Dejarse tocar por cada paso que paso
Selección de la obra de Rafael Redondo El brotar del asombro: intuiciones, fulgores, pensamientos… (Mensajero, 2012)
Habitar cada momento es habitar el cuerpo. La escucha que es apertura; la atención al Gran Silencio.
Abrirse no solo a lo que sucede, sino a lo que somos. Atentos a la Vida, con el dedo alzado de aquel maestro zen.
Habitar cada momento es habitar el cuerpo. La escucha que es apertura; la atención al Gran Silencio.
Abrirse no solo a lo que sucede, sino a lo que somos. Atentos a la Vida, con el dedo alzado de aquel maestro zen.
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Desprendimiento, he ahí la llegada del amor. En plena desnudez, en la osadía de dejarlo todo en Todo. Incluida mi estatua, ya hecha polvo.
Cortadas las amarras de toda habilidad y entendimiento; y lanzar la estacha a la otra orilla. Mi verdadero puerto.
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Dejarse tocar por cada paso que paso, siendo uno con mi paso, en cada paso. Desarropado del yo, en cada paso; transparente, libre del peso de mi memoria, en cada paso. Abierto a lo sin forma, más allá de mi nombre y de mi forma… en cada paso.
Me colmaste, sí, pero tan solo en tiempo de carencias. Y consideré eterno lo huidizo, y absoluto lo que era objeto; ciego e ignorante, te atribuí la felicidad que no causaste. Objetivé la Alegría.
Más no fuiste el agua viva, sino un breve abrevadero, un corto tiempo de no-carencia. Fugacidad, hastío, No, no eras la Plenitud ansiada; el Goce, aunque efímero, por más que te lo adjudiqué, no estaba en ti. Tan solo desplegaste la facultad de suscitarlo, de desencadenarlo; mas no, no eras, no lo eres, el manantial de la fonte que mana y corre día y noche, ni fuiste artesano de mi dicha, ni orfebre de mi paz.
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Saberse quedar con el corazón a veces roto, con la agresividad a flor de piel, con la esperanza hecha jirones, vivir la trampa del atrapamiento. Y pararse en el temblor, abriéndome, soltándome, rindiéndome, liberándome del lastre. Porque liberarse es más, bastante más que iluminarse, ya que hasta que no haga de mi vida y acción la vida y acción de todos los seres, no seré libre. Y ello supone, más bien exige, la aniquilación del viejo yo, la dependencia de mi personaje, y eso se dice pronto… Estoy hablando de algo más, bastante más, que el mero despertar. Estoy hablando de transformación, de muerte y, sobre todo, de resurrección.
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No huir. Invitar al mal a nuestra casa. Y si es preciso, insisto, abrazar al monstruo. Aceptar lo que es, observándolo, viviéndolo. Sin escapar del presente y huyendo hacia el futuro mediante la comparación de mi penoso estado con oro estado más favorable. Contrastar y descubrir que atravesar el dolor puede llevarnos a crecer con él. Eso es afrontar la vida directamente: aquí y ahora. Y al margen de la espiral pensamiento-emoción que trae el constante pajareo de los pensamientos. Y, sobre todo, hacer un valeroso acto de fe en el legado de los sabios, cuando anuncian la promesa de dicha que sucede al hecho de “atravesar” con valor el dolor y el sufrimiento. […] Abrazar el monstruo, aceptar lo inaceptable, sin huir, nos impulsa a una nueva conciencia muy lejana de la espiral pensamiento-emoción-depresión. se trata de salir de la trampa, de encarar lo que es. La meditación no es un escape hacia la iluminación para quienes se niegan a cambiar, sino un medio de transformación, como siempre lo evidenciaron los viejos maestros. Lo digo desde aquí a los que falsamente esperan la liberación en la evasión, a los devotos seguidores de cierto modo de entender la Conciencia Plena a través de escapatorias esporádicas a costosos cursillos en hoteles de lujo donde unos ciegos servidores del Dios Mercado dicen guiar a otros ciegos. Seguir en la espiral de la ceguera es económicamente consolador. Está de moda. Y que unos ciegos guíen a otros ciegos, altamente rentable para los primeros, aunque un gran fracaso a medio plazo, porque nadie puede servir a Dios y al Mercado, al maestro de la mentira y al que echó a los mercaderes del templo. No cabe transformación sin transformarse.
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En cada paso que doy, en cada paso, asisto al innato impulso a caminar, y, en su pujanza, la fuerza de la vida que pugna por despuntar y por hacerse forma.
En cada paso que doy, en cada paso, asisto al evento extraordinario que habita en lo ordinario. El que precede a todo poema que jamás podrá ser dicho.
Siento ese milagro del brotar del ser que me mantiene erguido, el big-bang que alienta en cada aliento abriendo un surco virgen debajo de mis pies, prodigio que celebro en la misma medida en que paso a paso, se van desmoronando imágenes ficticias y vacuos pensamientos que lentamente dejan de asaltarme. Mientras, paso a paso, aliento a aliento, sucede ante mis ojos el milagro que brota cuando yo mismo dejo de ser el velo que a esos ojos nubla y las asombradas pupila, liberadas, asisten al parto de la luz.
Soltarse es desaprender, volver a la inocencia, des-bautizarse, desnombrarse sin temor a perderse, ya que, al soltar presa del yo, en cada célula recibimpos el don de ser nosotros mismos. Milagroso ofertorio de la vida, que sucede en cada paso.
Aprender a caminar nuevos caminos. Desaprender, para luego aprender a jugar en campo de nadie, donde germina la inocencia; en las afueras de uno mismo, aprendiendo a ser Nadie. Aprender a caminar fuera de trillados campos, hasta hallar la infinita pradera donde jamás la aurora deja de anunciarse. Tal es el prodigio que sucede en cada paso.
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Objetivé la Alegría, sí. Pero más tarde descubrí en mis carnes que tienes existencia propia, en ti y por ti misma, sin hallarte sujeta a una efímera dicha.
Ningún objeto causó lo que rebasa el tiempo, el Ser que nos habita en cada instante, presencia en el presente. Por muy oculto que los ojos de la ignorancia nos lo mantengan.
Hasta que un día salta en pedazos el velo. Y cantas, cantas.
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Párate, por favor. Apéate del trote ajeno. par, por favor. Déjate hablar al Fondo.
Contempla lo que te arde. Párate, párate.
Morir en desnudez, morir todo. Ser que se brota al despunte de la muerte. Ser en todo, de la honda Nada, desnudo Vacío, revestido.
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Desnudarse de memoria para que el llanto pierda su fundamento. Deshacerse de futuro para que la melancolía pierda su pedestal.
Borrarse dócilmente.
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Optar por desertarse, despojarse de hogar y patria, para restituirse. Manto tejido de la Nada, urdimbre de mi resurrección. Vacío sudario de la muerte de la muerte.
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Nada, nada, nada, nada, nada; nada, nadie, nadie, nadie.
Nada en nadie. Todo en Nadie.
En un eterno andar, andar, andar
sin buscarse,
sin hallarse,
don de permanecer ahí,
sin encontrarse. Pura revelación.
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