Ponencia de Marià Corbí – 6º Encuentro Internacional

NO HAY CUALIDAD HUMANA PROFUNDA SIN DESEGOCENTRACIÓN, NI DESEGOCENTRACIÓN SIN ACTUACIÓN INCONDICIONAL A FAVOR DE TODA CRIATURA. M. Corbí.

Introducción breve.
Nos proponemos presentar la posibilidad de una profunda vida espiritual, o dicho más de acuerdo con nuestra antropología real, una cualidad humana profunda, sin creencias, sin religiones ni dioses.

La exposición de esa cualidad humana profunda nos muestra su intrínseca conexión con un interés y amor incondicional por todo lo existente, y en especial por nuestros hermanos de especie, de quienes depende la sobrevivencia de las demás especies y de la vida entera del planeta.

Tanto la cualidad humana profunda, como su conexión intrínseca con el interés y amor sin condiciones, son hechos antropológicos, pero de una antropología que abarca todas nuestras dimensiones. Las religiones y espiritualidades del pasado expresaron estas dimensiones antropológicas con mitos y creencias, y desde una epistemología mítica.

Si lo hicieron con esas formas, no fue porque fueran menos sabios o de menor cualidad humana profunda, sino porque las condiciones culturales de sobrevivencia les forzaron a ello. Nosotros ya no vivimos en sus condiciones culturales y tenemos que alejarnos de sus formas de representar y vivir; pero, si no somos necios, debemos esforzarnos por heredar su profundo y gran legado, en nuestras nuevas formas culturales de sobrevivencia.

1ª Parte: No hay cualidad humana profunda sin desegocentración.
Mientras haya egocentración, hay depredación. Eso comporta una comprensión y valoración de la realidad en función de las propias necesidades, lo que implica una modelación de la realidad regida por los propios intereses.
Toda modelación es una deformación; todo conocer interesado deforma aquello que conoce. Toda modelación del conocer, que es una deformación, arrastra consigo, también, una modelación-deformación del sentir de lo real. Sentimos nuestras necesidades y satisfacciones con respecto a lo real, más que lo real mismo. Sentimos nuestros deseos, temores y propósitos sobre lo real, no lo real.
Nuestro conocer y sentir no conoce lo real, eso que hay ahí, sino lo que mi mente y mi corazón necesitan ver y sentir de lo real que hay ahí, desde la perspectiva de nuestras carencias y temores individuales y de grupo.
Nuestras necesidades imponen lo que las cosas deben decir a nuestro pensar y sentir. Esas imposiciones son unas proyecciones que lanzamos a las cosas y a las personas y que encubren su verdadera realidad como un espeso velo. Eso es la ignorancia de la que hablan los maestros del espíritu.
Nuestras imposiciones de lo que deben decirnos y lo que debemos sentir con respecto a ellas, ocultan y acallan lo que las cosas y personas dirían de ellas mismas, si calláramos nuestras imposiciones.
Por tanto lo que vemos y sentimos en las cosas no son las cosas y personas mismas, sino que nos vemos y sentimos a nosotros mismos, en relación con las cosas y personas. No las vemos en ellas mismas, sino en función de nuestros intereses, miedos, expectativas.
Lo que no tiene que ver con nuestros intereses, directa o indirectamente, tendemos a no verlo, a no apreciarlo, a no sentirlo.
Nuestro conocer y sentir está en función de nuestra depredación, de nuestra actuación interesada con todo lo que nos rodea. La necesidad que mueve toda nuestra acción es la raíz de nuestra modelación de lo real desde nuestro pensar y sentir, modelación que es una deformación y una imposición.
Nuestros sentidos perciben acotan y conforma todo lo real, son instrumentos de nuestra actitud y actividad depredadora. Vemos, percibimos, conocemos y sentimos lo que nuestra acción de depredación tiene que ver, para actuar y satisfacer las necesidades del individuo y del grupo.
En todo esto no hacemos más que cumplir con la ley general de los vivientes. En esto no somos superiores a una garrapata, una cucaracha, un ratón, un perro o un tigre. Nuestra modelación de lo real es más compleja, pero es igualmente modelación y, por tanto, deformación, encubrimiento de lo real.

