Cuando la muerte ayuda a comprender

Texto leído en el adiós al amigo Jaume Esteve, y que arranca de uno de sus poemas, con la imagen de la gota como parte del océano infinito.

Mi escrito homenaje está en la línea del poema de Jaume sobre la gota y el mar.
La luz del sol se refleja en cada gota de agua del rocío de la mañana. Cada gota parece ser una luz autónoma. Cada gota de rocío parece poseer, en su mismo seno, una punta de luz. La luz brilla con diferentes colores en las diferentes gotas. Parecen muchos puntos de luz autónomos, pero sólo son agua en forma de gota aislada y su luz es la luz del sol. Cuando el sol de la mañana evapora la gota, se apaga la punta de luz; sin embargo, ni el agua murió, ni el sol se extinguió.

La muerte ayuda a comprender que la gota no es una entidad aislada, ni es un punto de luz; ayuda a comprender que lo que es, no es la pequeña gota y su luz; que lo que es, es el agua y el sol; lo que verdaderamente es “esa inmensidad de lo que es”.
La muerte es la consejera, la piadosa guía, ayudante de quienes quieren conocer la verdad de lo que hay.
Con la muerte sólo muere lo que pretendía ser una individualidad, la verdadera realidad no es afectada.
Parece que la muerte arrasa con todo, porque después de su paso no queda nada de lo que pretendía ser una individualidad autónoma. No es así.

Jaume fue un punto de luz del universo. La luz que había en él, no era su luz, sino la luz del universo.
Su luz no era suya, aunque esa luz se mostrara en su cerebro. Su luz es la luz de la inmensidad de los mundos, es la luz del inabarcable cosmos que tejió su cerebro. Esa luz es su ser verdadero; esa luz, que es el testigo del universo, es su naturaleza verdadera.
Su naturaleza original no fue el organismo desde el que esa luz se asomó y se mostró. Si es así, Jaume no fue su ego, ni fue su cuerpo. Fue la luz que brilla en el universo desde la pequeña atalaya que fue su organismo, y su cuerpo verdadero es el universo entero. Por tanto, su ser no fue su ego, ni su mente, ni el organismo que llamó su cuerpo; su ser fue “la luz” y el universo.
Ese “ser-luz” teje universos, sin que el tejedor y lo tejido sean dos. Si no hay dos, el tejer y destejer del universo no es nacer y morir; es más parecido al desplegarse y replegarse, que al nacer y morir. Esa “luz-universo”, que es “ser-luz”, es su verdadera naturaleza. Así, ni nació ni ha muerto.
Pero ese de quien hablo es “nadie”, porque es todo. Es, pues, la inmensidad de los cielos y los mundos, de los árboles y las plantas, de los frutos y las flores, de los animales de la tierra, del aire y de las aguas, de la tierra y de todo lo que contiene, de todos los hombres y las mujeres. Nada es “otro” de Jaume; nada le es ajeno, todo es él mismo.
Con todo está unido con lazos indisolubles; y la unidad es el amor.
¿Qué es morir para esta “luz”, el testigo de tanta maravilla, que es “nadie”? Sólo abandonar un tejido ya usado, abandonar una atalaya envejecida, el cuerpo; y sumergirse en el propio “ser-luz”.
Para quien comprende nada ni nadie nace ni muere jamás.

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