Acerca del cultivo de la calidad humana

¿Qué entendemos por calidad humana?

-La madurez en las actitudes y en las valoraciones.
-Equilibrio en los enjuiciamientos y actuaciones.

-Sensibilidad para comprender actitudes y sentimientos de otros y para  responder adecuadamente.

-Capacidad de simpatía, de sentir con el sentir del otro, y de compasión.

-Capacidad para comprender a los otros, con la mente y con el corazón.

-Capacidad de comunicación, que es más que capacidad de transmitir informaciones, porque incluye aceptar la diversidad de valoraciones y actitudes.

-Capacidad para hacerse cargo de las situaciones, no sólo mentalmente, sino afectiva y sensitivamente.

-Capacidad para prospectar situaciones futuras, mental y sensitivamente.

-Capacidad para valorar las personas y las situaciones y para trasmitir a otros esas valoraciones.
-Capacidad de generar proyectos que motiven en las situaciones concretas.

-Capacidad para adaptarse a las situaciones cambiantes.

La calidad humana es, pues, lucidez mental, orientación en los criterios, calidez sensitiva y buen juicio para sospesar personas, situaciones, proyectos que convengan a las situaciones. La calidad humana no es algo que surja espontáneamente. Se requieren procedimientos para crearla y cultivarla.

            La calidad humana, se presente donde se presente, tendrá que tener tres tipos de rasgos fundamentales. Esos rasgos fundamentales constitutivos son actitudes y aptitudes, no contenidos ni criterios.

            Primer rasgo: tener interés por la realidad; un interés mental y sensitivo, cuanto más intenso y apasionado, mejor. El interés pide una atención despierta, en estado de alerta. Tanto el interés como la alerta deben ser agudas y continuadas, cuanto más, mejor.

            Segundo rasgo: adquirir capacidad de distanciamiento de las realidades por las que estoy interesado; una distancia que es desapego, des-implicación. Y eso en el mismo acto de interesarse profundamente por la realidad, en un completo estado de alerta. Esa distancia y desapego comporta una desidentificación de sí mismo y de la situación en que uno pueda encontrarse. Por la distancia, el desapego y la desidentificación, el ego, sus temores y deseos quedan olvidados y silenciados.

            Se cultiva la distancia + el desapego + la desidentificación, no porque se sea indiferente la realidad que se considera y a la que se vuelve toda la capacidad de las facultades, sino precisamente porque esa realidad interesa profundamente.

            Sin distancia, sin desapego y sin desidentificación de la situación y de uno mismo, no se puede hacer justicia a la realidad que se presenta. Los caracteres de este segundo rasgo de la calidad son hijos del amor y la pasión por la verdad y la realidad, es decir, son hijos del interés mental y sensitivo por lo real.

            Tercer rasgo: la capacidad de silenciamiento interior completo. Hay que hacerse capaz de silenciar por completo las interpretaciones habituales, las valoraciones habituales de la realidad; hay que conseguir parar por completo las formas habituales de actuar y hay que poner en un paréntesis completo lo que son las normas, de hecho intocadas, de vivir.

            Sólo ese silenciamiento completo de los patrones de lectura, valoración, actuación y de viva puede permitir el acercamiento limpio, franco y desinteresado de uno mismo, por puro interés por la realidad. Sólo apartando de mi mente y de mi sentir de todos esos patrones que modelan la realidad desde mí, le doy posibilidad de que se me muestre otra cara, que se muestre tal como es.

 

           El resultado de la suma de estos tres rasgos es una actitud de total y completo interés por la realidad, en agudo estado de alerta, con distancia, desapego y silenciamiento interior completo, para así bloquear las interferencias que puedan impedir un acceso a la realidad misma,  sin mis proyecciones sobre ella.

            Estos tres tipos de rasgos, que definen a la calidad humana, son inseparables. Si falta uno de ellos, sea el que sea, la calidad no se dará.

