escribe a su mujer en estos términos:
«La forma que mejor honrarás a Dios será haciendo tu mente semejante a la suya, y esto sólo puede conseguirlo por medio de la virtud. Pues sólo la virtud puede arrastrar al alma hacia arriba, a lo que es semejante a ella. (…) el sabio es el más bendito, pues está perpetuamente bajo la tutela de Dios. No son sus palabras lo que es agradable a Dios, sino sus acciones; pues el sabio honra a Dios siempre en su silencio, mientras el necio le deshonra incluso cuando le reza y le ofrece sacrificios. Así pues, sólo el sabio es un sacerdote. Sólo él esa amado por Dios y sabe rezar.
(de su: Carta a Marcela. Barcelona, J.J. de Olañeta, 2007. pg. 46)