Nuestra cualidad específica: la doble experiencia de lo real.
La cualidad específicamente humana, la que es la cualidad que nos diferencia como especie de las restantes especies animales es la doble experiencia de lo real:
-una experiencia en función de nuestras necesidades, relativa a ellas, la que hemos considerado y que nos hermana con las restantes especies animales,
-y una experiencia absoluta; experiencia de lo real que hay ahí, sin relación a nosotros mismos.
Esta segunda experiencia de lo real, no condicionada por nuestras necesidades ni por nuestra naturaleza depredadora, la llamamos absoluta porque no es relativa, no porque en sí tenga connotación religiosa alguna.
La noticia absoluta de lo real condiciona el grado de cualidad humana. Si no hubiera experiencia absoluta de lo real, no habría condición humana, nos sumergiríamos en la condición animal común a las otras especies, nos alejaríamos de nuestra condición específica. Ahora bien, esa noticia absoluta de lo real puede ser explícita o sólo implícita. Para salvar nuestra condición humana basta con que sea implícita.
Pero no hay que confundirse; esa experiencia no relativa, absoluta, de lo real es también una característica propia de nuestra condición animal.
La doble experiencia de lo real es un invento de una especie viviente para responder a los cambios del medio con más agilidad, más rápidamente, sin tener que emplear en esa respuesta millones de años, como las restantes especies. Es también un instrumento para cambiar en el medio lo que convenga, para poder sobrevivir mejor.
Si los humanos no tuviéramos doble experiencia de lo real, estaríamos clavados a una sola interpretación, a una sola lectura y valoración de lo real y, por consiguiente a una sola actuación en el medio, la que nos dictara nuestra programación genética, como les ocurre a todos los restantes animales, nuestros hermanos.
Así pues, nuestro doble acceso a lo real no denota una condición espiritual de nuestra manera de ser; es la forma de ver la realidad propia de un animal que ha creado, con su condición de hablante, una doble experiencia de lo real. Eso le permite cambiar su interpretación, valoración y actuación con respecto a lo que le rodea, cuando convenga.
¿Para qué se requiere esa doble dimensión de lo real? Para ser un depredador móvil, más eficaz. Todo depredador es más libre, en sus actuaciones, que las presas de las que se alimenta; así puede conocer sus costumbres, adaptarse a ellas y cazarlas. Nosotros somos los depredadores más móviles, los más aptos para la depredación. Somos la cumbre de la depredación. Somos los superdepredadores.
Somos los superdepredadores por antonomasia, porque somos capaces de adaptarnos a los cambios de las presas y del medio, e incluso somos capaces de adaptar el medio a nuestros propios propósitos.
La doble experiencia de la realidad es la que nos confiere esa condición de superdepredadores. Esa doble experiencia de lo real nos ha hecho dueños de todas las demás especies y de la tierra entera; nos ha convertido en los gestores del conjunto, según nuestros intereses.
Si no tuviéramos la experiencia absoluta, no relativa de lo real, confundiríamos lo que las cosas significan para nosotros, con las cosas mismas, como hacen todas las restantes especies animales.
Si las cosas se identifican con lo que les imponen que digan nuestras necesidades, estaríamos fijados a una única objetivación, interpretación, valoración; estaríamos fijados en un único modo de actuación. No seríamos los superdepredadores que somos.
Necesitamos la experiencia clara, explícita o implícita, de que las cosas no son la interpretación, valoración, objetivación que les atribuimos.
Porque sabemos claramente, como especie y como individuos, que las cosas no se identifican con lo que les proyectamos, podemos cambiar nuestra relación con ellas cuando convenga.
Así pues, la doble experiencia de lo real es lo que nos constituye en superdepredadores flexibles, móviles, no ligados a un tipo de interpretación, valoración y actuación.
Por consiguiente, la doble experiencia de la realidad, que es nuestra cualidad específica como vivientes, es una creación biológica para sobrevivir más eficazmente; no es un hallazgo espiritual, ni denota una antropología de cuerpo/espíritu como supusieron y creyeron nuestros antepasados.
Esa es la función primaria de nuestra experiencia de lo real: constituirnos en unos depredadores flexibles, móviles al máximo, capaces de responder rápidamente a los cambios del medio y capaces de cambiar el medio a nuestra conveniencia.
La doble experiencia de lo real no nos arranca de nuestra condición animal, sino que nos sitúa de pleno en esa condición, aunque con una cualidad específica peculiar: la de tener un doble acceso a lo real.

