El poder de les xarxes socials
(selecció de l’article de Manuel Castells publicat a Vanguadia Dossier, n º 50, gener-març 2014). Al llarg de la història el poder s’ha basat en el control de la informació i la comunicació. (…) A la primera dècada del segle XXI la difusió de les xarxes de comunicació per internet, més i més per mitjà de plataformes sense fils, ha transformat els processos de comunicació. (…) Hem passat d’un món dominat per la comunicació de masses a un món en què aquesta coexisteix amb l’autocomunicació de masses.
Hemos pasado de un mundo dominado por la comunicación de masas a un mundo en que esta coexiste con la autocomunicación de masas. Es decir, hemos pasado de una comunicación caracterizada por la emisión de mensajes de una fuente a muchos receptores, con escasa interactividad, a una comunicación en donde múltiples emisores envían mensajes a múltiples receptores, de modo que todos somos emisores y receptores a la vez. (…)
Mediante la articulación entre innovación tecnológica, difusión de la telecomunicación digital y afirmación global de la cultura de libertad, amplios sectores de los ciudadanos, sobre todo en las generaciones jóvenes, han construido su sistema propio de autocomunicación en el que viven, trabajan, debaten, sueñan, se enamoran, se enfadan y cuando hace falta se movilizan. Sin por ello dejar el mundo de la interacción física directa. La sociabilidad on line y off line se complementan y se refuerzan mutuamente, según demuestra la investigación sociológica en la materia. No estamos en una separación entre lo virtual y lo real, sino en una cultura de virtualidad real, porque la comunicación virtual es una parte fundamental de nuestra realidad cotidiana.
En ese contexto, no es de extrañar que, cuando los ciudadanos no encuentran canales de participación política o de control de sus gobernantes, utilicen las redes sociales para debatir, organizarse en red y movilizarse. Para, a partir de ese espacio público cibernético que es internet, ocupar también el espacio urbano y apuntar a la intervención en el espacio público institucional que muchos consideran secuestrado por una clase política profesional más atenta a los poderes económicos y mediáticos que a los ciudadanos que los eligen y los pagan. De ahí el surgimiento de una oleada de protestas, movimientos sociales, revueltas y revoluciones que nacen en internet para luego ocupar la ciudad y desafiar al Estado. En la raíz de esos movimientos está la profunda crisis de legitimidad de las instituciones políticas en casi todo el mundo. Las encuestas muestran que entre el 50 por ciento y el 80 por ciento de los ciudadanos, según países, no se consideran representados pro partidos y gobernantes y ponen en cuestión las reglas institucionales de funcionamiento democrático. Afirman la democracia pero niegan que lo que viven sea democracia. Y como los partidos se aferran a los mecanismos que reproducen su poder, los ciudadanos no tienen otra alternativa que la resignación (producto del miedo al riesgo de la protesta) o la rebeldía extrainstitucional, pacífica en la inmensa mayoría de los casos. De hecho, siempre ha sido así en la historia cuando se produce un desfase sistémico entre la sociedad civil y las instituciones políticas. La diferencia con los movimientos sociales actuales es que internet proporciona un espacio público protegido en donde se pueden denunciar los abusos, debatir propuestas, llamar a la acción, coordinar las luchas y seguir existiendo de forma permanente en la red cuando la represión policial dificulta la expresión directa de la protesta en las calles y en las instituciones. La clave es la constante interacción entre las redes sociales en internet y el espacio urbano. (…)
Lo significativo de estos movimientos es que obedecen a un patrón común de organización, de acción y de problemática, a pesar de la diferencia de los contextos culturales, institucionales y de nivel de desarrollo en donde se han producido. (…)
En la mayoría de dichos movimientos se repiten ciertos rasgos característicos:
– Son movimientos que nacen sin líderes y sin organización, aunque después en algunos casos se constituyen algunos liderazgos carismáticos, como en el caso de Chile. En todos los casos surgen al margen de los partidos políticos y de los sindicatos, aunque también a veces (como en Chile, de nuevo) algunos líderes militen en un partido político y concurran a elecciones. Pero aun en esos casos, esos líderes son tolerados siempre y cuando no instrumentalicen el movimiento en beneficio del partido. La historia de los partidos comunistas autoproclamándose vanguardias conscientes de masas inconscientes ha pasado al museo de las ideologías, hoy en día rechazadas por la inmensa mayoría de los movimientos sociales contemporáneos.
