Este texto parte de la investigación que actualmente realizo para mi doctorado en Antropología Social y Cultural y que gira entorno a la relación que se da entre los fenómenos sociales de la ciudad y el urbanismo entendido como su entorno diseñado y construido. Como mi trabajo está en proceso y mis hipótesis todavía se están gestando elijo el formato de comunicado como el más idóneo para exponer mi investigación.
La ciencia urbanística fue inaugurada como disciplina por primera vez en los escritos de Ildefons Cerdà a mitad del siglo XIX y su protagonismo ha ido en progresivo aumento en el desarrollo de la metrópoli moderna. Después de considerar su historia de un siglo y medio se podría afirmar que no queda más opción que planteárnosla como una ciencia que ha fracasado en cuanto a sus objetivos de mejora social que eran a priori su razón de ser.
El fracaso al que me refiero es el que todos podemos contemplar, tanto en nuestra vida cotidiana como por los medios de comunicación y que se extiende desde el inicio de la industrialización, en las ciudades (casi todas) gestionadas a través de los conceptos modernos de ordenamiento, planificación, proyecto y diseño. La evidencia del fracaso es la desigualdad, la injusticia y la ausencia de una existencia digna y provista de derechos que conforman la vida urbanita contemporánea, más todavía en la fase actual de un tardocapitalismo desbocado que ha conllevado la enésima crisis económica de las potencias occidentales. Creo que no hay que dar demasiadas pruebas de algo con lo que vivimos cotidianamente y que ahora (o quizá nunca como ahora) se presenta como un pico negativo de la gráfica; aunque la anomia, la soledad y el desgaste emocional, por no hablar de las violencias, las injusticias e incluso las revueltas de que todos tenemos noticia son ejemplos más que suficientes de que la vida urbana es muy problemática.
La sucesión de ideas, corrientes, teorías y escuelas del urbanismo como saber práctico durante todo este periodo, que coincide con lo que en historia se llama Edad Contemporánea, no ha conseguido en líneas generales ninguno de los objetivos utópicos que planteaban: la mejora de las condiciones de vida de los habitantes de la ciudad y por extensión de la sociedad en general. Desde las reformas de ciudades como la de París por el barón Haussmann o la de Barcelona por Cerdà, pasando por las teorías de la ciudad lineal de Arturo Soria, la ciudad-jardín de Howard, las propuestas del Movimiento Moderno en la Carta de Atenas (Benevolo, 2007) hasta llegar, por ejemplo, al actualmente autoproclamado “Modelo Barcelona” (Capel, 2005), la razón de ser del urbanismo ha sido el diseño de la ciudad higiénica, humanamente justa y pacífica. Otra cosa es lo que realmente ocurre: aumento de la segregación, de la marginalidad y de la pobreza, deshumanización, especulación, polución,…
Partiendo de esa ausencia de resultados de que se ha cargado la ciencia urbanística respecto de las utopías sociales que propugnaba, quizá podamos vislumbrar que este instrumento tal y como se presenta no puede ser la clave de la solución a las problemáticas que los urbanistas habían planteado. En los términos en que en este encuentro se habla, se podría afirmar que se pretendió axiologizar a la sociedad que habitaba las ciudades a través y principalmente de la “forma urbana”, de su arquitectura, de su morfología,… o dicho de otro modo: transformando el espacio.
Hoy, cuando la mitad de la población mundial vive en ciudades y su proporción se prevé en constante aumento para las próximas décadas, su planeamiento se convierte en un reto inevitable. Igual que las ideologías de la era industrial (capitalismo y comunismo) que a modo de pseudoreligiones han orientado a las sociedades modernas, las teorías urbanísticas que han buscado ordenar el supuesto caos citadino también se nos muestran -vistos sus resultados- como algo a replantear de arriba a abajo. Si se puede decir que el urbanismo de los siglos XIX y XX no ha evitado ni mínimamente las injusticias y conflictos a que occidente se ha visto abocado quizá es que, igual que las ideologías coetáneas, este no ha conseguido la dotación de la dirección axiológica adecuada.
