Los símbolos y mitos nacen y se sostienen en un contexto cultural preindustrial determinado.
Su validez significativa es intemporal. Continúan teniendo fuerza significativa más allá del contexto cultural en el que nacieron y vivieron. Por consiguiente, los símbolos y mitos en los que se vertió el lenguaje de las grandes religiones teístas, continúa teniendo fuerza expresiva capaz de transmitir la experiencia espiritual que nuestros antepasados vivieron. Pueden transmitirnos la noticia de la dimensión absoluta de lo real y, al transmitírnosla, nos inician a ella. De una manera semejante a cómo la poesía de Homero puede transmitirnos la emoción poética e iniciarnos a la experiencia estética que él tuvo.
Para que eso ocurra, nuestra mente y nuestro corazón tienen que revivir, rehacer la experiencia de nuestros antepasados, sean religiosos, sean poetas. Tenemos que llegar a pensar sentir como un miembro de las sociedades agrícolas-autoritarias o ganaderas, o como un aqueo, pero situándolos en su tiempo, de lo contrario no comprenderíamos ni sentiríamos lo que ellos vivieron; y, a la vez, generaríamos en nuestra cabeza y en nuestro sentir multitud de conflictos éticos, mentales e incluso espirituales.
Reviviendo lo que ellos vivieron, puedo heredar su legado. Ese legado me abre los ojos y el corazón, me inicia a la experiencia espiritual o estética, me advierte de errores graves, me indica el camino y cómo andar en él, a pesar de las diferencias culturales.
Pero con ese legado tenemos que trabajar nosotros, ya en unas condiciones culturales radicalmente diversas de nuestros antepasados. Ya no somos miembros de sociedades agrario-autoritarias, ni ganaderos, tampoco somos aqueos. Nuestro pensar y sentir está estructurado de forma diferente, lo mismo que nuestras organizaciones y nuestros modos de vida.
Una de las diferencias más radicales consiste en que ya no podemos leer y vivir los símbolos y mitos religiosos desde una epistemología mítica. Por consiguiente, nuestro sentir, además del desplazamiento que supone no ser preindustriales sino miembros de las sociedades de conocimiento globalizadas, está el hecho que nuestro sentir no puede dar como real lo que le mente dice que es puro símbolo, situado, además, en unas condiciones culturales que ya no son la nuestras.
El sentir sigue a lo que la mente da por real. Ya no podemos sentir los símbolos del pasado, sólo podemos vislumbrar en ellos, con nuestra mente y también con nuestro sentir, aquello a lo que apuntan.
Por consiguiente, podemos aprender de esos símbolos, mitos y rituales, pero no podemos usarlos en nuestro propio camino espiritual. Podemos admirar las obras que se hicieron con ellos, y aprender de esas creaciones a conocer la espiritualidad y la belleza, pero no podemos construir con esos materiales, porque no somos miembros de las sociedades agrario-autoritarias, ni somos ganaderos, ni somos aqueos.
Los mitos, símbolos y rituales, como la poesía, en su fuerza expresiva, significativa, iniciadora, transmisora y pedagógica, son eternos; pero en sus posibilidades de uso práctico en la vida espiritual de los pueblos, están sujetos al espacio y al tiempo.
De forma semejante a como el sistema de bóvedas, columnas y contrafuertes de la arquitectura románica, a pesar de su gran belleza, no se puede utilizar para edificios de cemento armado, aluminio, cristal y nuevos materiales.
A los símbolos, mitos y rituales no se puede entrar sólo con el sentir, con una especie de sentir a-temporal; se ha de entrar con el sentir y con la cabeza, en el contexto cultural en el que se vive.
Los mitos, símbolos y rituales, construidos en los primeros siglos del cristianismo, en época agrario-autoritaria, no pueden, sin más ser usados y asumidos por quienes viven en sociedades plenamente industrializadas, democráticas, sociedades de conocimiento globalizadas.
Se puede recibir su legado de sabiduría, pero luego hay que construir esa sabiduría en nuestras propias condiciones culturales, sin epistemología mítica.
Símbolos tales como “Dios” o “Madre de Dios” o “Asunción de María”, pueden ser comprendidos y recibidos en su profundidad espiritual, pero difícilmente, muy difícilmente, pueden ser usados en el propio caminar espiritual, y menos en la forma en la que los vivieron y usaron nuestros antepasados.
Para poder usar, en nuestro propio quehacer espiritual, esos símbolos, mitos y rituales, tendríamos que asumir la totalidad del sistema mítico-simbólico en el que están integrados. Es imposible usar el símbolo “Dios” sin asumir todo el sistema que le acompaña. Tampoco podemos usar el símbolo “Madre de Dios” sin asumir, simultáneamente las nociones de “Padre, Hijo y Espíritu Santo” y también las nociones de “Encarnación”, el “Hijo de Dios enviado para salvar el mundo” etc. Los símbolos y mitos no tienen sentido aislados del conjunto del sistema en el que se integran. Además, arrastran, de por sí, una epistemología mítica y un sistema de creencias, porque con esa pretensión programática fueron construidos.
Para usar esos símbolos, mitos y rituales en nuestro propio quehacer espiritual, en las actuales condiciones culturales, tendríamos que tener el programa de mente y de sentir que ellos tuvieron y tendríamos que ser religiosos y creyentes. Nada de eso podemos hacer, aunque quisiéramos.