Vistas las cosas desde otra perspectiva: la experiencia absoluta de lo real (aunque más que experiencia es noticia) va acompañada, necesariamente, de un cierto grado de desegocentración, de lo contrario no podría darse ese tipo de experiencia.
Podríamos concluir que nuestra cualidad específica es tener una experiencia de lo real total y completamente egocentrada y, a la vez tener una experiencia de lo real no egocentrada. Así pues, tener una experiencia de lo real egocentrada y desegocentrada, a la vez, es nuestra cualidad específica.
Pero, según lo dicho, el que tengamos una experiencia no egocentrada de la realidad está, primariamente, al servicio de nuestra supervivencia y, por tanto, de la egocentración. Ser egocentrados y desegocentrados a la vez, es otra forma de presentarse la cualidad que nos permite ser los superdepredadores flexibles que somos.
Insisto, no hay, pues, nada espiritual en esa nuestra capacidad de acercarnos a las cosas y a nosotros mismos desegocentradamente, no hay nada que nos separe de nuestra condición animal, es sólo una manera eficacísima de ser depredadores.
Tener a la vez una experiencia de la realidad egocentrada y desegocentrada no es la desegocentración de la que hablan los maestros religiosos y espirituales; no es la gran desegocentración de la que hablan los maestros de la cualidad humana profunda.

Si no se diera la doble experiencia de la realidad, no habría cualidad humana. Hay más cualidad humana cuanto más explícita es la dimensión absoluta y desegocentrada de nuestra experiencia de lo real; y hay menos cualidad humana cuanto menos explícita y menos cultivada está esa dimensión de nuestro acceso a lo real.
Por consiguiente, para que haya humanidad ha de haber ese doble acceso a lo real. Cuanto más explícitamente sea cultivada la dimensión absoluta, más humanidad, más cualidad humana se da; cuanto menor sea el cultivo de esa dimensión de lo real, menos humanidad y menos cualidad humana.
Así pues, como conclusión, la doble experiencia de la realidad –como relativa y como absoluta- y el doble acceso a lo real –egocentrado y desegocentrado- están en función de la acción propia de nuestra especie, una acción que nos convierte en superdepredadores.
Estas dos dimensiones de nuestra experiencia de lo real, y la doble actitud que con respecto a ella se genera, son simultáneas y autónomas. La experiencia relativa no conduce a la absoluta, ni la absoluta a la relativa. Si hubiera continuidad entre ellas, no serían dos dimensiones, sino sólo una. Con ello perderíamos nuestra cualidad específica: la flexibilidad, la capacidad de responder al medio cómo y cuándo convenga.
Esta es la gran paradoja de nuestra especie: tener una noticia de la dimensión absoluta de lo real para ser unos depredadores más flexibles y eficaces, y que esa nuestra condición de superdepredadores nos abra las puertas a la absoluta gratuidad, a un acceso a lo Real no relativo a nuestra condición animal, y que podamos residir ahí y ya no en el ego.

