sola noche privado del amor de algo tan encantador?» . Díjole la abubilla al ruiseñor: «¡Oh tú que te has quedado a la zaga, atento sólo a la forma exterior de las cosas! Cesa de complacerte en ese cómplice apego. ¡La seducción del rostro encantador de la rosa, ha hincado en tu corazón tantas espinas! Él te ha dominado por su acción. Aunque la rosa sea bella, su frescura se marchita en una semana. Así el amor de una cosa tan perecedera no debe provocar más que desengaño en la gente perfecta. Si la sonrisa de la rosa excita tus deseos, es para atraerte noche y día al llanto y a los gemidos. Abandona pues la rosa y avergüénzate, pues en: cada nueva primavera ella se ríe de ti sin sonreírte».