Las generaciones más jóvenes, y no tan jóvenes, en su mayoría, viven inmersas en un mundo naturalizado y en una realidad humana que deben dar por real. No hay, en su imaginario colectivo, un cuestionamiento de su cotidianidad que se escape de su mundo dado por real. Las preguntas que se plantean se quedan en meras demandas o reivindicaciones sociales, quizás, las cuestiones más profundas únicamente giran en torno a la pregunta sobre quién ha dicho que o por qué las cosas son así, en otras palabras, solo hay un cuestionamiento sobre la normatividad establecida y/o de un cierto orden social.
Por otro lado, los discursos naturalistas o esencialistas-naturalistas, han otorgado, a la idea de Naturaleza, un orden ontológico diferente que construye, en la mente de los jóvenes, una dualidad entre una naturaleza, casi humanizada, y el ser humano; esta dualidad hace que, aun sabiéndose ellos parte de la naturaleza, se sientan diferentes de ella. Aquí, los cuestionamientos, son del mismo orden que en los anteriores: cómo nos relacionamos con la naturaleza o contraponer el mundo natural con el mundo urbano, es decir, cómo se ha construido la relación entre el humano y la naturaleza, un cuestionamiento que queda reducido, otra vez, a la normatividad o un orden socialmente establecido.
A estos dos factores (1) el cuestionamiento sobre la normatividad de la vida cotidiana y (2) el cuestionamiento sobre la normatividad de la relación naturaleza-especie humana, hay que sumarle el problema milenario: todo se ha construido desde el individuo en contraposición a la naturaleza y otros individuos.
Nos encontramos, de este modo, en un mundo construido desde la contraposición de realidades naturales y realidades humanas y cuestionadas desde la propia realidad humana. En el fondo, estas preguntas acerca de la normatividad, son preguntas dirigidas a los discursos o narrativas que dan sentido y realidad al existir humano. Es una batalla discursiva o narrativa.
De lo que no son conscientes la gran mayoría de jóvenes, es que esas narrativas, independientemente de quién las construya y cómo (razón de los cuestionamientos normativos), son necesarias para el vivir humano, son constitutivas de nuestra realidad, son, dicho de forma breve, nuestra realidad humana.
Los discursos sobre el individuo son modelaciones que permiten constituirse como individuo; los discursos sobre la naturaleza son modelaciones que ayudan a entender el Mundo; los discursos sobre la vida cotidiana son modelaciones que construyen las formas sociales de relacionarnos.
Todas estas narrativas edifican el mundo de las necesidades humanas de supervivencia. Esto, si es analizado desde un planteamiento mítico, donde las realidades, sean cuales sean, son por ellas mismas, detendrá las reivindicaciones en un plano únicamente racional y normativo, quedarán enclaustrados en la dimensión relativa a las necesidades de supervivencia.
¿Qué pasaría ahora sí, en vez de educar en el tan necesario cuestionamiento social (en el quién y cómo se han construido los discursos), se cuestionan la realidad del discurso? Es decir, ¿qué pasaría si enseñáramos a la juventud a preguntarse sobre lo oculto tras el discurso?
Las palabras son nuestra realidad, pero no son la Realidad, son una reducción o esquematización hecha por un animal al servicio de su supervivencia y que necesita dar por reales. Si el animal humano no puede escapar de las palabras, ya que vive en y desde las palabras, o en y desde las narrativas, las preguntas que se tendrían que plantear a los jóvenes es: ¿sobre qué construimos nuestra realidad?, ¿qué hay ahí que no es relativo a nuestra supervivencia? Las palabras Naturaleza, Mundo, Individuo, Realidad, Sociedad etcétera construyen un mundo, pero ¿sobre qué?
La única respuesta que se puede ofrecer, sin caer en supuestos duales, ni epistemologías míticas, ni en un nihilismo radical, es: la dimensión absoluta; la dimensión del existir humano alejada de sus narrativas de supervivencia, pero expresada culturalmente en sus narrativas.
