La comprensión nos guía hacia la tolerancia y la compasión
Fragmentos de la reciente publicación del autor: REFLEXIONES SOBRE LA CUALIDAD HUMANA en una época de cambios. (Verloc, 2012)
El desmantelamiento axiológico y religioso no es consecuencia de la decadencia de las nuevas sociedades. Las nuevas sociedades industriales no son más decadentes que las sociedades del siglo XX que las precedieron. Las organizaciones filantrópicas y no gubernamentales se multiplican en todos los niveles de la sociedad, sobre todo entre los jóvenes. Las religiones no interesan, pero el interés por la espiritualidad está muy extendido y es creciente en mil formas. Ese interés por la espiritualidad es un interés por la cualidad humana, cuanto más profunda, mejor; no es interés por entidades trascendentes, ni vida de otro mundo.
Estamos en una de las grandes encrucijadas de la historia en lo religioso, en lo axiológico, en lo económico, en lo político, en las relaciones entre individuos, en la organización de la vida familiar, en las relaciones entre grupos sociales, en las relaciones entre países, y todo ello en unas sociedades globalizadas por las comunicaciones, las ciencias y las técnicas, por los mercados financieros y de productos, por la cultura y por el ocio, por las religiones y las tradiciones espirituales.
Estamos frente a una de las mutaciones más graves de la historia humana. Estamos cobrando conciencia colectivamente que debemos construirnos enteramente nuestros sistemas y modos de vida, sin contar más que con la cualidad de nuestros postulados axiológicos y con la cualidad de nuestros proyectos colectivos e individuales, derivados de nuestros postulados, que tendremos que ir construyendo al paso de los cambios rápidos y frecuentes de las sociedades de conocimiento e innovación continua.
Ya sabemos que nadie ni nada nos rescatará de nuestra incompetencia y falta de cualidad. Estamos irremediablemente en nuestras propias manos, sin que nadie ni nada nos alivie de esa responsabilidad.
Hay que investigar qué está pasado, para poder orientar nuestro futuro. Hay que investigar también las consecuencias que se derivan, en todos los ámbitos de nuestra vida, de los acontecimientos económicos, sociales, culturales y religiosos que se están desarrollando ante nuestros ojos.
Hay que estudiar lo que está pasando en nuestras sociedades para calibrar qué pasa con el lenguaje de las tradiciones religiosas del pasado y con todo su milenario legado. Hay que estudiar qué factores hacen que su hablar sea incomprensible e inaceptable para la mayoría. Y, sobre todo, hay que estudiar cómo habría que realizar la cualidad humana en las nuevas circunstancias culturales y sociales, sin tener que inventarlo todo de raíz y sin echar por la borda la herencia milenaria de cualidad de nuestros antepasados.
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Para buscar el camino de la cualidad humana en las condiciones de las nuevas sociedades europeas, lo primero que hay que hacer es comprenderlas y aceptarlas; lo mismo cabe decir de los seres humanos que generan.
Aceptar no significa estar de acuerdo y aprobar. Aceptar es comprender, no rechazar, no condenar, acoger y amar.
Nuestras reflexiones no pueden partir de una interpretación de los cambios culturales que estamos sufriendo -y que tanto están afectando a las religiones y a las iglesias, a todos los ámbitos axiológicos de nuestras sociedades y a la cualidad humana-, como una decadencia. Quien parte de ese supuesto, parte de un juicio previo, de un prejuicio; y quien parte de un prejuicio no tiene ninguna esperanza de comprender y aceptar.
Quien ni comprende ni acepta es difícil que ame lo que es, tal como es. Sin comprensión, aceptación y amor ¿qué mensaje de cualidad se puede transmitir, puesto que el mensaje sobre la cualidad ha de ser de luz y amor?
Sea cual sea la cultura, la humanidad está hecha del mismo material. Todos los escenarios culturales están construidos por seres egocentrados y depredadores, y la construcción es para seres egocentrados y depredadores.
En ese sentido, todas las culturas están igualmente alejadas y distantes del amor sin condiciones y la lucidez que nace del conocimiento silencioso.
En la situación cultural a la que hemos ido a parar, fruto de siglos de marcha, hay algo inevitable: ir a desembocar a una sociedad de innovación y cambio continuo, sin heteronomías, autónoma, sin creencias y global. Y también algo evitable: las nuevas sociedades son libres para construir un tipo de sociedad u otro, un proyecto colectivo u otro.
