[…] YHVH es sinónimo de libertad. Es el preámbulo de las diez Palabras (en hebreo este pasaje no se conoce como «mandamientos», dibrot significa palabras, no mandamientos) no leemos «no tengas más Dios que Dios» si no «no hay otro Dios (Elohim)». No es una orden, es una proposición, la indicación de un camino, de una dirección, de un proyecto: camino de liberación. Somos esclavos de la imagen que nos hacemos de Dios, y, antes que nada, esclavos de la imagen que nos hacemos de nosotros mismos. En el Uno no hay dos, no hay nada fuera del Uno. La libertad es exigente. No tener más Elohim que YHVH apunta hacia no añadirle nada, no asociarle nada, ningún otro valor, ni delante, ni contra, ni al lado, de Mi-yo YHVH, ninguna religión, ninguna doctrina, ninguna ambición, ningún proyecto, ningún objeto, ningún poder. YHVH pone en guardia contra la reducción del Inefable a un atributo, una creencia, una idea. Si le adjudicas alguna idea, reduces a Dios a esa idea. Cualquier afirmación lo sitúa en el polo de la dualidad, mientras que YHVH se mantiene más allá de todo nombre o cualidad. Su Nombre impronunciable da testimonio de ello. […]
-Pero, entonces, ¿cómo conocerle? ¿Qué queda?
– ¿Qué queda?
– ¿Nada?
– No exactamente, Queda la meditación sobre la inconsistencia de toda cosa, sobre la irrealidad de las cosas. sobre la vacuidad, Y queda el soplo, aquel soplo de YHVH presente también en nosotros. Queda la luz interior sin medida
[…] No buscaras YHVH en una forma creada, en una imagen, en la imagen que tienes de ti mismo. Lo buscarás en ti, en un tu sin imagen, indescriptible que trasciende el «yo» que puedes identificar. Cuando en tú ya no quede más que un Mi-yo, en el yo sin descripción, sin identidad, encontrarás al Yo soy, El que Es.
Patrick Levy. Le Kabbaliste: rencontre avec un mystique juif. Paris, Eds. du Relié, 2002. 327 p. (pgs. 119-129)