– Son movimientos virales que se propagan por internet y se enraízan en distintas realidades con formas propias. En todos los casos nacen en internet, se expresa en el espacio urbano y buscan formas extra-institucionales de intervenir en las instituciones políticas. Nacen en las redes sociales, en muchos casos en Facebook, para luego movilizarse mediante Twitter, Tuenti o redes de comunicación similares. En algunas acampadas se desarrollaron tecnologías de comunicación propias, como el N-1, para autonomizarse lo más posible con respecto a las corporaciones de internet.
– En algunos casos, a partir de un nivel de desarrollo del movimiento surgen desde dentro del mismo distintas fuerzas protopolíticas que intentan ampliar el espacio institucional ofrecido por las elecciones. Raramente los movimientos se articulan de forma directa con los partidos políticos existentes, aunque su acción puede favorecer el voto por alguno de ellos.
– No son movimientos programáticos, pero sí incluyen numerosas reivindicaciones concretas, muchas de las cuales se obtienen en la lucha.
– Son interclasistas, son relativamente paritarios en términos de género (incluso en sociedades musulmanas) y son pluriétnicos y plurirreligiosos en la mayor parte de los casos. Es decir, no es una característica cultural o sociodemográfica lo que los define, sino la indignación con las injusticias en su vida cotidiana, la demanda de canales de expresión democrática y la crítica del orden político existente.
– Dos son los valores fundamentales que se afirman en todos los movimientos. Por un lado, democracia real, como fue en particular el caso del 15-M en España. Es decir, la negación de la actual democracia capturada por los partidos políticos en su propio beneficio, al servicio de la clase financiera, y la reconstrucción de nievas formas de representación a través de la deliberación en la red y en asambleas que vayan inventando nuevas formas de gobernanza participativa. Por otro lado, una palabra se repite en todos los movimientos de uno a otro confín: dignidad. La lucha por la dignidad fue el estandarte de los movimientos árabes contra la humillación continuada por parte de loa aparatos represivos y de las autoridades. La indignación es el camino a la dignidad. La dignidad, como definió Amartya Sen hace dos décadas, es el derecho a tener derechos por el simple hecho de ser humanos. La dignidad es el valor que encarna en los derechos humanos, de los cuales la democracia política y la libertad son solo algunas de las diversas dimensiones. La afirmación de la propia dignidad sitúa a las personas, a todas las personas, por encima del ordeno y mando de quienes se arrogan el derecho de decirles lo que pueden y no pueden hacer a partir de un poder institucional sometido tan solo a controles controlados por los controladores. De ahí la profundidad de estos movimientos que surgen por todas partes porque en todas partes existe el sentimiento intenso de ser ignorados y humillados por quienes ostentan el poder. (…)
El verdadero efecto que producen los movimientos sociales en general, y los actuales en red en particular, es el cambio de mentalidad, la transformación de la conciencia de las personas. Porque se comunican nuevos valores, y juicios alternativos, y se someten a debate, y van surgiendo nuevos consensos y nuevos desacuerdos en un proceso deliberativo. Y, sobre todo, porque la práctica de los movimientos en el espacio público, en la red, en las plazas, en las instituciones, permite a la gente darse cuenta de su poder, de que juntos podemos , de que es posible expresarse y soñar con una sociedad construida a partir de sus manos y de su comunidad. Aunque a veces deriven en lucha fratricida. Pero el sentimiento de autonomía de las personas, de poder ser ellas, de poder ser ellas, de poder sentir la dignidad de ser, pese a quien pese, es lo que nace de esa práctica. Saber que se es y saber que se puede. Ese es, en último término, el poder de las redes.
L’article sencer, així com altres articles d’interès en el núm. monogràfic:
El poder de las redes sociales Vanguadia Dossier, n º 50, gener-març 2014. pgs. 6-14.