Las religiones, en el periodo histórico en que las sociedades se gestionaron bajo una epistemología mítica, también condicionaron la producción urbana. Baste un texto de Joseph Rykwert para iluminarnos al respecto:
”Los autores modernos enfocan siempre la elección de un terreno para la fundación de una ciudad desde la perspectiva de la economía, la higiene, los problemas del tráfico y los servicios. El fundador de una ciudad antigua, cuando tenía que abordar estos mismos problemas, no podía hacerlo sin antes haberlos traducidos a términos míticos” (Rykwert, 1985: 16)
Tras el largo periodo “mítico”, las ciudades han pasado a la era de la industrialización donde el urbanismo ha devenido científico y su paradigma dominante ha sido el denominado “funcionalista”; el cual atiende prioritariamente a exigencias de higienismo y comunicación y que se ha visto dominado por la especulación inmobiliaria y el sistema de producción capitalista que subyace en todos los cambios de la modernidad. En el momento actual, donde las ideologías del siglo XX entran en decadencia, podemos mirar atrás y elaborar un juicio sobre la ciudad que nos han legado los dos últimos siglos y cuyo resultado en términos sociales no es precisamente positivo. El urbanismo de la era del conocimiento y del cambio continuo ha de poder jugar su papel y contribuir a una la calidad de vida social sostenible. ¿Por dónde se empieza?.
Mi hipótesis es pensar que, como afirma Gerard Horta (2010), el diseño urbano opera sobre los síntomas y no sobre las causas. Por ello, la programación urbana no consigue nunca sus objetivos paliativos sobre la sociedad. El hecho es que precisamente la observación etnográfica, por ejemplo a nivel del espacio público, muestra cómo las dinámicas de los usuarios de las calles y plazas en muchas ocasiones no obedecen a los programas propuestos por las instituciones político-económicas en sus ordenamientos. Más bien nos encontramos una sociedad que se apropia del espacio público de forma espontánea, como un líquido inasible, resultando una contradicción en cuanto al orden político preestablecido. Como dice Massimo Cacciari (2010) la ciudad es el experimento perenne para dar forma a la contradicción, al conflicto y querer superar tales contradicciones es una mala utopía. El autoritarismo de la forma urbana moderna que concibe, planea y ordena el espacio queda profundamente deslegitimado y se corresponde con la actual crisis axiológica que es una crisis cultural, de paradigma.
Esta situación de incoherencia entre la ciudad concebida y la ciudad vivida -siguiendo la propuesta analítica del espacio de Henri Lefebvre (1974)- nos conduce a lo que Anthony Giddens (1990) denomina “desanclaje”, que despega a las personas de sus entornos de interacciones locales. Fenómeno que aparece en la idea abstracta de ciudad en que piensan los urbanistas y políticos que son los actores que constituyen los “sistemas expertos” de la planificación urbana de la modernidad.
Mi propuesta metodológica pretende describir y comprender las distancia que se da entre la “ciudad abstracta” del urbanismo moderno y la “ciudad concreta” (Signorelli, 1999) que experimentan las personas cotidianamente, sirviéndome para ello de la observación etnográfica del llamado “espacio público”, de la calle.
Diversas investigaciones antropológicas, como mi incipiente trabajo al respecto, muestran que los sujetos sociales hacen uso de las calles y espacios comunes de la ciudad de una forma inesperada por el ordenamiento oficial, un uso complejo y precario a la vez, en que se dan negociaciones de interacción con acuerdos y conflictos de forma continua. Estos usos suceden ajenos a las condiciones impuestas por la morfología urbanística, sobreponiéndose a ella de forma arbitraria. Tal fenómeno es imposible de controlar por la programación desde “arriba” y se plantea la duda de si una mayor libertad es más conveniente que el ordenamiento ordinario desde las instancias de poder. Si además sumamos la hiperconectividad y la socialización de la información que las nuevas tecnologías suponen desde hace muy pocos años, entonces habrá que pensar un espacio público (quintaesencia de la ciudad occidental) más abierto. Espacio que permita a la gente la creatividad que supone el reto de la autogestión y la participación.
