El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana

El conocimiento silencioso. Las raíces de la cualidad humana
Una selección de textos a cargo de Teresa Guardans
Autor: Marià Corbí
Edición: Fragmenta, 2016. 304 p.
Colección Fragmentos, 37
ISBN: 978-84-15518-43-3

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Marià Corbí se propone dar una fundamentación laica, sin creencias ni religiones, a lo que nuestros antepasados llamaron espiritualidad y que él prefiere denominar sabiduría o cualidad humana profunda, ya que hablar de espiritualidad presupone una antropología basada en la contraposición entre cuerpo y espíritu.
El punto de partida de Corbí no es ni creyente ni religioso, sino antropológico, cultural y social. Su preocupación central es cómo concebir y favorecer hoy el cultivo de la sabiduría en un presente en el que las formas tradicionales de vivir las dimensiones hondas de la existencia han quedado desplazadas, así como las palabras que servían para hablar de esta posibilidad.

Leemos en la introducción:

          Conocer desde el silencio, sería el rasgo esencial de quienes desarrollan su “humanidad”, su cualidad humana; se relaciona con la capacidad de interesarse plenamente por lo que existe, más allá de las motivaciones de la necesidad. En el desarrollo de esa cualidad estaría la clave de la experiencia de admiración, sorpresa, profundo respeto, compromiso; la clave de la capacidad de interés gratuito por la existencia en todo su despliegue. La misma creatividad, la posibilidad de innovación y el pensamiento libre de prejuicios y preconceptos, encontrarían ahí su raíz. “Conocer desde el silencio” posibilita una vida que no queda atrapada en las dinámicas de la repuesta a las necesidades personales, sino que logra ver, comprender, sentir y actuar más allá de los límites que marca la egocentración, desde la plenitud de las posibilidades humanas.

            ¿Tiene algo que ver ese silencio con la espiritualidad? ¿Cuál sería la relación entre el conocer silencioso y la experiencia espiritual? Será uno de los temas que veremos en esta compilación. Cuando se pensaba y se vivía al ser humano como constituido de “materia” y “espíritu”, referirse a lo “espiritual” era apuntar a todos aquellos aspectos sutiles de la vida, los más finos, elevados, gratuitos… “Espiritualidad”, o el cultivo de lo espiritual, significaba afinar el ser, ayudarle a desarrollar sus posibilidades de verdaderamente ser. Pero la antropología ha cambiado, interpretamos el fenómeno humano desde la perspectiva de tramas psíquico físicas en íntima interacción, en simbiosis con el conjunto de tramas de la vida, bajo el peculiar sello de la capacidad lingüística. ¿Dónde ubicar las fronteras entre lo “material” y lo “espiritual”?

            El desarrollo de la exploración de la psique y de los procesos cognitivos, va dejando al “espíritu” tan vacío de contenido que casi sugiere algo ajeno al ser humano mismo. Hasta tal punto que, hoy, la palabra “espiritualidad” evoca en no poca gente la idea de ensimismamiento, desconexión de la vida real, escapadas a mundos extraños… En correspondencia con las antropologías contemporáneas, ¿cómo apuntar a un desarrollo humano pleno, en las dimensiones propias de aquello que nos hace humanos? Buscando evitar equívocos, veremos que Corbí optará por la expresión “cualidad humana”:

Propongo sustituir el término “espiritualidad” por el de “cualidad humana profunda”. Nos vemos forzados a abandonar el término “espiritualidad”, porque sugiere y va ligado a un tipo de antropología, de cuerpo y espíritu, que ya no es la nuestra y que se presta a ser mal interpretada o simplemente rechazada, y con razón.
Lo que nuestros antepasados llamaban “espiritualidad” es una peculiar forma de funcionamiento de nuestras facultades mentales, sensitivas, perceptivas y activas; es una forma de funcionamiento que, por su valor intrínseco, llamaremos “cualidad”. Se trata de una cualidad propia de nuestra especie, que arranca desde nuestra misma base biológica: desde la modelación que hacemos de la realidad desde nuestro aparato sensitivo y motor, desde nuestro cerebro, desde nuestra condición simbiótica y sexual, desde nuestra condición de animales que hablan; por eso la llamo “cualidad humana”.
Esa cualidad humana, que podríamos también llamar “sabiduría”, es una manera de comprender, sentir y actuar, interesada verdaderamente por las realidades, ponderada y, por ello, con capacidad de distanciamiento de los propios deseos, temores, expectativas y prejuicios; capaz de acercarse a las cosas y personas siempre de forma nueva, porque es capaz de silenciar todo lo que nuestra condición de vivientes necesitados espera y proyecta sobre las realidades, para conformarlas a la medida de nuestros intereses
.

            Silencio ¿de qué? No se trata de una ausencia de ruidos, ni de no pronunciar palabra. Se trata de dejar espacio a una lucidez atenta, sin la curvatura que imponen la exigencias del yo. Se trata de bajar el volumen de la egocentración, el de un yo que ocupa todo el escenario mental con sus demandas, expectativas o miedos, para poder sentir la presencia de lo que nos rodea, de lo que hay, aquí, ante nuestros ojos y en nosotros mismos.
Cultivar el conocimiento silencioso es ejercitar el querer, el pensar y el actuar más allá de los cortos límites que marca el yo. Fomentar un interés incondicional, por todo; ejercitar el distanciamiento en relación a nuestras necesidades y sus exigencias; practicar el silencio interno, de la mente y del sentir… Todo ello para propiciar un acercamiento a las cosas, a las personas, siempre nuevo, dejándoles decir lo que pueden decirnos, y no lo que nuestra necesidad impone que digan. Entonces es cuando el conocimiento humano es más que una suma de conocimientos.