            A este paquete de rasgos, internamente articulados, le llamaremos calidad humana, o método laico de silenciamiento. La calidad humana y el silenciamiento, se presenten donde se presenten, tendrán que tener esos rasgos, con su trabazón interna.

            Donde se den esos rasgos, sea en el cultivo de las ciencias, en el de las artes, en el de las actitudes axiológicas humanas o en las espirituales, se dará calidad. Donde no se den, no habrá calidad.

            Dicho de otra forma: donde nos veamos forzados a tener que reconocer calidad humana, sea en el ámbito que sea, estarán claramente reconocibles esos rasgos. Si no están, podremos apostar que no habrá calidad, aunque pueda parecerlo.

 

            La adquisición del conjunto inseparable de los tres caracteres (interés, distanciamiento y silenciamiento, que llamaremos IDS, para hacerlo gráfico y corto) es el logro de la “calidad humana” básica y fundamental.

            No es sólo la condición indispensable para la adquisición de la calidad humana, ni un simple método, aunque funcionará como un método; esa actitud y aptitud es “la calidad misma”, sin que se requiera ninguna ulterior determinación para poder ser considerada calidad humana.

            Si IDS no fuera calidad humana completa en sí misma no podría ser la base en la que hacer pie para la creación de postulados axiológicos y de proyectos de futuro.

            Cuanto más profundo y radical sea el interés por las realidades, cuanto mayor sea la distancia de los apegos e intereses personales al considerar las cosas, las personas y las situaciones, y más completo sea el silencio de toda previa interpretación, valoración y de los hábitos de actuación con respecto a las realidades a las que se vuelca la atención y la alerta, mayor será la calidad humana que se posea y mayor la calidad de lo que desde esa actitud se construya.

 

¿Cómo acrecentar, en la práctica, el “interés”(I) por las realidades en sí mismas, y no por las ventajas o desventajas que puedan suponer para nosotros?

Fomentando el interés por las cosas, personas, situaciones, problemas. ¿Cómo? 

-1º. Concentrándose en esas realidades, intentando comprenderlas lo mejor posible cómo son, por qué son así, cómo han llegado a ser así, cómo se resolverán verosímilmente en un futuro próximo, medio, lejano.

-2º. Intentando comprender en qué situación están, de dónde viene esa situación, dónde parece que van a la corta y a la larga, qué proyecto podría diseñarse sobre ellas.

-3º. Dejar que vengan a la mente todos los pensamientos que se refieran a esas cosas, personas, situaciones, problemas; igualmente dejando aflorar todo tipo de sentimientos. Observar con detención unos y otros. Hay que observarlos y conocerlos para poderse liberar de ellos y tener la posibilidad de acercarse a las realidades en ellas mismas.

-4º. Observar con atención todos los pensamientos y sentimientos con relación a las cosas, personas, situaciones o problemas por los que nos interesamos, procurando comprender de dónde brotan, a dónde apuntan, qué pretenden.

-5º. Después de todo ese trabajo, detener el pensar y el sentir sobre esas cosas, personas, situaciones, problemas, sin prisa ninguna, sin pretender nada, sólo buscando poner todas nuestras capacidades mentales y sensitivas en estado de alerta para advertir inmediatamente y directamente su existir mismo.

-6º. Para conseguir concentrarse en esas cuestiones, silenciando ahora todos nuestros pensares, sentires y actuaciones, observar el existir mismo de las cosas, las personas, las situaciones, los problemas; observar su puro existir desde una actitud silenciosa; detenerse en esa observación, todo lo que convenga, hasta llegar a comprender y sentir el existir de la realidad misma en ella misma.

