Conferencia pronunciada en la Universidad Nacional de Costa Rica, con motivo de la inauguración de las “Jornadas Interinstitucionales: Pedagogía, Valores y Espiritualidad” (Heredia; San José, febrero 2010)
En primer lugar deseo agradecer la invitación a participar en estas Jornadas. Poder compartir con ustedes la reflexión y la tarea pedagógica que vamos llevando a cabo, así como tener la posibilidad de conocer el trabajo que están realizando aquí, nos será de gran ayuda para afinar, ampliar perspectivas y tomar en consideración nuevos aspectos y realidades.
Desde hace ya unos años -desde el equipo pedagógico del CETR (www.cetr.net) de Barcelona en el que trabajamos- nos ocupa el dar con formas aptas para facilitar el desarrollo interior de niños y niñas. Lo hacemos en colaboración con varios centros educativos trabajando en proyectos que puedan ayudar a ese desarrollo.
No hay sociedad que no haya cultivado la calidad humana. ¿Por qué entonces hablamos de reto pedagógico del siglo XXI? ¿Qué tiene de peculiar este siglo XXI?
¿Cuál es la novedad?
Estamos tan necesitados hoy como siempre de calidad interior, de grandeza humana, de valores, de esos valores que hacen anteponer el interés colectivo al individual. De esas actitudes que nos llevan a decir que una persona es sabia, es compasiva (es decir: sabe situarse en la piel del otro); que no sólo respeta sino que se compromete con el bien del otro, con el del planeta… que se compromete con el Bien, con la búsqueda de la verdad. Que no sólo “tolera” al otro, al diferente, sino que comprende y acepta desde esa comprensión.
La base sobre la que se asienta y florece esa madurez humana interior –la “calidad humana”– no es el voluntarismo, ni la adquisición de una serie de competencias. La base, en el siglo XXI, en el X o en el –I es y ha sido siempre la experiencia plena, directa, de la realidad. Una experiencia significativa de la realidad, lo menos filtrada posible por mis propios intereses. Esa capacidad humana de interesarse profunda y gratuitamente por la existencia, de dejarse impactar por el existir, es lo que se despliega y toma cuerpo en los hombres y mujeres de calidad (con “espíritu”, con madurez interior). También en el siglo XXI. La naturaleza humana es la misma, la base es la misma, no somos peores. Pero lo que está quedando modificado a toda velocidad es el escenario en el que establecemos la relación con la realidad, cómo la interpretamos, cómo vivimos.
Los niños y niñas de todos los tiempos han aprendido a ser plenamente humanos en relación con sus mayores y en contacto con la realidad, en las condiciones de un determinado entorno social y natural. Pero ese entorno está cambiando a un ritmo tal, la relación con los mayores y con el mundo se está transformando tan rápidamente, que hay que buscar las formas de adecuar los modos en los que se enseña a ser, los modos en los que se pone a niños y niñas en camino hacia la maduración de una forma integral, tomando en consideración todo lo que nos constituye como seres humanos. Y habrá que darse una cierta prisa, si no queremos tener generaciones faltas de sentido de vida, faltas de motivos para amar la vida, para comprometerse con ella, para gozar, para entregarse. De ahí estas reflexiones.
Veamos dónde se sostiene el cultivo de la madurez interior. Veamos algunos de los rasgos peculiares de este siglo XXI; y saquemos de todo ello alguna consecuencia.
¿Cuál es el fundamento de la calidad humana?
El interés interesado por la realidad, lo compartimos con todas las demás especies animales, ese interés que valora la realidad por lo que puede aportarle, que la valora en función de las necesidades, ese, los humanos lo compartimos con los monos capuchinos, con los pizotes o los mosquitos. Pero ese interés interesado no es el que da sentido a la vida, simplemente mantiene en funcionamiento el engranaje para sobrevivir. No es negativo, somos animales, animales sociales con unas necesidades a cubrir. Si dejara de funcionar el interés interesado sería un suicidio colectivo. Pero lo que no hay que olvidar es que lo peculiar de los seres humanos, es que además de mirar hacia el mundo y los demás en función de lo que necesitamos, somos capaces de mirar y sentir gratuitamente, por el interés mismo de lo que aquí hay; porque las cosas están aquí –existen- y son dignas de veneración.
Y sólo desarrollando ese interés gratuito, genuino, es cuando puede vivirse la realidad como experiencia significativa, sólo desde esa atención hacia lo que existe nos podemos dejar interpelar por lo que aquí hay, por ese “corazón que palpita a través de las venas del Universo” –dirá Raimon Panikkar-. Un dejarse interpelar que está en la raíz de la capacidad de comprometerse, en la raíz de un compromiso pleno con la existencia que va mucho más allá del voluntarismo.
Esa capacidad de valorar la existencia es la fuente, la base de la verdadera calidad humana. Emoción fundamental humana, actitud interior de interés gratuito, por que sí, porque lo que tenemos delante y lo que somos se lo vale. Por sí mismo. La capacidad de interesarse no se impone, no es una orden. Pero puede favorecerse, eso sí. Y favorecer pasa por dar la posibilidad a los niños y niñas de una relación lo más enriquecedora posible con la realidad, con los otros. ¿Cómo hacerlo?