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No nacemos con la “mente en blanco”. Al abrir los ojos, vemos ya la realidad a través de un “filtro” o unas “lentes” que, por el simple hecho de nacer en un tiempo y un lugar determinados, nos han venido dadas con nuestro propio nacimiento. Lo cual explica varias cosas: por un lado, que nuestra percepción de la realidad ya nunca será “neutra” o imparcial, sino –como decía el poeta- “del color del cristal” con que la miramos. y, por otro, que nos va a ser muy difícil no caer en la trampa de confundir la realidad con nuestra percepción de la misma, por el hecho de que, al haber incorporado aquel “filtro” desde el comienzo mismo de nuestra existencia, tendemos a no ser conscientes de él. Habremos de crecer en lucidez y humildad para no olvidar que lo que llega a nosotros no es nunca la realidad misma, sino una percepción de ella.
El paradigma o marco cultural opera, inevitablemente, como “clave de lectura”.
Cuando cambia un paradigma –porque el anterior no es ya capaz de dar respuesta a nuevos datos emergentes-, todos los ámbitos o dimensiones de la realidad son sacudidos: desde lo económico a lo religioso, desde la filosofía al modo de relacionarnos.
En un cambio cultural como el que estamos viviendo, los creyentes somos llevados a preguntarnos: ¿qué Dios? Y ¿qué salvación? Pero las cuestiones no acaban ahí. […]
“El cristianismo del futuro será místico o no será”, afirmó Karl Rahner. Con esa expresión, el gran teólogo católico pretendía subrayar la importancia y urgencia de la experiencia, en la vivencia y la transmisión de la fe. Pues bien, no hace mucho, un monje cisterciense me decía profundamente convencido: “el futuro es transpersonal”. ¿Cómo plantear los contenidos de la fe cristiana dentro del paradigma postmoderno y en incipiente clave transpersonal?
Necesitamos partir de una certeza inicial: el cristianismo puede expresarse en esta nueva conciencia, y ser leído en esta clave, Y, de ese modo, la Iglesia podrá ser realmente significativa, fiel a la intuición de Jesús y eficaz servidora de los hombres y mueres de nuestro mundo.
En este esfuerzo de “traducción” y expresión de los contenidos de la fe cristiana en el nuevo paradigma, necesitamos, a mi modo de ver, dos actitudes iniciales, que únicamente quiero apuntar.
En primer lugar, una mirada de simpatía hacia nuestro mundo y nuestro momento cultural, Mirada que no está reñida con el espíritu crítico, especialmente frente a todo aquello que va contra las personas y el crecimiento en humanidad, pero que nos remite directamente al evangelio y a lo más noble que hay en el corazón humano: simpatía no es sino el término griego para nombrar la compasión. la Iglesia tendría que ser, hacia dentro y hacia fuera, favorecedora de esa actitud en medio de una sociedad crispada y dividida .
Esa misma mirada nos capacitaría para valorar todo aquello que ha de positivo en nuestra cultura, y no repetir el grave error del siglo XIX, cuando se proclamó que “no se podía ser católico y moderno”.
Pero hay una segunda actitud, tanto o más importante y necesaria, si queremos desactivar para siempre un planteamiento tremendamente nocivo para la convivencia y el pluralismo: tiene que ver con la cuestión de la “verdad”.
Porque aquí la trampa es sutil y nos acecha a todos por igual: primero, se equipara “verdad” con “pensamiento”; y a continuación, quienes están completamente identificados con el pensamiento –con las creencias, los conceptos, es decir, con la mente-, creen estar en posesión exclusiva de la verdad –es la ideología de la verdad absoluta, de la que habla J.A. marina en alguno de sus libros- y consideran que todo el que no crea –piense- como ellos, se halla en el error.
¿Cómo salir de ese riesgo grave? La solución únicament puede pasar por abandonar la (arrogante) pretensión de poseer la verdad absoluta, para empezar a percibirnos todos como buscadores de la misma.
No estoy defendiendo el relativismo, sino lo que considero que es, sencillamente, el modo humano de conocer. La verdad, por definición, trasciende el pensamiento y desborda nuestra mente. Todas nuestras ideas y forulaciones no son sino “tanteos” que, en el mejor de los casos, quieren ponerse al servicio de la verdad. Ésta se encuentra siempre más allá de cualquier formulación, De hecho, ante cualquier fórmula que se presente como “verdadera”, se puede argüir: ¿qué quieres decir con ella? En una palabra, nunca podremos salir de la relatividad inherente a nuestro modo de conocer, derivada sencillamente del hecho de que somos seres situados: todo lo situado, sin excepción, es relativo, y toda verdad expresada será siempre una verdad relativa (del mismo modo –ha quedado dicho en capítulos anteriores- que el dios pensado no puede ser Dios). […]
Esto no significa suscribir la afirmación del “todo vale”. Es sencillamente reconocimiento de que la Verdad no es propiedad de la mente humana, sino el Horizonte hacia el que, trabajosamente, podemos caminar; la Realidad que nos sostiene, pero que apenas vislumbramos. Y cuando absolutizamos nuestro punto de vista –por más que lo creamos “revelado”- la estamos obstruyendo.
Es comprensible que se eche de menos un pasado en el que había certeza, autoridad y verdad absoluta, que se manifestaba en dogmas religiosos claramente definidos y aceptados en su literalidad. Puede comprenderse también que aquel modo de pensar encuentre seguidores entusiastas. ofrece seguridad y autocomplacencia. libera de la afanosa búsqueda de la verdad y del miedo a ser cuestionado por posturas diferentes. pero a un precio demasiado alto. Al precio de engañarse en muchas ocasiones y de crear enfrentamientos tan dolorosos como inútiles.
Nadie posee la verdad. Y no puede ser poseída porque no puede ser pensada. La Verdad, en todo caso, como Horizonte hacia el que caminamos/nos dirigimos, puede llegar a “poseernos” a nosotros, en la medida en que nuestra búsqueda es lúcida, humilde y sincera. Negar esto conduce inexorablemente a la descalificación del oro y, llegado el caso, a su eliminación. Y eso es lo que ha ocurrido, con demasiada frecuencia, en la historia de las religiones.
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(1) Enrique Martínez Lozano. ¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso. Bilbao, Desclée de Brouwer, 2008. 275 p. (fragmentos de: pgs.219-225). Más textos del autor en:www.enriquemartinezlozano.com/