Si los usos del espacio público no se ajustan necesariamente a los fines monofuncionales a que han sido asignados por el ordenamiento urbano de los técnicos expertos sino que incluso los amplían y superan, podemos comprender la observación que Franco La Cecla aconseja a la filosofía urbanística: “definición espacial mínima, utilización social máxima” (2010: 127). En esa línea Amos Rapoport, uno de los pocos antropólogos que se han especializado en la cultura constructiva humana (2003), concluye una de sus obras proponiendo a aquellos que diseñan los entornos contemporáneos una apuesta por el “diseño abierto” caracterizado por su holgura, flexibilidad y adaptabilidad a las situaciones de cambio que se dan en nuestra sociedad. Y por último me remito a una conversación entre el arquitecto Hans Kollhoff y el director de cine Wim Wenders:
“No creo que nadie pueda hacer entender urbanísticamente a un ayuntamiento, que lo más bonito de su ciudad son precisamente los lugares donde nadie no ha hecho nada… Se han escapado de los urbanistas… Para mí la calidad de vida de una ciudad está en relación directa con la posibilidad que exista esta “falta de planificación”.”
Palabras de un artista -Wim Wenders- que hacen patente lo problemático de la disciplina urbanística como saber científico. Aspecto sobre el que Jurgen Habermas (1984) alerta cuando plantea cómo la ciencia y la tecnología actúan como una ideología de la modernidad eliminando el interés práctico. Como afirmaba Chombart de Lauwe (1963) no se trata de que el hombre se adapte a la ciudad moderna sino de hacer ciudades que se adapten al hombre nuevo.
La antigua unión mística del citadino con su ciudad, hoy tendrá que ser consciente y laica por lo cual no podrá apoyarse en un urbanismo de la industrialización que acaba por obedecer a las dinámicas del capital. El proyecto social en la metrópolis se ha de servir de la ciencia urbanística pero no se puede esperar de ella un sentido de utilidad -una axiología- porque es un saber abstracto. Los valores que generen los postulados axiológicos de la sociedad del cambio se podrán ver favorecidos por cierto diseño de la ciudad, pero la morfología urbana no generará por ella misma la cultura adecuada para que la sociedad sea viable a largo plazo. Me remito a las palabras finales del trabajo ya clásico La idea de ciudad de Joseph Rykwert (1985: 257), que en mi opinión resumen con sencillez la transformación del sentido de la ciudad en la historia humana:
“… El romano que caminaba a lo largo del cardo sabía perfectamente que aquella vía era el eje en torno al cual giraba el sol, y si seguía el decumanus, tenía conciencia de seguir el curso del sol. En sus instituciones cívicas podía deletrear la totalidad del universo y su significado, de forma que se encontraba perfectamente situado en él. Nosotros hemos perdido todas las hermosas certezas acerca de la forma en que funciona el universo y ni siquiera sabemos si está en expansión o si se contrae, si fue producido por una catástrofe o si se renueva constantemente. Esto no nos exime de buscar algún fundamento para la certeza en nuestros esfuerzos por dar forma al entorno humano. No es ya verosímil que encontremos este fundamento en el mundo que los entendidos en cosmología están remodelando continuamente a nuestro alrededor. Esto nos obligará a buscarle sentido dentro de nosotros mismos, en la constitución y en la estructura de la persona humana.” (El subrayado es mío)
Bibliografía.-
BENEVOLO, Leonardo (2007): Historia de la arquitectura moderna. Barcelona: Gustavo Gili.
CACCIARI, Massimo (2010): La ciudad. Barcelona: Gustavo Gili.
CAPEL, Horacio (2005): El Modelo Barcelona: un examen crítico. Barcelona: Ediciones del Serbal.
CHOMBART DE LAUWE, Paul-Henry (1963): Des hommes et des villes. Paris: Payot.
GIDDENS, Anthony (1990): Consecuencias de la modernidad. Madrid: Alianza Editorial.
HABERMAS, Jurgen (1984): Ciencia y técnica como “ideología”. Madrid: Tecnos.
HORTA, Gerard (2010): Rambla del Raval de Barcelona. De apropiaciones viandantes y procesos sociales. Ediciones de Intervención Cultural/El Viejo Topo.
LEFEBVRE, Henri (1974): La production de l’espace. Paris: Anthropos.
LA CECLA, Franco (2010): Contre l’architecture. Paris: Arléa.
RAPOPORT, Amos (2003): Cultura, arquitectura y diseño. Barcelona: Edicions UPC.
RYKWERT, Joseph (1985): La idea de ciudad. Antropología de la forma urbana en el Mundo Antiguo. Madrid: Hermann Blume.
SIGNORELLI, Amalia (1999): Antropología urbana. Barcelona: Anthropos y División de Ciencias Sociales y Humanidades. Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa, México.
—
Comunicado para el Encuentro Can Bordoi-2012. Raúl García