La auténtica dimensión de lo real.
Pero si nos paramos a considerar nuestra experiencia de lo real absoluta y desegocentrada, podemos comprender, con facilidad, que esa es la autentica dimensión de lo real; que esa condición absoluta de lo real nos incluye a nosotros mismos; y que, por consiguiente, la dimensión relativa a nuestras necesidades y a nuestra egocentración no es lo que lo real es, “eso que hay ahí” y que nosotros mismos somos, sino lo que necesitamos ver en “eso que hay ahí” para vivir.
Comprendemos con facilidad que la dimensión relativa no es lo que realmente es, que “lo que es” es la dimensión absoluta. Y en esto no hay nada que creer.
Esta es la indagación que hicieron los maestros del espíritu, o dicho con terminología más adecuada a nuestra antropología, esa es la indagación que hicieron los maestros de la cualidad humana profunda. Ahí se adentraron, y el resultado de su aventura y de su indagación es su enseñanza, su ofrecimiento. Esa es la esencia de la revelación que nos ofrecen.
Es revelación porque es, simultáneamente, indagación y don. Es indagación pero es don, porque la dimensión relativa no conduce nunca a la absoluta, ni la absoluta puede inmiscuirse en la relativa. La modelación que hacemos de la realidad desde nuestras necesidades no nos puede conducir, con relación de causa y efecto, a la dimensión absoluta; ni la dimensión absoluta nos puede proporcionar modelaciones adecuadas a nuestras maneras de sobrevivir.
La doble experiencia de lo real nos abre dos posibilidades:
-una espontánea, con la espontaneidad de un depredador que centra la atención de su mente, su sentir y actuación en la dimensión relativa de lo real, y que utiliza su capacidad de acceso absoluto a lo real para ser un depredador más eficaz;
-y otra, que no es espontánea sino fruto del intento, que es centrar la atención de la mente, del sentir, de la percepción y de la acción en la dimensión absoluta de lo real.
Si nos ejercitamos en la segunda posibilidad, el resultado es la progresiva “desrealización” de la dimensión relativa y la progresiva comprensión y sentir de que sólo la dimensión absoluta es real.
Con ese desplazamiento de la noticia de la mente, del sentir, y de la percepción, se produce, simultáneamente, el desplazamiento desde la egocentración a la desegocentración; se transita de ver, comprender y sentir las realidades en función de las necesidades e intereses, a verlas, comprenderlas y sentirlas en ellas mismas, en la condición absoluta de su existencia, sin referencia ninguna a nuestras necesidades e intereses.
Prestar atención y concentrarla en la dimensión absoluta de lo real, produce una gran mutación en nuestro conocimiento y en nuestro sentir y percepción: cuando se tiene noticia clara y cierta de la dimensión absoluta de todo lo real, se sabe, concomitantemente, que la dimensión relativa de nuestro conocimiento y sentir no corresponde a lo que realmente es, sino que corresponde a lo que precisamos comprender y sentir en esta inmensidad, como los pobres vivientes insignificantes que somos.
A ese conocimiento de la dimensión absoluta, o mejor, a esa noticia, (porque no es un conocimiento propiamente dicho), y a su relación con la dimensión relativa, se le pueden dar diversos formas expresivas: Dios, frente a las criaturas; lo que es desde sí mismo, frente a lo que es desde otro; lo que es, frente a lo que sólo parece ser; lo que es, frente a su manifestación; lo que sólo es, frente a lo que son sus signos; maya, la ilusión, frente a Brahman, lo que realmente es; lo que está vacío de ser, frente a lo que está Vacío de toda posible categorización e imagen, etc.
Sin embargo, todas estas dualidades, el silenciamiento completo del ego las reduce a la no-dualidad.