-7º. Esta observación en completo silencio de mente y corazón posibilita tres cosas:
            a). Poder responder adecuadamente a ese objeto, persona, situación o problema, y no desde nuestros deseos, temores, recuerdos y expectativas.  b). Adentrarse en el misterio del puro existir, concretado en esas formas, pero que las trasciende.  c). Conseguir el vigor certero de responder adecuadamente a cosas, personas, situaciones y problemas, desde un nivel de nosotros mismos que está más allá de lo que constituye nuestros deseos, temores, recuerdos y expectativas, todos ellos constitutivos de nuestra individualidad. Ellos son los que malinterpretan y deforman las realidades.

Así el beneficio de interesarse por las realidades tiene un doble fruto, cuya frontera es casi imperceptible:            a). Poder comportarse adecuadamente con las realidades y no según nuestros prejuicios, deseos, temores y expectativas.  b). Poder ponerse en contacto con el puro existir de las cosas, las personas, las situaciones y los problemas, hasta el punto en el que la forma concreta de su existencia entra en un segundo plano, para dejar que brille por sí mismo el puro “estar ahí”, el “puro existir” en todo su esplendor.

            Así se muestra que la cualidad del interés por las realidades en ellas mismas, empieza teniendo utilidad, y una gran utilidad, y termina –aunque no siempre, ni necesariamente- desembocando en la pura gratuidad, en el puro interés mental y sensitivo.

            El puro interés mental y sensitivo por todo eso que es, tal como es, es amor, no como mero sentimiento, sino como unidad entre el observador y lo observado. El observador que amando se interesa por las realidades porque sí, porque “están ahí”, ya no es un sujeto de necesidades, es él también puro existir que observa el puro existir. Eso es ya no-dualidad, es unidad, es interés y es amor.
            Ahí estamos ya en el ámbito de la sabiduría, de la espiritualidad pura, de la cualidad humana profunda. Pero sólo cuando el interés por las realidades se esfuerza en un interés sin referencia al propio beneficio, puede llagar a ser verdaderamente útil y certero, y luego espiritual o de cualidad humana profunda. Partir de un interés desinteresado es posible a nuestra especie por su doble experiencia de lo real. Veremos en otra ocasión que la ciencia, el arte y otras actitudes humanas lo hacen.

Como hemos podido apreciar el cultivo del interés se presenta como inseparable del distanciamiento y el silenciamiento, pero en este apartado hemos intentado remarcar el aspecto de “interés”.

            El interés por las realidades, sin pretensión alguna, es la raíz del distanciamiento y el desapego de las propias ventajas, y es la raíz del silenciamiento interior. Sin ese interés, las otras cualidades no pueden existir. Pero, a la vez, tanto la capacidad de distanciamiento y desapego, como el completo silencio interior, son condición sin las cuales el interés auténtico por las realidades no puede desarrollarse.

 Las funciones del distanciamiento-desapego en la práctica.

          Para que pueda despertarse el auténtico interés por las cosas, y no el interés por nosotros mismos a través de las cosas, es preciso no estar implicado en ellas; es preciso dar un paso atrás, situarse como un espectador no afectado por cosas, personas, situaciones o problemas.

            Si no se es capaz de acercarse a las realidades, sin que se impliquen los propios deseos, temores, recuerdos y expectativas, no hay acceso a lo real como en sí es y no como lo lee nuestro temor/deseo y sus secuelas.

            La no implicación, el paso atrás, el desapego de las cosas, personas, situaciones, posibilita interesarse por esas realidades en sí mismas. De hecho, la no implicación, el paso atrás, el desapego es sólo alejarse de los propios deseos y temores, de los recuerdos y expectativas que desfiguran las realidades y, por ello, desvían nuestras posibles actuaciones sobre ellas.

            Los deseos/temores (todo deseo es simultáneamente, y en el mismo sentido, un temor), apoyados en los recuerdos conscientes y, sobre todo, inconscientes, generan expectativas con respecto a las cosas, las personas y las situaciones. Las expectativas jamás se corresponden con la realidad, precisamente porque están generadas por nuestros deseos/temores.

