Actuar gratuitamente en un mundo donde todo debe tener un precio.
Guy Giménez
Actuar es dar un sentido a mi vida. El uso que decido hacer de mi energía y de mi tiempo (recursos escasos y limitados) es la concreción diaria de mis profundas, autenticas y a veces insospechadas intenciones. En este sentido, nos podríamos preguntar ¿qué es un acto gratuito? Una definición podría ser: cualquier acción a través de la cual no se pretende conseguir nada. Un acto gratuito es una acción profundamente altruista: se trata de una acción completamente desinteresada en beneficio de otras personas o de una causa, pero nunca en beneficio propio. Esa acción conlleva unos costos o esfuerzos que el individuo no espera que sean recompensados.
Pero si nos paramos a analizar cada una de los pequeños gestos y acciones que hacemos a lo largo del día, nos damos cuenta de que todos van orientados a conseguir un resultado, cuanto no un beneficio. ¿Existen entonces los actos gratuitos? Y sobre todo, ¿qué sentido tendría actuar gratuitamente?
Por ejemplo: ayudar a los pobres, ¿es un acto gratuito? ¿O ayudando a los pobres intentamos ganarnos nuestro trocito de paraíso? Dejaría entonces de ser gratuito, no?
¿Qué hacemos realmente para no conseguir… nada? Vamos a ver…
Miremos otro ejemplo: ayudo a un invidente a cruzar la calle. En principio, parecería gratuito. Pero, haciéndolo ¿no estaré intentando de convencerme de que soy buena persona, reforzando así mi auto-estima (que tanto lo necesita)? ¿Hay generosidad? ¿Hay sacrificio? ¿Debe haber algo de sacrificio para que un acto sea gratuito?
Quizás una acción verdaderamente gratuita sea aquella que únicamente pretenda hacer el “Bien” siguiendo el imperativo Kantiano. Su mandato, con carácter universal y necesario, prescribe una acción como buena de forma incondicionada, manda algo por la propia bondad de la acción, independientemente de lo que con ella se pueda conseguir. La acción debe ser objetivamente necesaria en sí, sin referencia a ningún propósito extrínseco. Para Kant sólo este tipo de imperativo es propiamente un imperativo de lo que él llama la moralidad. Pero aquí de nuevo, Kant consideró que
“nunca se puede estar absolutamente seguro de que nuestra conducta no haya estado motivada por un interés o por algún temor”
, y por ello concluyó que cuando nos parece seguir un imperativo categórico siempre es posible que el imperativo por el que nos regimos sea hipotético…
Al recorrer las escrituras budistas hallamos una extensa lista de frases que ilustran este tema:
“Según aconseja a los demás, debe él mismo actuar. Bien controlado él mismo, puede guiar a los otros. Pero, en realidad, es difícil controlarse a uno mismo”….
Siempre volvemos a lo mismo: ¿Qué garantía tengo de no estar engañándome? Otra nos enseña:
“Más grande que la conquista en batalla de mil veces mil hombres es la conquista de uno mismo”.
En sus últimos años, el Buda Shakyamuni expuso una trama conceptual apoyada en dos ejes: la “devoción al yo profundo” (ji-kie) y la “devoción al Dharma” (ho-kie). Lo vemos en palabras como éstas:
“Por lo tanto, Ananda, sé tu propia isla, sé tu propio refugio y no busques otro refugio externo; toma la ley como tu propia isla, toma la ley como tu propio refugio y no busques otro refugio externo”.
El gobernarse a sí mismo significa edificar un yo inamovible, tan sólidamente construido, que pueda permanecer imperturbable ante la fluctuación de los fenómenos externos.
Sólo una vez edificado este YO podré olvidarme completamente de “mí”. Entonces podré actuar gratuitamente.