La gran dificultad radica en hacer comprender que esta dimensión absoluta no es trascendental, ni metafísica, ni divina. Es una dimensión de la realidad que nace desde la capacidad de habla. Si el mundo cotidiano o social-normativo, la dimensión relativa a la supervivencia humana nace desde el habla, ¿por qué no la dimensión absoluta? Si se acepta que el mundo humano es una construcción social hecha en y desde el lenguaje, y esto no supone ninguna discusión, ¿qué motivos hay para negar o rechazar que la dimensión absoluta es una consecuencia de la lengua?
Si se consigue entender que la dimensión absoluta de la realidad es consecuencia de la lengua, y que ésta siempre se ha manifestado en las narrativas de la humanidad, solo quedará mostrar de qué forma esta ha sido representada a lo largo de la historia, mostrar que existe una diversidad de palabras para hablar de ella, que todas son válidas, pero ninguna vale más que otra. Esto mostraría que la dimensión absoluta es una constante e invariable humana, permitiría seguir el rastro en sus manifestaciones culturales, e incluso permitiría ver el momento en el que la ciencia y la tecnología naturalizaron el mundo y la realidad humana capando el acceso a la dimensión absoluta, construyendo, de esta forma, una barrera abstracta científico-técnica.
Esta barrera, dada las certezas que proporciona, impide el acceso de los jóvenes a la dimensión absoluta, todo lo que se escapa del análisis y modelación científica, no entra en sus marcos interpretativos, y aun menos si es una dimensión de la realidad sensitiva, no de los sentidos, que no han cultivado nunca.
La única manera de recuperar esa dimensión perdida es presentarla con argumentaciones metafóricas pero que respondan a la racionalidad de la argumentación: como si fuera un lienzo en blanco sobre el que nos dibujamos y dibujamos nuestro mundo o como las líneas de una partitura donde se colocan las notas para crear una composición.
Si se consigue recuperar esa dimensión propia de la especie humana, y se deja de lado la estigmatización sobre los textos de sabiduría, la juventud podrá cultivar la cualidad humana y cualidad humana profunda; la única forma que tienen de superar la barrera abstracta científico-técnica.
Superar esta barrera permite el acceso a la dimensión absoluta y, por lo tanto, a recuperar la relación axiológica con el Mundo. Desde las nuevas formas de supervivencia y, tematizando la dimensión absoluta o recuperando la relación axiológica con el entorno, podrán reapropiarse de la orientación de la vida cotidiana, reconstruir una relación con la Naturaleza alejada del esencialismo-naturalista y, sobre todo, pensar en unas tecnociencias alejadas de los intereses mercantilistas, cortoplacistas y explotadores propios de las sociedades neoliberales de la información, indagación y explotación.
Podrán, por primera vez en la historia, usar unas tecnociencias desde el interés por la realidad, de una manera desegocentrada y desde el silencio de sus patrones interpretativos heredados de la modernidad; dentro de estos patrones está el individualismo autárquico y la rigidez de las ciencias, alejarse de este patrón y asumir, dada la complejidad de las sociedades de conocimiento, las necesidades de las nuevas formas de sobrevivir, les obligará a plantearse la necesidad de trabajar en equipos interdependientes con la máxima flexibilidad posible. La complejidad de estas nuevas sociedades no puede solucionarse desde un individualismo autosuficiente, por ello, han de cultivar la cualidad humana y la cualidad humana profunda. Indagar desde sus saberes individuales la complejidad de la realidad siendo máximamente flexibles, comunicando constantemente y sin reservas, su conocimiento para ponerlo al servicio del equipo y calidad de la vida son requisitos necesarios para el buen funcionamiento del equipo y de toda la sociedad.
Todo esto puede repercutir, si se consigue, en una alta creatividad; las nuevas formas de organización social, las maneras de relacionarse con el medio y generar innovaciones cientificotécnicas y epistémicas, deben constituirse desde nuevos proyectos axiológicos colectivos que no pueden estar atados a los viejos modelos industriales y, dentro de estos proyectos axiológico colectivos se ha de tematizar la dimensión absoluta de la realidad; únicamente recuperando la dimensión absoluta de la realidad, desde su realidad humana, es decir, como consecuencia directa de ser un animal constituido como tal por la lengua, pueden los jóvenes de hoy en superar la barrera abstracta impuesta por la tecnociencia sin renunciar a ella.