             La realidad no es, ni está estructurada según nuestros deseos/temores. Nuestros deseos/temores son un paquete de éxitos y frustraciones, que se convierten en deseos/temores, reunidos al azar en nuestras primeras relaciones humanas como vivientes, y reafirmados en nuestro interior con el paso del tiempo, por el uso que los confirma.

             Nuestros deseos/temores, constitutivos de nuestra individualidad, funcionan como patrones de todas nuestras interpretaciones, valoraciones y actuaciones. Esos patrones son inconscientes y su uso no hace más que confirmarlos. Lo que nos dice ese patrón sobre las realidades, determina nuestros recuerdos y construye nuestras expectativas.

           Se puede afirmar con fundamento, que las expectativas jamás se cumplen por completo o no se cumplen en absoluto, porque la realidad no es como la configuran nuestros deseos/temores, recuerdos y expectativas. La realidad siempre se sale de nuestras expectativas, siempre las contradice, de una forma suave o brutal, pero siempre las contradice y las niega.

              No hay posibilidad alguna de poderse acercar a las realidades mismas e interesarse por ellas, y no por las expectativas que inconscientemente y consciente generamos con respecto a ellas, si no es dando un paso atrás respecto a esos temores, recuerdos, deseos y expectativas; si no es desimplicando toda nuestra actitud personal en nuestra relación con las realidades; si no es mirando las cosas, las personas y las situaciones con desapego, como si no tuvieran nada que ver con nuestro provecho.

              La distancia y el desapego es la condición indispensable para poderse interesar por las cosas y no primeramente por nosotros mismos con relación a las cosas.

               Nuestra condición de persona, nuestra individualidad, es ese paquete de deseos y temores y sus acompañantes. Si comprendemos, sentimos y actuamos desde ahí, erramos siempre. Para conocer las realidades como son, y no como las modela y las finge nuestra persona, y así actuar convenientemente, hay que desimplicarse de la propia personalidad, hay que dejarla a un lado, hay que mirar las cosas desde detrás de ella.

              Practicar el paso atrás, el distanciamiento y el desapego no es una actitud religiosa (aunque las religiones la hayan usado abundantemente), es, simplemente, una actitud capaz de generar sabiduría, que además es una condición esencial -¿cómo no iba a serlo?- para el camino espiritual o, lo que hoy diríamos, es imprescindible para conseguir la cualidad humana profunda.

              Hay que ejercitarse y articular procedimientos para mirar las realidades desde un paso atrás de la propia persona y su estructura espontánea. Eso supone aprender a mirar las realidades, personas y situaciones, con distanciamiento, como si no fueran conmigo y con los míos.

            Después hay que buscar procedimientos para conseguir un pensar y un sentir desapegado, es decir, autónomo de mis intereses, deseos, temores y expectativas. Estos procedimientos pueden y deben hacerse metódicamente, progresivamente.

             No puede darse distanciamiento y desapego de mis propios provechos, sin que se haya despertado un auténtico interés por la realidad , una noticia de la realidad en sí misma, en su riqueza y verdad propia, que es siempre más grande y diversa que los moldes en los que mis expectativas intenta encuadrarla y modelarla.

             Así pues, el interés sin condiciones por las realidades y el distanciamiento y desapego dependen uno del otro, son causa y efecto uno del otro.

 La utilidad y riqueza profunda del silenciamiento interior

            El silenciamiento interior está dependiendo del interés real por las cosas y las personas,  sin las condiciones que el yo impone, y está dependiendo del distanciamiento que acompaña  a ese interés y del desapego que le exige. Pero, a la vez, ni el interés por las cosas mismas, ni el distanciamiento y desapego de los propios deseos y temores podrían darse sin que estuviera presente el silenciamiento interior de deseos, temores, recuerdos y expectativas y sin que se produzca el acallamiento de la lectura e interpretación que hace el individuo de toda realidad, sea cosa, persona o situación.