Con los medios científicos y técnicos de que disponemos se puede construir muchos tipos de sociedades. Las sociedades científico-técnicas de innovación y globales no tienen que ser forzosamente, ni mucho menos, neoliberales de explotación de personas y del medio.
Las nuevas sociedades también son libres para cultivar las dimensiones humanas que en el pasado cultivaron las religiones o para dejarlas en completo barbecho, con los riesgos que eso comportaría. Lo que no podrán hacer, globalmente y a medio plazo, es intentar mantener vivas las religiones, fuera del contexto cultural, social y económico en el que nacieron, se desarrollaron durante milenios y vivieron.
Los procedimientos y métodos que construyamos tendrán que tener una doble finalidad:
1º. Abrir las puertas a una cualidad humana imprescindible para la vida en las nuevas sociedades que carecen de religiones y de ideologías, y que deben gestionar la creación continua de ciencias, tecnologías, innovaciones en productos y servicios, en una sociedad globalizada. Esta cualidad humana imprescindible consiste en el cultivo de la doble experiencia de la realidad: la relativa a nuestras necesidades y la absoluta, independiente de nuestras necesidades.
2º. Abrir las puertas al cultivo de la profunda cualidad humana que la tradición ha llamado espiritualidad, que es el cultivo intensivo de la dimensión absoluta de nuestra propia existencia y de la existencia de todo.
Para una cosa y otra, habrá que aprender y enseñar a leer las tradiciones desde esta nueva perspectiva laica, sin religiones, sin creencias, sin dioses, sin epistemología mítica; y habrá que recrear los venerables métodos y procedimientos de las tradiciones, adaptándolos a las nuevas circunstancias culturales.
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La plena conciencia de la ignorancia congénita a nuestra especie, necesaria para sobrevivir como seres necesitados, conciencia programada y cultivada desde los mismísimos orígenes de nuestra estirpe, debiera conducirnos a la comprensión, a la tolerancia y a la compasión.
Tener que conformar todo lo que nos rodea y a nosotros mismos desde la pequeña y mezquina medida de nuestras necesidades, anunciadas por nuestros deseos y temores, es nuestra ignorancia original sobre “lo que es” y sobre nosotros mismos. Ese es “nuestro pecado original”; pecado sin pecado ni culpabilidad ninguna. Ese es nuestro error constitutivo del que tenemos la posibilidad de salirnos, también constitutivamente.
Por nuestro doble acceso a lo real podemos reconocer nuestro error, nuestra ignorancia, nuestro pecado sin culpa, porque podemos tener noticia clara de que “lo que es” no es como lo acota, objetiva, interpreta y valora nuestra necesidad. Podemos tener noticia clara que esa dimensión no relativa a nosotros de “lo que es” es lo verdaderamente real. Esa es la verdad, esa es la cualidad humana profunda, esa es la salvación, eso es lo que se llamó revelación, esa es la redención de la ignorancia.
Quien no comprende “eso” tiene amigos y enemigos; quien lo comprende plenamente no vive en esa dualidad.
¡Qué difícil nos es, a los pobres animales que somos, salir de la urgencia de la necesidad del día a día! ¡Qué difícil es, en esa urgencia, librarse de la tiranía de los deseos y temores, de la filtración que hacen de los recuerdos y de las expectativas y proyectos que desde ahí se tejen!
Quien no tenga una conciencia clara de nuestra ignorancia congénita y cultural, no puede tener plena tolerancia y compasión. Sin esa completa comprensión, que conduce a la total tolerancia y compasión, ni hay salida del ego, ni de la ignorancia. Y sin salida del ego y de su ignorancia no hay cualidad humana.
La plena conciencia de nuestra ignorancia original y colectiva conduce a la compasión. Pero la tolerancia y la compasión que de ahí nacen, no son conformismo, retraimiento en la propia lucidez, pasividad frente a las consecuencias de la ignorancia, sino todo lo contrario, completo compromiso, compromiso estratégico y sin condiciones.
Así son las cosas y así hay que intentar realizarlas. Pero no es fácil, ni desde el conocimiento, ni en la práctica, ni tampoco psicológicamente. Quien se ejercita seriamente en reconocer la ignorancia en sí mismo, en las personas concretas y en las situaciones y planteos culturales, está viendo continuamente el envés de la trama, la cara oscura de todo. Intenta actuar desde la luz y es respondido desde la oscuridad, intenta actuar sólo desde la compasión y es ignorado o agredido.
Esa situación es enormemente fatigante. No extraña entonces la afirmación de un hombre compasivo y paciente como Jesús que dijo: “¿hasta cuándo tendré que soportaros?” Y nosotros que no tenemos su grandeza tendríamos que añadir: ¿hasta cuándo tendremos que soportarnos?
Ver continuamente la ignorancia, en sí mismo, en las personas, en los grupos y en las instituciones, luchar contra ella, sin apenas resultados, puede fatigar el espíritu, y lo que es peor, puede llegar a oscurecer la gran afirmación, que es el signo de la completa comprensión “esto es aquello, aquello es esto”, esta ignorancia no es otra de la luz, y la luz no es otra de esta ignorancia, maya es Brahman, Brahman es maya, el vacío es forma y la forma es vacío.
El cansancio puede ofuscar la comprensión, afectar a la paciencia y a la compasión. Una paciencia plena, llena de compasión es causa y efecto de la comprensión.
El cansancio, sobre todo psíquico, es un enemigo para ver y sentir que no hay ignorancia, que no hay oscuridad, porque incluso la oscuridad es otro modo de presencia de la luz. Incluso la ignorancia de creernos alguien, por exigencias de nuestras necesidades, es un modo de presencia del ser, “de lo que es”.
La gran tarea, fuente de paz y de amor, es llegar a ver y sentir que todo es luz, que la ignorancia no existe, que es sólo una ilusión, como una alucinación irreal: la de creerse alguien, cuando nadie ni nada es.
Si se sabe y siente que la ignorancia no existe, porque nadie ni nada es, entonces nace la compasión sin condiciones por quienes viven en esa ignorancia irreal, dándola por real, causa de todos sus sufrimientos. Eso es la cualidad humana.
La compasión sin condiciones -¿quién podría ponerlas?- engendra una paciencia inacabable y una aceptación completa.
No se puede vivir, viendo la trastienda oscura de las personas, sin llegar a realizar que la ignorancia, que la oscuridad es otra presencia de la única luz. Quien ve a alguien con sus defectos, se impacienta y le cuesta aceptarlos, no salió de su propia ignorancia. Hay que ver sólo la luz, aunque con lugares en los que la luz no es tan intensa, pero sólo es luz.
Esa es la tarea que no puede ser un logro, sino un don. Pero ni la noción de tarea, ni la de logro, ni la de don son adecuadas para hablar de lo que es unidad sin alteridad ninguna.
Por consiguiente, en el camino a la cualidad humana profunda, no cabe el cansancio psíquico, -el físico puede caber-, hay que combatirlo para que la oscuridad no tape la luz, porque donde hay lucidez, unidad y amor ¿cómo no va a haber aceptación completa, paz e ilusión por todo y por la tarea?
Hay una urgente tarea por realizar: que las nuevas sociedades de innovación y cambio continuo, las sociedades de la tecnociencia poderosa y creciente, las sociedades que viven de la creación continua de conocimiento que están extendiendo la globalización a todos los pueblos de la tierra, que son, además, gestoras de la vida y del planeta, que se han quedado sin religiones, sin ideologías, sin creencias ni religiosas ni laicas, tengan procedimientos acreditados para adquirir, en sus condiciones culturales propias, la cualidad humana que precisan sin demora.
Hay que investigar y trabajar con profundidad y seriedad para que esas sociedades tengan también la profunda cualidad humana que se requiere para crear los postulados y proyectos axiológicos que tendrán que regir todos nuestros comportamientos. Sería una necedad pretender crear de nuevo toda la sabiduría que necesitamos sin heredar todo el inmenso legado de sabiduría y de cualidad de las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.
Nuestra tarea es heredar convenientemente ese legado, actualizarlo, adaptarlo a las nuevas condiciones culturales.
La tarea que nos queda por hacer es asimilar profundamente esa sabiduría, esa cualidad humana profunda de nuestros antepasados para recrearla en las nuevas sociedades industriales. Debemos recrearla de tal forma que sea asimilable, en un grado u otro, por todos los niveles de las nuevas sociedades.
No es una tarea fácil en sí misma, además contará con la incomprensión de la mayoría y la oposición dura de sectores sociales que se dicen religiosos y espirituales. Pero ¿cuándo una tarea de este estilo ha sido fácil y sin oposición?