La gran mutación del conocer, del sentir y de la actuación.
Cuando esta noticia se presenta con suficiente claridad, se sabe que aquí, en mí, no hay nadie, sino es “lo que es”; y que, por consiguiente, mi percepción, mi conocer, mi sentir e incluso mi acción, no son mías, sino que son formas, momentos de la percepción, el conocer, el sentir y la acción de “Eso que realmente es”.
Se sabe con toda claridad que aquí, en mí, sólo está “Eso que es”, Él, si se utiliza simbología teísta.
Cuando esta noticia se asienta con firmeza, desaparece el fundamento de la egocentración, que es el supuesto de que aquí, en mí, hay alguien; y que las facultades que aquí, en mí, se presentan, son mías.
Esa es la percepción, el conocimiento, el sentir y la acción silenciosa, porque arrancan de la desaparición del supuesto del yo como entidad existente autónoma y porque arrancan del silenciamiento de las construcciones de toda la realidad que hace el ego. El ego modela toda la realidad desde el paquete de deseos y temores que le constituye; esas modelaciones, son deformaciones de lo real, porque lo real no se adecua a nuestros deseos/temores. La modelación que hacemos de lo real no está ahí fuera, sino en nuestra mente, nuestro sentir y nuestra percepción.
El “supuesto ego”, que se da por real, crea un mundo de sujetos y objetos, a su medida y en función suya y desde sus temores y deseos, que da también por real.
El conocimiento de la vaciedad del sentimiento de ego, más el silenciamiento de las modelaciones y objetivaciones que el ego construye desde ese falso supuesto, que son las interpretaciones, valoraciones, percepciones y sentires de lo real, eso es lo que posibilita lo que llamamos conocimiento y sentir silencioso.

Nuestra doble experiencia de lo real nos permite escoger entre
-residir en el ego, con su doble experiencia de lo real, pero sometiendo la experiencia de la dimensión absoluta al servicio de los intereses del ego y de su depredación, que es residir en una irrealidad, tomada como real;
-o residir en la dimensión absoluta de lo real y de nuestra propia dimensión absoluta, que es residir en la roca sólida de lo que verdaderamente es.
En este caso, el ego muestra su completa irrealidad, su condición de mero supuesto para vivir, y se transforma de supuesta entidad frente a un mundo, en mera función de nuestro cerebro al servicio de nuestro organismo, que, desde entonces funcionará espontáneo y al servicio de la vida y del esplendor de la dimensión absoluta de lo real.
El ego pasa de entidad, a función; de adversario a dócil aliado.
Esta segunda posibilidad es la que predican todos los maestros religiosos y espirituales de la historia de la humanidad, cada uno con formas de expresión tomadas de sus respectivas culturas.
Esta noticia, intrínseca a nuestra especie, este lugar de asentamiento del uso de todas nuestras facultades, es lo que llamaban nuestros antepasados espiritualidad, y que nosotros tendremos que llamar, para no producir equívocos antropológicos, cualidad humana profunda.
Así pues, no hay cualidad humana profunda sin desegocentración; desegocentración que surge de la noticia clara de que lo que realmente es, es la dimensión absoluta de lo real. La desegocentración radical surge de la noticia clara que yo y todas mis facultades somos “Eso” y sólo “Eso”.
Con el conocimiento que acompaña a la desegocentración, el ego pierde sus límites; sin límites lo abarca todo. Lo ama a todo como a sí mismo, porque es “sí mismo”.

