Para juntarse dos extremos… Meditación a partir de un texto de Juan de la Cruz
(…) la Sabiduría de Dios, en que se ha de unir el entendimiento, ningún modo ni manera tiene, ni cae debajo de algún límite ni inteligencia distinta y particularmente, porque totalmente es pura y sencilla. Y como quiera que para juntarse dos extremos, cual es el alma y la divina Sabiduría, será necesario que vengan a convenir en cierto medio de semejanza entre sí, de aquí es que también el alma ha de estar pura y sencilla, no limitada ni atenida a alguna inteligencia particular, ni modificada con algún límite de forma, especie e imagen. (Subida II,16,7)
Cada texto ofrece la oportunidad de entrar en comunión con lo que el autor propone, con ese “dedo que apunta a la luna”. En este caso es Juan de la Cruz.
¿Como sacarle el máximo provecho? Lectura atenta del texto, procurando entender al máximo. Después, atención silenciosa dirigida hacia algún aspecto concreto, en absoluta alerta-indagación en relación a ese asepcto.
Guido el Cartujo, en su Epístola de Vita contemplativa da estas orientaciones:
“La lectura es el cuidadoso examen … hecho con atención de espíritu. Tiene la función de acercar el alimento a la boca del espíritu. La meditación la de masticarlo y triturarlo. La lectura rompe la corteza, la meditación llega al meollo. La contemplación aporta el sabor mismo que da fuerzas.
“.. intentaré en lo posible entender” : … el alma empieza, pues, a masticar y triturar el racimo -como si de prensarlo se tratase-, mientras incita a la razón a averiguar … cómo puede alcanzarse. El alma accede, así, a una atenta MEDITACIÓN. No se queda en lo exterior ni se detiene en la superficie, sino que -dando mayor fuerza a sus pies- penetra en el interior para examinar cada detalle.
A modo de fundamento, se da primero la lectura; y supuesta así una materia, nos remitimos a la meditación. Ésta busca con mayor atención lo que hemos de desear; y, como rebuscando en tierra un tesoro, lo encuentra y lo deja a la vista”
Práctica:
Lectura meditada de este pequeño fragmento de Juan de la Cruz, indagando, “penetrando cada detalle” para captar hacia dónde apunta con esa imagen de la unión de uno mismo ( “alma”) con la “Sabiduría divina”. Hacia dónde, cómo, … El propio ser “sin límites”, sin otorgarle consisténcia separada alguna, ninguna forma distinta al “Ser universal”…: no limitada ni atenida a alguna inteligencia particular, ni modificada con algún límite de forma, especie e imagen. (Subida II,16,7)
Hay que lograr estirar cada texto tanto como se pueda. Cabalgar con él tan lejos (y tan hacia el interior) como se pueda. Una vez que hemos dejado al descubierto el tesoro, en la medida en que hemos podido, entonces empieza el otro silencio: contemplar lo que se ha visto, más y más, calibrarlo, valorarlo, mirarlo atentamente como quien mira un objeto.
Finalemente, un último rato de recogimiento, ayudándonos con la atención en la respiración, conservando el “sabor” de lo que se ha trabajado, acompañando el fluir de la respiración con alguna palabra, expresión o frase que tenga relación con ello.