La extraña experiencia humana de la realidad. Reflexiones

Somos unos pobres vivientes de esta tierra, fisiológicamente muy complejos, cultural y psicológicamente también complejos, pero en definitiva unos pobres vivientes necesitados de un pequeño y bello planeta. Como vivientes necesitamos comprender, sentir y vivirnos a nosotros mismos y a todo lo que nos rodea a la pequeña medida de nuestras necesidades. Pero nuestra experiencia de la realidad no es así de simple, es extraña.

             Experimentamos la realidad modelándola a nuestra medida individual y colectiva y, de manera extraña, indefinible pero real la vivimos y sentimos como ahí, como gratuita, como sin relación ninguna con nuestras cortas medidas. Y esa extraña experiencia de lo real se nos traga a nosotros mismos en su extrañeza.

            Es rara experiencia de lo real, no relativa a nuestra necesidades, que se nos traga  y nos incluye en su rareza y que nos dota de realidad absoluta, se muestra al incluirnos “como inteligente”, “como conciencia”, “como lucidez”; y decimos “como” porque estrictamente hablando no es inteligencia, ni conciencia, ni lucidez, porque esas son cosas propias de vivientes necesitados como nosotros.

            Gracias a esa extraña experiencia, que ni experiencia es, porque es noción  está ligada a la dualidad de experimentado/experienciado, nos fuerza a comprender que no somos nadie venido a este mundo y     que, por consiguiente, somos una forma de “Eso”, de la inmensidad de “lo que es”. A “eso”, a “lo que es” no le corresponde ni el término “mundo”, ni el término “es”. Podemos aludirlo únicamente como “eso innombrable”, lo que no cabe en ninguna de nuestras categorías, por generales que sean. Como esa extraña experiencia para un animal como somos los humanos, se nos tragó, nosotros mismos somos “innombrables”.

            Esa extraña dimensión de lo real, a la que da acceso nuestra condición de vivientes que hablan, no es ni una especulación, ni una creencia, es un dato que debemos poner en el centro de nuestro vivir, si no queremos alienarnos como humanos, acercándonos a la categoría de puros vivientes depredadores, tan eficaces que ponemos en riesgo toda otra existencia en la tierra y la nuestra propia.

            El centro de nuestro vivir ha de ser, si queremos ser verdaderamente humanos, esa doble dimensión de lo real a la que tenemos acceso, conscientes en todo momento de cuál es la relación relativa y cuál la absoluta. La dimensión relativa a de tener un peso relativo en nuestro vivir, y la dimensión absoluta ha de tener una dimensión absoluta.

 

No hay dos dimensiones en lo real, sino unidad absoluta

             La dimensión relativa a nuestras necesidades y la dimensión absoluta de lo real, no relativa a nuestras necesidades, no son dos dimensiones, sino una unidad absoluta.

            No se da la relación de un nivel físico y otro metafísico. Ni se da entre ellos una relación de causa y efecto.

            Que hablemos de dos dimensiones de nuestro acceso a lo real es sólo un problema de nuestra capacidad de comprensión, ligada a nuestra condición animal, no es una cuestión de la realidad.

            Nuestra capacidad de comprensión va creciendo con ayuda de las tecnociencias, pero siempre nuestra comprensión, que es una conceptualización, que sugiere un parto, será inevitablemente una modelación a la medida de nuestros sensores, de nuestra capacidad de actuación y de nuestra capacidad cerebral. Siempre habrá una distancia insalvable entre nuestros conocimientos y lo real, porque lo real no es a nuestra medida.

            Por consiguiente, el gran misterio de lo real es más una gran incógnita. Ese gran misterio, con un nivel inconcebible, con otro nivel que podemos concebir y la lucidez humana de tener noticia de los dos niveles, se encuentra en la condición humana y sólo en ella. Podríamos decir que en mí está la fuente, lo fontado y la lucidez mental y sensitiva de fuente y fontado.

            Hay que volver a insistir que la relación de fuente  y fontado no es una relación de causa y efecto, ni siquiera es una relación, porque entre fuente y fontado no hay dualidad ninguna. La lucidez de la fuente y lo fontado mismo, también es sin dualidad ninguna.

            Ese misterio de unidad y diversidad es mi propia naturaleza, sin nada añadido que sea mío como entidad en algún sentido autónoma.

            Ante este misterio, único y diverso, no cabe hablar de nacimiento y muerte. ¿Qué nacería qué moriría en esa unidad completa sin dualidad alguna?

            La unidad es diversidad, y la diversidad es unidad.

 

Lo absoluto y lo relativo, Eso y esto

            Eso, lo Absoluto, lo que no está modelado por la necesidad es “esto” nuestro mundo, el que construye nuestra condición de vivientes necesitados.

            Yo mismo soy “esto” y Eso. Eso y “esto” está en el mismo seno de mi yo.   

            Mi mente, mi conciencia, mi sentir es la mente, la conciencia y el sentir de “esto”, es decir, de las flores, de las plantas, de los animales, del sol y la luna, de los mundos inmensos, de los demás humanos. Esas facultades no son mías, por la simple razón de que no son nadie venido a este mundo, son este mundo, soy esta inmensidad.

            Eso, la dimensión absoluta de lo real no es nada meta-físico, no es tampoco un dios, ni el vacío como algo externo o por debajo de “esto” a la manera de un dios neblinoso. Entre Eso y “esto” no hay dualidad alguna.

            Mi ser es Eso, esa es mi naturaleza original. Esta afirmación significa que estoy totalmente inmerso, sin dualidad alguna con “esto”, el mundo relativo a nuestra condición de vivientes.

            La misma muerte y los males todos son “Eso-esto” Eso es no siendo en “esto”, y la muerte es la manera de ser de Eso en “esto” como unidad sin dualidad ninguna.

            ¿Cómo hay que comprender y sentir la muerte? Como Eso apareciendo y desapareciendo Eso es así, apareciendo y desapareciendo.

            La muerte revela que Eso no es esto, esto, esto y esto. Revela que Eso no se liga a ninguna forma

            La consecuencia de estas afirmaciones es que mi naturaleza propia no se liga a ninguna forma, tampoco a mi cuerpo.

            Esta es la profundidad de la gran afirmación budista “el Vacío es forma y la forma es vacío”, o la vedanta “esto es Aquello y Aquello es esto”.

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