La cualidad humana profunda.
Si intentamos describir la cualidad humana profunda, que sería equivalente a intentar describir el conocimiento, la percepción, el sentir y la actuación silenciosa, sólo podríamos hacerlo en términos negativos. Lo que se sale por completo de la condición de sujetos /objetos ahí existentes, y del leguaje construido para manejar esa dualidad, gracias a la cual podemos sobrevivir en el medio, se sale de toda posible categorización y es, por ello indescribible.
La cualidad humana profunda es la noticia clara y explícita, desde le mente, el sentir y la percepción, de la dimensión absoluta de la realidad, que es el conocimiento desde el silencio de las construcciones del deseo/temor, de sus recuerdos y expectativas.
Hay cualidad humana profunda cuando el lugar de residencia del pensar, del sentir, de la percepción y de la acción ya no es la conciencia de un ego como entidad existente real, sino la conciencia de que lo único real es “el que es”, “Eso que es”, “Eso que es no-dos”, que no es ninguna de nuestras construcciones regidas por la necesidad y el deseo/temor. Todo deseo es simultáneamente e inseparablemente un temor. Donde hay deseo hay temor y donde hay temor hay deseo.
La cualidad humana profunda es equivalente al conocimiento silencioso.
Esa cualidad humana profunda, no es nada que creer, sino una realización, un despertar, una verificación; no es ninguna práctica obligatoria, es pura libertad de mente y corazón. Sólo la necesidad somete.
No impone ningún tipo de organización, sólo exige compartir, comunicación sin reservas, (sólo el ego tiene qué perder o ganar), servicio mutuo. ¿Cómo no va a generar servicio mutuo, si el conocimiento silencioso quiebra toda objetivación y, por tanto, toda dualidad y alteridad? ¿Cómo no va a generar servicio mutuo, si el conocimiento silencioso, que es la base de la cualidad humana profunda, comprende que sólo “el que es” es realmente existente?
Desde el conocimiento silencioso ya no hay sujetos y objetos, ni yo y tú, ni lo mío y lo tuyo. Todo confluye en la unidad de lo absoluto; y la unidad es amor; y un amor sin condiciones.
La cualidad humana profunda no es ninguna doctrina, ni ningún lugar fuera de esta vida, estos cielos y esta tierra.
La cualidad humana profunda es hija de la indagación libre, y camina sin descanso mediante la indagación libre. ¿Quién o qué puede amarrarla? Es una indagación libre que concluye en don; es resultado de indagación y don.
No teme a las dudas, porque las dudas no son obstáculo al conocimiento sino oportunidades de nuevos pasos en el conocimiento silencioso. La duda no es obstáculo a la certeza, sino vía a la certeza. La duda sólo es enemiga de la creencia, no del conocimiento silencioso.
La cualidad humana profunda, porque es conocer y sentir silencioso, es desnudez. La desnudez no tiene nada que ver con el poder ¿qué haría con el poder? El poder es impotente respecto a la sabiduría, aleja de ella. Sólo la creencia tiene que ver con el poder.
La cualidad humana profunda es “reconocer” claramente la dimensión absoluta de lo real que siempre se supo.
La cualidad humana profunda es la inmediatez del conocer y sentir de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos, porque se ha callado el egoísmo que todo lo mediatizaba. Es conocer y sentir sin la pantalla intermedia y los condicionamientos del yo. Esa inmediatez del conocimiento es unidad y es amor.
Es vivir el ser de todas las cosas no como “otros” de sí mismo y no como “otros” del absoluto.
Es el interés sin condiciones por todas las cosas y por todas las personas. Sólo el yo pone condiciones, las que le dicta sus necesidades, deseos, temores, expectativas. Silenciando el yo, nadie ni nada pone condiciones al servicio y al amor. Sin las condiciones que pone el yo, se acoge todo, tal cual viene, sin exigirle nada a cambio de nuestro reconocimiento y amor.
Cualidad humana profunda es interés y amor sin condiciones por todo. Hay que advertir que el interés y el amor son dos caras de una misma moneda.
La cualidad humana profunda es inmediatez, unidad, sencillez –sólo el ego tiene dobleces- y desnudez.
En otras épocas la religión pudo apuntar a esa absoluta sencillez y desnudez, vestida con ropajes de creencias, poder, sacralidad y exclusivismo. En nuestras condiciones culturales, la sencillez desnuda debe mostrarse vacía, silenciosa, pobre y amante.
La cualidad humana profunda es conocimiento y sentir silencioso. El conocimiento y sentir silencioso es verdadero conocer y verdadero sentir, pero lo que se conoce es nada y quien conoce es nadie. Se quebró todo sujeto y todo objeto, toda dualidad, toda posibilidad de acotación, objetivación, representación. Nada es conocido y nadie conoce. Es noticia clara de la no dualidad (la no existencia real de sujetos/objetos) desde la no dualidad.
No es el término de ningún proceso, ¿quién iría a dónde?
Es puro don, pero don de nadie a nadie.
Es puro despertar de una ilusión, de un sueño. Es puro reconocimiento de “lo que es”.
Es certeza absoluta, pero de nada.
Es presencia absoluta, pero de nadie ni de nada, en nadie.
Es noticia clara y sentir claro de unidad. En esa perfecta unidad, que no anula la diversidad, no hay pluralidad de substancias, no hay individuos, ni hay espacio ni tiempo; sólo unidad en la diversidad.
Ni el absoluto es “otro” de mí, ni yo soy “otro” del absoluto. Ni mis prójimos son “otros” de Él, ni Él es “otro de mis hermanos. Nada es “otro” “del que es”, ni “el que es” es “otro” de nada.
Todo es sagrado porque nada está separado. Sagrado es separación. Donde todo es uno, todo es sagrado porque nada es sagrado, nada está separado.
De lo dicho se concluye que no hay cualidad humana profunda sin noticia clara, explícita y temáticamente cultivada de la dimensión absoluta de todo lo real. Para conseguirlo hay que silenciar por completo al ego como paquete de deseos, temores, recuerdos y expectativas.
El ego y sus necesidades y deseos es el constructor del mundo, con la dualidad fundamental de sujetos y objetos, individualidad, objetivaciones, representaciones que se dan por reales. El completo silenciamiento del ego (“morir a sí mismo”, decía Jesús; “morir antes de morir”, decía Mahoma) posibilita lo que hemos llamado conocimiento silencioso.
El conocimiento silencioso permite desplazar nuestro conocer, percibir, sentir y actuar desde el ego como punto de referencia –eso es la egocentración- a la dimensión absoluta de lo real, lo que verdaderamente es, lejos de las construcciones del yo, que da por reales.
La cualidad humana profunda resulta ser, pues, la completa desegocentración de todas nuestras facultades y actuaciones. No hay cualidad humana profunda sin una descentración del ego. Cuando mi pensar no es mi pensar, mi percepción no es mi percepción, mi sentir no es mi sentir, mi actuar no es mi actuar, sino sólo formas de “Eso absoluto” que es, como olas breves de la inmensidad del océano, hay completa desegocentración y completa cualidad humana profunda.

