La presència pura
Hay un discurso acerca de esta enfermedad que es muy penoso y peligroso y que consiste en poner a todas estas personas en el mismo grupo: no miramos a los individuos, nos referimos constantemente a “ellos” como un grupo: “ellos tienen esto”, “a ellos les pasa esto otro”. “ellos son así” y esto es una forma de deportación en el interior del lenguaje: les deportamos a una zona muy fría, en un plural anónimo. “Ellos” no existe. Si nos colocáramos frente a la persona, podríamos ir a su encuentro. Las miradas van muy lejos, podemos adentrarnos muy profundamente en el otro a través de la mirada. Y aun si no hay respuesta, nuestras voces también tienen algo que decir.
Para una persona “normal” que está inmersa en el mundo, y que sí tiene prisa y está cargada de cosas ¿cómo podría darse esta aproximación?
No soy de dar consejos. Como decía un sabio chino, los consejos son como una linterna, pero que se lleva en la espalda. Es decir que aclara el pasado, lo que hubiéramos tenido que hacer, pero nunca lo que está por hacer ahora. Pero quizá le diría a la persona que se preguntase a sí misma: ¿Por qué esa prisa? Y qué le hace ir tan deprisa… ¿De verdad vale la pena? ¿Es todo tan urgente? Un día me encontré con una persona muy cultivada, un filósofo (por lo cual todavía me sorprendió más su actitud) y que me hacía preguntas muy personales, fuertes. Entonces, empecé a responderle y de pronto vi que cogió su móvil para mirar si tenía mensajes mientras le estaba respondiendo. “¿Será posible?” me dije y un poco incómodo me comentó que tenía miedo que hubiera algo urgente y que quizás tenía que responder, etc. “¿Qué haces tú cuando algo es urgente?”, me pregunta. “Mira, voy a responder a tu pregunta así: para mí lo urgente es la persona que tengo frente a mí, no es lo que hay en el aparato electrónico. Tú eres lo que me parece más urgente y me parece que las cosas no se hacen así”.
[…] Se trata de poner atención en la vida, a la vida. Veo la vida un poco como un animal salvaje. A veces se acercan a la casa unos gatos salvajes. […] no dejan que nos aproximemos demasiado, y si queremos acercarnos cada paso que demos ha de hacerse con mucha precaución, muy despacio. Asustamos a al vida; algo de la vida tiene miedo de nosotros y, si somos demasiado rápidos, si somos demasiado violentos, demasiado ávidos o demasiado crispados sobre una voluntad, la vida huye, es echa para atrás. La lentitud es sólo una bonita manera de servirla, de aproximarse a ella como quien se acerca con sumo cuidado a una leona o a una mariposa, porque si no se escapan.
[…] Podríamos decir a la persona del mundo, la que va con prisa, que el infinito entra por ventanas muy pequeñas y lo que es sin medida, todo el cielo estrellado, puede entrar en nosotros por un minúsculo hueco.
No se necesita mucho tiempo para dar vida si se sale del tiempo. La verdad de un gesto, la verdad de una palabra, nos llevan más allá. Un más allá que es tan real como el resto, pero donde por fin se puede respirar, se puede vivir. En este más allá se encuentran los recién nacidos, los agonizantes, las flores, los animales con su mirada inocente. Una atención, por poco que sea auténtica, que no busque efectos, que no espere nada.
Quizá es esto lo que espera el enfermo: que de pronto le llegue una presencia. Y si ésta es sincera, también ayudará a que nosotros estemos presentes y esto es algo inmenso. El enfermo necesita ser llevado a este otro lugar, que no es el de la imaginación, es totalmente real, pero que le lleva fuera de la cama del hospital aun quedándose en ella.
(fragments de: Christian Bobin. La presencia pura. Bilbao, El Gallo de Oro, 2017. pgs. 55-58)