LA FUNCIÓN DEL CENTRO
CETR es un centro laico al servicio del estudio y el cultivo de la calidad humana. Es desde esta perspectiva que abordamos el acercamiento a las tradiciones religiosas. CETR inició su actividad en 1999, por la iniciativa desinteresada de su profesorado, con el objetivo de poder ofrecer un espacio independiente de reflexión, estudio y divulgación, en torno al hecho religioso en las sociedades contemporáneas. |
- posibilitar a las personas de las sociedades de hoy el acceso a la sabiduría de las tradiciones, una sabiduría que -mayoritariamente- viene vertida en formas culturales del pasado, con las dificultades que ello comporta.
- favorecer la reflexión sobre la crisis de las formas religiosas sin culpabilizar a nadie ni a nada. Una reflexión basada en el análisis del cambio que ha sufrido el modelo cultural en el tránsito de las sociedades agrícolas, jerárquicas, autoritarias, patriarcales en las que se generaron las tradiciones a sociedades de innovación continua como las nuestras.
- hacer patente que la sabiduría que viene en las formas religiosas del pasado pero que está más allá de ellas es un tesoro patrimonio de la humanidad para el cultivo de la cualidad humana en toda época y también en la nuestra.
- que el contacto con los grandes textos y los grandes maestros se oriente a estimular la indagación personal.
- mostrar que para el cultivo de la dimensión profunda de las tradiciones no es imprescindible que los individuos hayan de adoptar formas culturales del pasado.
- abrir la posibilidad a una “espiritualidad laica» y sin creencias, sin olvidar fomentar la convivencia y el respeto hacia la diversidad de opciones religiosas.
La función del Centro
El núcleo de las tradiciones religiosas y de la enseñanza de todos los maestros es el conocimiento de lo inefable; un conocimiento en el que el sujeto que conoce se silencia hasta desaparecen en una noticia, que es luz y fuego, y en la que lo que se conoce no es nada objetivable.
Ese núcleo numinoso se expresa mediante sistemas simbólicos destinados a apuntar hacia lo indecible y a silenciarse después de haberlo apuntado. Son como un gran chambelán encargado de conducir por los pasillos de palacio hasta la sala donde está el Rey, el gran secreto. Una vez allí, abre las puertas y se retira humildemente, sin mancillar la gran sala con sus pies.
El palacio donde se encuentra la sala de los secretos, tiene muchas entradas.
Según sea la entrada, el recorrido será uno u otro, pero siempre terminará en la sala del gran secreto. Ahí termina su función de introductor.
Los sistemas simbólicos religiosos son tantos como las culturas y las circunstancias de la vida de los hombres. Nuestra actitud con respecto a ellos tiene que ser como la actitud ante el gran chambelán, dejarse guiar hasta que el guía nos abandone ante lo indecible. No debe confundirse al guía, el sistema simbólico, con el gran secreto.
Si cometiéramos esa confusión, no podríamos entrar jamás en la gran sala.
Uno se confía en el guía, no se somete, porque los sistemas simbólicos, como los chambelanes, están ahí para ser abandonados. Quienes no abandonan al sistema simbólico de su tradición, la traicionan.
El gran secreto está únicamente en la sala del silencio total y sólo se alcanza abandonando completamente el sistema simbólico. Todos los sistemas simbólicos, por igual, son solo como los chambelanes, ninguno tiene más sacralidad que otro.
En esa función de los sistemas simbólicos, no hay en ellos nada que creer, nada a lo que someterse, nada que no deba abandonarse.
Pero además, los sistemas simbólicos tienen otra función.
Cuando los grandes hombres, los maestros, penetran en la sala del gran silencio, salen con la mente, el corazón y los sentidos transformados. Entonces hablan a sus hermanos del gran silencio. Hablan de un conocimiento que es unidad sin dualidad de ningún tipo; y lo hacen con formas de decir que sean comprensibles a quienes escuchan y que sean capaces de sugerir la inmensidad de la riqueza y de la cualidad de lo que han vivido.
Quienes les comprenden, no se adhieren a su modo de decir, sino que se orientan a aquello que es imposible decir. Cada sistema simbólico es un reflejo de la luz. La luz no está en ellos; la luz está allá donde ellos apuntan y a lo que se llega cuando se los deja atrás. Si nos apegamos a ellos, se convierte en enemigos de la verdad, en barreras infranqueables, en palabrería que descarría y domina a los espíritus.
Las religiones, con mucha frecuencia, son sistemas simbólicos endurecidos, que en la medida en que se dicen exclusivos y excluyentes, proclaman que no han penetrado en la sala del gran secreto.
La función de nuestro Centro es contribuir a hacer comprender esa naturaleza dual (facilitar y obstruir) de los sistemas simbólicos religiosos. Pretendemos comprender y hacer comprender que todo sistema simbólico debe ser abandonado, y que, por tanto, todo sistema de creencias es una adhesión inadecuada a las formas de un sistema simbólico.
No somos una religión, ni pretendemos conducir a ninguna religión. Queremos hacer ver que la función de todo sistema simbólico y de toda religión es guiar al secreto de la sala del gran silencio.
Nuestro Centro pretende hacer comprender que hay que acercarse a los sistemas simbólicos religiosos desde donde estamos, desde una sociedad laica y sin creencias.
Hemos de aproximarnos a los sistemas simbólicos de las tradiciones, desnudos de creencias, tanto laicas como religiosas.
Por consiguiente, no nos interesan las religiones como tales, pero sí la gran posibilidad humana: acceder a la calidad que da el tipo de conocer y sentir de que nos hablaron las tradiciones religiosas, sus textos y sus maestros.
Hemos de hacer ver que hay que buscar la sabiduría, sin complejos ni ambigüedades, donde está: en las religiones y tradiciones espirituales; pero abandonando de ellas sus formas, creencias, exclusivismo, exclusiones y maneras
concretas de sentir, pensar, actuar y organizarse, porque son propias de sociedades fenecidas, pero aceptando su calidad de fuentes de sabiduría.
Queremos que el Centro sea un centro de estudio con voluntad no erudita sino práctica. Que las personas aprendan a acercarse personalmente a los grandes textos y a los grandes maestros para que extraigan de ellos, por sí mismos, sabiduría y maneras de hacer, manteniendo nosotros la mínima organización necesaria para facilitar ese estudio
y tanteo espiritual.
Somos miembros de sociedades globales, somos laicos y no tenemos creencias, sólo tenemos postulados y proyectos; pero tenemos noticia de las dimensiones silenciosas del conocer y del sentir humano y acudimos a las grandes tradiciones del pasado para saber como andar y realizar esa gran dimensión, cultivada durante milenios por grandes sabios de la humanidad de todas las culturas y de todos los tiempos.
Negarse a conocer la sabiduría que nos precedió por adhesión a una creencia laica o por rechazar las religiones, sería una gran necedad. Nuestro Centro quiere advertir de esa posible necedad y ayudar a evitarla.