La actuación y la cualidad humana profunda.
Pero hay que hacer una advertencia seria a quienes quieren caminar hacia esa cualidad humana profunda, que es la completa desegocentración:
El camino a la cualidad humana profunda es una seria y constante indagación con toda la mente, con todo el sentir y con toda la percepción Esa indagación es una aproximación a la noticia, para la mente y para el sentir, de que lo que realmente es. “Eso que es” no es lo que construye y modela nuestra condición de animales necesitados para poder vivir en esta inmensidad. Lo que realmente es, no es ninguna de esas construcciones; no es pues ni sujetos, ni objetos, ni individualidades, ni dualidad ninguna.
Pero todo ese trabajo con nuestra mente y con nuestro sentir para aproximarnos al conocimiento silencioso, que es el fundamento de la cualidad humana profunda, sería un esfuerzo y un intento inútil si no trabajamos simultáneamente con nuestra actuación en esa misma dirección.
Si indago intensamente con mi mente y mi sentir, y actúo en provecho propio, convierto mi intento en la tela de Penélope, que destejía por la noche lo que había tejido durante el día.
Si busco “al que es”, a “Eso que es” con la mente y el corazón, pero cuando actúo, actúo para mí, refuerzo con mi acción lo que he intentado debilitar con mi indagación; intento escapar de la egocentración con la cabeza y el corazón mientras refuerzo con mi acción las ligaduras al yo.
Las acción desinteresada, la acción que no busca los frutos de la acción, la acción puramente a favor de los prójimos y de todo lo viviente, debe acompañar siempre a los intentos de indagación de la mente y del sentir. No buscar nada para sí en la actuación, actuar siempre a favor de otros, tiene que ser tan intenso y continuado como la indagación con la mente y el sentir, de lo contrario caminaríamos y caminaríamos sobre los mismos palmos de suelo.
Pero hay más: en la misma medida en que se da un conocimiento silencioso real y auténtico, se da la cualidad humana profunda y se da el interés y amor sin condiciones por todo lo que nos rodea. Y el amor sin condiciones no se queda quieto ante las desgracias y los males que ve.
El conocimiento silencioso es la única raíz del amor incondicional. No hay otra raíz posible; ni la creencia ni la coherencia con la creencia pueden generar ese amor.

