DÓNDE NO HA LLEGADO LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

¿Es necesario educar para la convivencia? La implantación en España de una nueva asignatura, «Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos», y las reacciones generadas a raíz de ello, han puesto en evidencia algunos de los retos sociales que tenemos planteados y que requieren un esfuerzo colectivo.

El decreto del Gobierno en referencia a los objetivos de la asignatura en la educación Primaria, explica que el aprendizaje del área va más allá de unos conocimientos concretos y se propone trabajar por una práctica escolar que estimule el pensamiento crítico y la participación, que facilite la asimilación de los valores en los que se fundamenta la sociedad democrática con el objeto de formar futuros ciudadanos responsables, participativos y solidarios. En la misma línea se expresa el decreto de secundaria: la materia busca el pleno desarrollo de la personalidad en relación al respeto de los principios democráticos de convivencia, los derechos y las libertades fundamentales. Una acción educativa que debe permitir a los jóvenes asumir de manera crítica, reflexiva y progresiva el ejercicio de la libertad, de sus derechos y de sus deberes individuales y sociales en un clima de respeto hacia los demás y las opciones morales, políticas y religiosas distintas de la propia.

Teniendo en cuenta la imperiosa necesidad de llegar a disponer de nuevos modelos para alcanzar un tejido social armónico y vivo, esta declaración de intenciones parece impecable. Aún así algún colectivo se ha puesto en pie de guerra contra la asignatura (en concreto, algún sector de la Iglesia Católica). La crítica que formula la Conferencia Episcopal cuestiona el derecho del Estado a formar la conciencia moral cívica del conjunto del alumnado de los centros educativos. En su argumentación, la Conferencia no deja prácticamente margen a una base ético compartida por el conjunto del alumnado.

Sociedad que vive en constante transformación y movimientos migratorios: dos rasgos de nuestro mundo, dos realidades (interrelacionadas pero distintas) que exigen compromiso y riesgo. Resultaría una actitud muy irresponsable dejar que las aguas encuentren su curso allá donde puedan. La sociedad que vive del cambio y en el cambio constante necesita nuevos instrumentos culturales para poderse orientar, gestionar y desarrollar. Ya no valen las venerables formas del pasado que servían para transmitir el saber, las habilidades y el sentido de la existencia de una generación a otra de forma estable y fiel. A nuestro presente no le puede bastar heredar valores del pasado para poderse orientar; necesita poder contar con habilidades y saberes que la capaciten para implementar nuevos entornos constantemente, desde la comprensión y el análisis, necesita afinar en su capacidad de prospectiva, y ojalá sea capaz de asumir todo ello desde una profunda calidad humana y un genuino interés por todo lo que existe.

Y cuando no habíamos todavía superado los primeros pasos de ese aprender a aprender en todos los frentes, nos hemos encontrado con un nuevo reto: el nuevo rostro plural que, a un ritmo vertiginoso, están adoptando nuestras sociedades. Cataluña –sin ir más lejos- ha recibido más de 600.000 inmigrantes desde comienzo de esta década. Lograr la creación de unas sociedades cohesionadas en la diversidad, capaces de asumir –sin agrietarse- la constante incorporación de personas y grupos de procedencias tan diversas, no será fácil, pero tampoco es imposible. Que no saldrá solo también es evidente. Que algo habrá que hacer para lograrlo, está bien claro. Y ese algo incluye el cultivo de una ética colectiva, un esfuerzo de formación en el marco de la enseñanza obligatoria. ¿Dónde sino?

Por ello, bienvenida sea la iniciativa de una asignatura que sin lugar a dudas favorecerá el debate y el análisis, favoreciendo que la participación en la sociedad se lleve a cabo desde una comprensión más amplia de la realidad que la que otorga la perspectiva particular de cada grupo social o familiar. Una asignatura que contempla las relaciones de género, los sistemas familiares, la violencia, la autonomía personal, la educación viaria…, una gran diversidad de temas. Pero que olvida -¡lástima!- la presencia del hecho religioso en la sociedad. Es posible que esa ausencia responda a un intento de evitar confrontaciones previas a la aprobación de la ley. O, quizás, a considerar que el tema religioso no es susceptible de ser abordado desde la razón. O… ¡a saber!

¡Lástima! –insistimos-. Ya que una vez más se está perdiendo la ocasión de estudiar el ámbito religioso como realidad social y cultural, capaz de ser abordado –como toda realidad humana- desde el análisis, la reflexión, el debate libre… Una vez más se olvida que existen las ciencias de las religiones para ayudarnos a comprender los elementos que configuran este ámbito, en la complejidad que le es propia; su evolución, su realidad en el entorno contemporáneo. Una vez más, se ha optado por esconder la cabeza bajo el ala dejando que las aguas vayan allá dónde quieran o puedan. Una vez más se ha desestimado la ocasión para salir al paso de la ignorancia de los chicos y chicas, para superar visiones sesgadas, en relación a una realidad que, no por ignorarla, dejará de formar parte de nuestro entorno. Chicos y chicas que acabarán su formación sin poder disponer de aquellas herramientas intelectuales que podrían ayudarles a discernir, distinguir y valorar entre toda esa diversidad y complejidad de rasgos que presenta el paisaje religioso.

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