            Sin el silenciamiento interior de todo el aparato valorativo e interpretativo de lo real que hace la persona, el ego, no hay posibilidad alguna de acercarse a las realidades en sí mismos, en su propio ser, en su propio valor, en su propia situación, en su propio mensaje.

            Sin silencio interior las cosas y las personas nos dicen lo que nuestras expectativas, hijas de nuestros deseos y temores, les dictan. Sin silencio interior, las realidades no tienen ninguna posibilidad de decirnos su propio mensaje, su propia realidad. Por consiguiente, sin un grado u otro de silencio interior, no es posible valorar adecuadamente las realidades, ni interpretarlas convenientemente, ni menos actuar correctamente con ellas.

            El silencio interior abre las puertas al interés real por las cosas y personas y posibilita el distanciamiento y el desapego.

            Resulta pues, que el silencio interior, el interés sin condiciones por las realidades en sí mismas, el distanciamiento y desapego, son tres aspectos de una misma actitud. Esa actitud es la base de la sabiduría humana, de la cualidad y de la cualidad humana profunda o, como la llamaban nuestros antepasados, de la espiritualidad.

            No hay saber ninguno que no exija esa triple actitud que significaremos con las siglas IDS (Interés, Distanciamiento, Silenciamiento). No hay cualidad humana ninguna que no se base en IDS, ni hay espiritualidad posible que no se fundamente en un cultivo intensivo de IDS.

            Las tradiciones espirituales y religiosas han articulado, a través de los siglos, procedimientos de muchos tipos, más sencillos y más sofisticados, para conseguir el silenciamiento interior.

            Parece como si las tradiciones opinaran que la entrada al terceto IDS es más fácil y metódicamente más manejable empezando por el cultivo del silencio interior. Al silencio interior, cuando es real, le sigue el distanciamiento y el desapego; y al distanciamiento y al desapego le sigue el interés sin condiciones por la realidad.

            Es como si las tradiciones dijeran: “Silencia tus deseos, temores, recuerdos y expectativas, porque son el obstáculo al acceso a la realidad. Si te silencias, podrás acercarte a las cosas y a las personas sin que tu propia persona y toda su estructura se vea implicada. Con ese desapego, hijo del silencio interior, podrás ver realmente las cosas como son, y podrás ponderar su propia situación, podrás actuar convenientemente  y, además, podrás conocer el mensaje bello, cierto, inesperado y siempre más allá de lo que puedas concebir de la realidad”.

            Volvemos a encontrarnos con que el silencio es la condición indispensable de la sabiduría, de la cualidad humana e incluso de la cualidad humana profunda o espiritualidad. El silencio puede ir de los niveles más elementales a los más inconcebibles y sublimes. IDS es la condición de la ciencia, del arte, de todo saber verdadero, de la cualidad humana, de la ética de cada situación, de una actuación correcta y eficaz y, además, de la espiritualidad o cualidad humana profunda.

            IDS muestra, además, que la cualidad humana, la ética y la espiritualidad, no dependen de sistemas de creencias ni de religiones. La posibilidad de cultivo de IDS se deriva de nuestra condición de animales que hablan; es, pues, una posibilidad intrínseca y necesaria de nuestra especie y es, por consiguiente, perfectamente laica, aunque durante milenios se haya cultivado en el contexto cultural de las religiones y sus sistemas de creencias, es decir, en el contexto de la epistemología mítica. Sin embargo, esta condición perfectamente laica, no religiosa de IDS y de las posibilidades también completamente laicas de su cultivo, no debe hacernos olvidar que el lugar donde durante más de 2.500 años se ha cultivado más temáticamente, más explícitamente, ha sido las religiones y corrientes espirituales de la humanidad.
             Calidad y silenciamiento son dos caras de una misma realidad. Nuestra herencia es el inmenso legado de todas las tradiciones de sabiduría y de silencio de la humanidad. De ellas podemos aprender cómo iniciarnos en esa sabiduría que es calidad y silencio y cómo crecer en ella.

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