Fuera de nosotros no hay luz
Fragmento de: Cómo percibimos el mundo. Ariel, 2012.
Cuando reflexionamos sobre nuestra propia existencia y el mundo que nos rodea, llegamos pronto a la conclusión de que todo lo que sentimos, sea real o imaginado, forma parte de nuestra mente, una entidad subjetiva, escurridiza y aparentemente misteriosa que nos permite ser eso tan especial que somos los humanos y no otra cosa diferente. Cada uno de nosotros sabe muy bien cómo es sentirse persona, es decir, humano, pero ¿cómo será sentirse chimpancé o murciélago?
Hasta para imaginarlo tenemos dificultad. Nunca estaremos dentro de la piel de un ser diferente a nosotros mismos para poder tener el sentimiento genuino de su propia existencia. Por extraño que parezca, la mente, más incluso que el cuerpo, es lo más propio y familiar que tenemos, aquello con lo que cada uno de nosotros más se identifica. A pesar de ello, analizándola introspectivamente, mirando cada uno de nosotros hacia su propio interior, podemos tener la errónea sensación de que la mene es algo añadido al cuerpo y diferente a él, en lugar de una manifestación tan inseparable del mismo, particularmente del cerebro, como el movimiento de la rueda. Aunque resulte paradójico, el único modo que tenemos de conocer nuestro cuerpo es mediante la propia mente, esa mente que él mismo genera. Es decir, es por la mente que llegamos al cuerpo del que ella depende, y no al revés.
Qué es la mente
La mente es un conjunto de funciones o procesos del cerebro, como sentir y percibir el propio cuerpo y el mundo en que vivimos, tener motivaciones y emociones, aprender y recordar, olvidar, dormir y soñar, hablar y comprender el lenguaje, etc., incluidas todas las formas posibles de pensamiento y entendiendo éste como la actividad mental que tiene lugar en ausencia de la propia cosa sobre la que se piensa. La mayor parte de los procesos mentales puede ocurrir tanto de forma consciente como de forma inconsciente, pero los procesos conscientes se basan siempre en componentes inconscientes. La estructura y la dinámica funcional del cerebro humano hacen que todos los procesos mentales estén acoplados y se influyan mutuamente. Las emociones, por ejemplo, influyen en la memoria y ésta determina buena parte de los sentimientos, del mismo modo en que lo hacen también las percepciones y las motivaciones, e incluso los sueños. De ese modo, recordamos mejor todo aquello que nos emociona, como el nacimiento de un hijo o el atentado contra las torres gemelas de Nueva York. Asimismo, nos emocionamos cuando recordamos o vemos la fotografía del ser querido que ya no está con nosotros.
Tal como ha evolucionado y funciona, el cerebro es un órgano que no tendría sentido aisladamente, sin un medio externo con el que interactuar continuamente para poder desarrollarse y funcionar. La mente extrae del medio ambiente buena parte de sus contenidos. Si la herencia biológica es el material sobre el que se esculpe la mente, el ambiente es el escultor que le da su forma. Ambos son críticos para el resultado final y el comportamiento. Una exploración profunda del cerebro y la mente debe considerar no son los factores biológicos y ambientales implicados, sino también la continua interacción entre ambos.
La mente humana funciona de tal modo que si abrimos los ojos en un día soleado sentimos que todo el paisaje que contemplamos está lleno de luz. Igualmente, el olor del desayuno matinal nos parece que está ahí fuera, saliendo de la taza de café caliente. Pero lo cierto es que esa luz y ese olor sólo existen en nuestra mente, pues son el modo en que el cerebro hace que percibamos las diferentes formas de energía que circundan nuestro entorno. Fuera de nosotros no hay luz, sólo energía electromagnética, ni olor, sólo partículas volátiles. Es decir, el cerebro, mediante la actividad electroquímica de sus neuronas, crea la mente y nos hace percibir lo que ocurre fuera y dentro de nuestro cuerpo de un modo especial y fascinante que no tiene por qué coincidir con la realidad misma, sea ésta lo que sea. Ese modo especial no es otra cosa que la percepción consciente y sus contenidos, un fenómeno que , además de dar sentido a nuestra vida, aporta flexibilidad al comportamiento y nos convierte en seres verdaderamente inteligentes.
Algunos filósofos y pensadores tienen una concepción localizacionista de la mente según la cual ésta se extiende en el entorno, es decir, se sitúa físicamente en el propio cerebro y más allá del mismo. Si analizamos detenidamente esta forma de pensar, aunque podemos admitir que los contenidos del ambiente que el cerebro captura y asimila pasan a ser parte de la mente, resulta absurdo decir que la mente está en algún lugar, sea en el propio cerebro o fuera de él, ya que, por definición, la mente no es un producto separable y, por tanto, localizable en alguna parte, sino una función, y las funciones no se ubican en ningún lugar. Lo correcto no es decir que la mente está en el cerebro, o fuera de él, sino decir que la mente es una función del cerebro en interacción con su entorno. Al lector quizá le resulte más fácil entenderlo con una metáfora. Sería absurdo decir que el movimiento está en las piernas cuando andan. Lo correcto es decir que el movimiento es lo que hacen las piernas cuando andan.
[…] Sentir que el cerebro genera la mente es algo intuitivo y quizá por eso puede parecer extraño que sabios antiguos, como Aristóteles, creyeran que radicaba en el corazón. Sin embargo, lo más probable es que si hoy no supiéramos nada o casi nada sobre las funciones del cerebro, nosotros podríamos cometer también el mismo error, ya que, en condiciones normales, no existe ninguna señal, aparente o tácita, que nos indique que es el cerebro y no otro órgano de nuestro cuerpo el que piensa. El que los ojos estén en la cabeza y la visión sea un importante componente de la mente no fue suficiente para que muchos sabios antiguos llegasen a atribuirla al cerebro. Hoy no albergamos dudas de que el cerebro humano, el órgano más complejo que existe en el universo conocido, es quien genera y controla los procesos mentales y el comportamiento. Pero, ¿cómo lo hace?, ¿cómo es posible que un órgano material genere algo aparentemente tan inmaterial, subjetivo y complejo como la mente humana?
Ante el reto de responder a estas preguntas hemos de pensar que es nuestro propio cerebro y no otro órgano más inteligente o superior a él quien debe contestarlas y, por tanto, quizá antes que nada deberíamos preguntarnos si puede o no el cerebro humano entender su propio funcionamiento y llegar a saberlo todo sobre sí mismo.
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Ignacio Morgado es catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona.