La individualización de la religión
Ulrich Beck (1)
La secularización no significa el hundimiento de la religión y la fe, sino la formación y difusión generalizada de una religiosidad que remite progresivamente a la individualización. Este proceso es parte de una tendencia más profunda a la reavivación de la fe en una sociedad en la que las zonas de influencia de las religiones se cruzan y penetran, y cuyas condiciones fundacionales son la incertidumbre fabricadas de una modernización que transforma sus propias premisas. Esto se observa incluso en los lugares donde algunos menos se lo esperaban, es decir, entre los judíos estadounidenses, como indican M. Cohen y Arnold M. Eisen [The Jew within: self, family and community in America. Indianya Univ. Press, 2000]:
Los resultados e interpretaciones de este estudio confirman un ni-lo-uno-ni-lo-otro: ni el relato moderno de estar instruidos y la secularización, que ya anuncia o predice el retorno de la religión, ni la esperanza de una tradición judía preestablecida, colectiva, de continuidad ininterrumpida. Las voces que este estudio hace oír intentan unir la individualización con la judeidad escogiendo entre prácticas, y textos nuevos y tradicionales, y buscando combinaciones que satisfagan su propia idea de la autenticidad.
El discurso del “retorno” de las religiones todavía tiene otro nivel de significado: la pluralización de las religiones ha sustituido la secularización lineal en el día a día de la gente y en todos los ámbitos de a sociedad y la política. (…) Para tomar una cifra clave: en la actualidad está previsto construir o ya se han construido ciento sesenta mezquitas sólo en Alemania (con la animada participación, por decirlo de una manera suave, de las opiniones públicas municipales y nacionales). Esta alteración de los paisajes urbanos alemanses, presididos por la presencia y esplendor de sus iglesias cristianas, tiene u significado altamente simbólico, pues se produce simultáneamente a una dramática ”desiglesización”, como concluye el canónigo de la catedral de Würzburg, Jürgen Lenssen, en un informe sobre su diócesis (2007):
El malentendido individualista de la individualización
Lo que desde el comiendo enturbia la discusión en torno a los conceptos “individuo”, “individualismo”, “individualización” es el significado al que se asocian (por lo visto necesariamente); así, el individualismo es el resultado insoslayable de sentimientos e intereses individuales (o sea, egoístas). Pues bien, nada puede ser más falso. Ahí reside lo que he denominado el malentendido individualista de la individualización, que desharé y reduciré al absurdo con argumentos contundentes, ya que sólo será posible dar cabida en nuestro campo visual a la arquitectura histórico-social de la individualización como una forma histórica de la subjetividad y contemplar sus consecuencias y costes, cuando el grave error (que no es tan natural como pudiera parecer) de atribuir el egoísmo de los seres humanos, multiplicado por un millón o por mi millones, a la fiebre del yo desaparezca de la faz de la Tierra.
La individualización fue hace muchos siglos un mero valor, una idea, una ideología. Pero mientras tanto se ha condensado y cristalizado en una moral institucionalizada poderosa y eficiente que ha sentado los fundamentos del mundo moderno más allá de eso que Eric Hobsbawn ha llamado las dos revoluciones del siglo XIX: la que condujo al Estado nacional moderno, democrático, y la que dio lugar a lo que Max Weber llamó el “espíritu” del capitalismo, surgido de la ética protestante del trabajo. Ambas –la democracia del Estado nacional y el capitalismo empresarial—se basan en el principio de la libertad del individuo, que representa sus propios y clarificados intereses, y reivindica y defiende en la arena de la polis democrática el derecho a tener voz política (y evidentemente a la propiedad privada). La individualización, estrechamente ligada al ethos del cristianismo y de la modernidad, significa el cultivo del arbitrio propio de todos los seres humanos sin diferencias.
El fundamento del malentendido subjetivo de la individualización es la presunción de que el individuo que gravita alrededor de sí mismo también es autor de esta gravitación en torno a sí. Por eso se pasa por alto que la utopía de una vida personal, y con ella la de un Dios personal, están grabadas a fuego en la estructura institucional profunda del mundo occidental. En pocas palabras: hay que diferenciar netamente entre individualización y egoísmo. Mientras que este último se entiende habitualmente como una actitud o preferencia personal, la individualización alude a un profundo fenómeno macrohistórico y macrosociológico que puede plasmarse –aunque no necesariamente—en cambios de actitudes personales. Éste es el quid de la contingencia que la individualización trae al mundo (queda abierto cómo los individuos tratan con ella).
Igual que Zygmunt Baumann y Anthony Giddens, insisto en que se malinterpreta la individualización si se la entiende como un proceso derivado de una elección consciente o de una preferencia individual. De hecho, es la individualización, resultado de la larga historia de las instituciones modernas, la que se impone a los individuos. […]
La idea de la sacralidad del individuo, base la individualización, significa: el hombre se ha convertido en un Dios para el hombre. Jürgen Habermas habla en este contexto de una “transposición salvadora”, que “ciertamente ha transformado el sentido originariamente religioso, pero no lo ha vaciado, deflacionado o agotado. Transponer la concepción del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios a una dignidad igual para todos los hombres y merecedora de respeto incondicional es una transposición salvadora, que, sobrepasando las fronteras de una comunidad religiosa concreta, abre el contenido de los conceptos bíblicos a un público general de no creyentes o creyentes de otras fes”. (Habermas, -Entre naturalismo y religión. Barcelona, Paidós, 2000, p.35). […]
La paradoja de la secularización
En la bibliografía sobre el tema de la secularización se empareja con la pérdida de poder e importancia de las organizaciones religiosas y, por lo tanto, no se plantea la cuestión de hasta qué punto puede y debe, por el contrario considerarse un gran beneficio para la religión. […] La secularización da poder a la religión y, al mismo tiempo, se lo quita. Y así, destronada y expulsada del centro de la sociedad, ha conseguidos dos cosas: primero, cargarle a la ciencia o al Estado el “muerto” de la competencia en la materia de racionalidad del conocimiento y el saber. […] Segundo, se ha visto obligada a no ser nada como religión, eso es, a despertar, cultivar, ejercitar, celebrar y reflejar la inalienable espiritualidad de la humanidad y la necesidad y conciencia de trascendencia de la existencia humana y de esta manera hacerlas valer subjetiva y públicamente. La religión, después de pasar por el bautismo de fuego de la secularización, sabe que tiene límites y, por lo tanto, que le es necesario autolimitarse. Fundamentar y pregonar las leyes del cielo y de la tierra con los medios de la religión ya no funciona. La Iglesia ya no es competente en todo, sino sólo en la espiritualidad y la religiosidad, Por el contrario, la ciencia y el Estado se agitan en la trampa de la competencia universal.
Dicho de otro modo: la secularización forzada de la religión ha puesto los fundamentos de la revitalización de la religiosidad y la espiritualidad en el siglo XXI.
(1) extracto de la obra de Ulrich Beck, El Dios personal: la individualización de la religión y el “espíritu” del cosmopolitismo. (Paidós, 2009)