Tombuctú, la universidad del Sáhara
Una mirada viva hacia una ciudad que, últimamente vive inmersa en la vorájine de la guerra. Es un capítulo del libro de Jean-Bosco Botsho: Lugares sagrados de África, la cuna de la humanidad. (Océano-Ámbar, 2012)
La palabra “Tombuctú” evoca un sinfín de imágenes y una maravillosa sinfonía de consonancias musicales; un ser o un lugar que tiene la capacidad de estar, al mismo tiempo, aquí y en todas partes; de pertenecer, a la vez, al pasado y al presente, y de proyectarse hacia el futuro. ¿Pueden existir un ser o un lugar como éste?
La palabra “Tombuctú” evoca un sinfín de imágenes y una maravillosa sinfonía de consonancias musicales; un ser o un lugar que tiene la capacidad de estar, al mismo tiempo, aquí y en todas partes; de pertenecer, a la vez, al pasado y al presente, y de proyectarse hacia el futuro. ¿Pueden existir un ser o un lugar como este? ¿No será únicamente fruto de una imaginación desbocada, de un sueño encantador, de un relato mítico ?
A pesar de que algunos lo niegan, muchos viajeros aseguran, desde siempre, que las características antes señaladas existen realmente y que se han citado para conformar la esencia de una ciudad africana de la que nadie podría decir que no es digna de llevar semejante nombre. La encontraréis, aseguran, en medio del Sahel, no lejos del río Níger, a casi mil kilómetros al nordeste de Bamako, capital de Malí, donde goza del estatuto de haber sido una de las piezas maestras de la red de ciudades —entre ellas, Gao, Mopti, Ségou, Djenné—, que, en los siglos pasados, otorgaron al islam su edad de oro al sur del Sahara.
La ciudad de Tombuctú fue fundada hacia el siglo XII. Su nombre actual es una deformación de “Tim Buktu”, denominación que le fue atribuida por sus fundadores tuaregs y que, en tamazight, su lengua, significa “lugar de Buktu” o “pozo de Buktu”. Tombuctú tuvo orígenes muy modestos. Al principio, fue un campamento, por tanto, algo temporal, que sus creadores habían colocado en los confines del Sahara, en uno de los puntos de parada de las caravanas que, surcando el desierto, unían el norte de África y el Sahel, transportando sal, especias y tejidos de un lado, y oro, plata y marfil del otro.
Poco a poco, el antiguo campamento se deshizo de su humilde vocación de tránsito caravanero. En los siglos XIII y XIV, empezó a sufrir una tremenda transformación que se aceleró en el siglo XV, cuando Sonni Alí Ber (1464-1492), amo del Imperio Songhai, la conquistó y la convirtió en su capital, debido, según se cree, a su situación estratégica en el río Níger, en la ruta de las caravanas de la sal y el oro. El apogeo de la ciudad se alcanzó bajo la dinastía Askia, que gobernó el Imperio songhai entre 1493 y 1591. A lo largo de aquellos siglos, el antiguo campamento afianzó su fama internacional como próspero mercado-ciudad, ferviente hogar del islam y brillante ciudad universitaria, poseedora de prestigiosas bibliotecas y frecuentada por eminentes sabios y por miles de estudiantes.
Las tres mezquitas
Tombuctú rebosó de espléndidos monumentos que la hicieron recibir el apodo de La Meca del Sahara. Algunos de ellos siguen todavía en pie. Es el caso de las tres mezquitas de la ciudad, que fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1988. Los no musulmanes pueden visitar solo Djingareiber, la más antigua, construida enteramente de adobe por el granadino Abu Ishaq es Saheli, en 1325, y hoy día convertida en una de las tres madrazas que forman parte de la Universidad de Tombuctú. Sankoré, la segunda mezquita de la ciudad, fue edificada en torno a 1300, financiada por una mujer tuareg muy rica cuando Tombuctú todavía formaba parte del Imperio de Malí. Forma parte de la Universidad de Tombuctú, aunque también recibe los nombres de Madraza de Sankoré y de Universidad de Sankoré, debido a que, en el siglo XV, albergó una prestigiosa Universidad, fuente del resplandor internacional de la ciudad y refugio de intelectuales andalusíes después de la toma de Granada, en 1492. Por último, la mezquita de Sidi Yahya, la tercera de las madrazas, es la mejor conservada, fue construida en el siglo XV por el jeque El-Mokhtar Hamalla, y posee una espléndida puerta de estilo tradicional.
Después de haber sido durante muchos años una ciudad-faro de la cultura y el conocimiento, Tombuctú inició su decadencia a partir del siglo XVII y su gloria se diluyó poco a poco en las arenas del desierto. Pero como dijo el escritor y periodista Albert Londres, “aquella maravillosa sinfonía del presente, requiere verse y sentirse”. Porque el misterio no se ve, se siente.