2ª Parte: No hay desegocentración sin amor incondicional a toda criatura.
Donde no hay conocimiento silencioso, que es cualidad humana profunda, hay sujeto y donde hay sujeto hay egocentración. Donde está todavía vivo y dándose por real el sujeto, existe el mundo de sus construcciones desde la necesidad y el temor, y subsiste, por tanto, la egocentración.
Donde hay egocentración no hay verdadero amor, porque el ego va siempre por delante en el amor e interés por sí mismo. Mientras subsiste el ego como entidad real, lo refiere todo a él, incluso cuando se interesa por otros, incluso cuando ama.
Desde el ego pueden hacerse esfuerzos para interesarse por los otros, pero eso no es amor. El amor no es hijo del esfuerzo. Así se ha actuado con mucha frecuencia en los círculos religiosos. Es un error grave y un engaño.
Sólo hay amor verdadero y verdadero interés por las realidades de esta tierra y por los demás humanos, cuando uno está muerto antes de morir. Los muertos no hacen referencia a sí mismos en nada. Así debemos actuar, muertos, pero vivos; actuando a favor de otros y de toda vida, sin rastro de referencia a sí mismos.
Este modo de actuar, que es interés y amor sin condiciones, es, fruto del conocimiento silencioso y de la cualidad humana profunda, y es, a la vez, camino insoslayable hacia ese conocimiento silencioso y esa cualidad humana profunda.
Quien intente servir a otros sin haber muerto a sí mismo, se engaña. Con el ego vivo, siempre intentará sacar algún provecho propio en el servicio a otros; aunque sea sólo sentido de vida, o sentirse útil, o saber que sirve para algo, o conseguir ser alguien. El ego sabe reencarnar sus interesas en formas sutiles, y se reencarnará tantas veces como sea necesario para no morir.
Si el ego permanece vivo hay siempre algún tipo de utilización de los otros, y el amor que se proclama hacia ellos es primero amor a sí mismo. Si resta algo vivo en mí de mi mismo, resta el depredador y mientras el depredador este vivo, depredará de una forma u otra. Y no hay que olvidar que el depredador es un asesino.
Sólo hay verdadero amor, que es unidad, cuando el yo ya no existe como entidad.
El camino del silenciamiento interior, que es el camino a la cualidad humana profunda, es el único camino al amor y al servicio sin condiciones, el resto es confusión y buena voluntad. La buena voluntad, como el esfuerzo, es insuficiente para el camino interior, de forma semejante a como lo es para la poesía o para la música.
Quien quiera servir verdaderamente a una comunidad, a la humanidad, que se haga sabio primero. Ese es el mejor servicio que se puede prestar a las generaciones que nos seguirán, porque de ese servicio se siguen todos los demás servicios; y sin ese servicio, todos los otros que puedan prestarse no son lo que pretender ser, porque el ego lo deforma y lo trastoca todo.

La esencia de la oferta de las tradiciones religiosas y espirituales.
La oferta de las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad, una oferta perenne y válida para nuestro tiempo, es la llamada a esa cualidad humana profunda que es sencillez, humildad, desnudez, reconocimiento y servicio.
De ellas hemos de heredar las orientaciones en nuestro trabajo de indagación, los procedimientos para llevarla a cabo, las advertencias sobre los posibles errores. Ellas nos hablan de esa cualidad humana profunda, que es conocer, sentir y actuar silencioso, y de cómo conseguirla.
Esa es la oferta que hemos de hacer a nuestros contemporáneos. Si les hacemos esa oferta mezclada con creencias y religiones, no podrán aceptarla, por más que la necesiten con urgencia; si les ofrecemos ese gran legado de forma laica, sin religiones, ni creencias, la aceptarán.
Este es el mayor servicio que se puede prestar a nuestras sociedades. Sin duda alguna no hay otro servicio mayor.

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