Especial Joan Maragall (1860-1911)
(Selecció de dos artícles publicats al Diari de Barcelona, el 1905)
[…] Era el camino sombreado que me atraía a su hora y a la mía para revelárseme. A la ida pasé por él y no lo vi; mas, a la vuelta, en el momento mismo de enfilarlo, se me ha puesto delante toda su secreta hermosura. Es un camino de enamorados, porque es umbrío al mediodía, y largo y recto; desde un extremo se ve brillar la tierra asoleada en el otro; convida a andarlo despacio con la dulce seguridad en la vista de que es muy largo y de que no hay nadie en él. En su largo curso, andando lentamente, caben muchos juramentos de amor entre los dilatados silencios en compañía, más llenos aún de amor que los mismos juramentos; y cuando se llega al fin, el amor está, no saciado, pero mucho mejor que saciado: contento y esperando más todavía.
Yo lo ando solo, pero también lentamente, como si estuviera enamorado; también es dulce a mis ojos la seguridad de su extensión y de que está todo solitario. No llevo una amada al lado, pero el bienestar de tantos como lo han llevado por estos mismos pasos míos y de tantos como la llevarán aún cunado yo esté ya Dios sabe dónde, flota en el aire del paseo y se me comunica, porque es su espíritu mismo y el secreto de su hermosura. Por esto puedo andarlo también lentamente como un enamorado.
A un lado veo los campos brillar al sol, entre las hojas; al otro, el río abajo; y el fin, delante y lejos, se me figura siempre a igual distancia. Como si no hubiera de llegar nunca andando eternamente al paso de enamorado feliz… (29-VIII-1905)
Sensaciones de otoño (fragment)
[…] Y ya sólo quiero hablar de aquella otra sensación que os invade, estéis en lo que estéis, como una ola de amor que no sabéis de dónde viene. Os sentís abrazados por unos brazos invisibles, quizás lejanos, tal vez sin cuerpo en parte alguna: sólo el amor es seguro de ellos… Y vuestro pecho se hincha en un sollozo y vuestra frente se inclina pensativa al beso del desconocido amor que pasa. Si no habéis sentido eso, no sonriáis, porque algo os falta en esta vida.
Yo no necesito atribuir todas estas cosas a presentimientos de hechos exteriores positivos, ni a telepatías, ni a espiritismos, ni a nada; ni les busco explicación, porque no la quiero: me bastan en sí mismas.
Tampoco diré si son salud o enfermedad: pero viven en mí y las amo, porque están en mi naturaleza y doy gracias a dios que así la ha enriquecido. Y si ahora las comunico es para acrecentar esta riqueza por la comunicación; porque estoy bien seguro de que todas ellas no son un raro patrimonio mío, sino que son humanas, son de todos; y hay que decírselas unos a otros, para que cada uno exclame: -¡Ah sí, yo también; esto mismo he sentido yo; es extraño!-. Y basta ver cómo el rostro se dilata de alegría y los ojos irradian una luz más viva con esta exclamación, para adivinar enseguida el gran bien, el aumento de vida, que con la comunicación ganamos. Ya lo sabíamos, ya lo suponíamos que otros habían de sentir lo mismo que nosotros, pero esta unidad es tan profunda, y hay una tal dulce armonía en su fondo, que a cada muestra y convicción de ella, el deleite se hace nuevo y siempre igual, señal de que brota de una fuente inagotable.
Esto es como los enamorados que todo el día se están diciendo lo mismo, que se quieren y que se quieren; y bien lo saben desde la primera vez que se lo dijeron, y aún de mucho antes de decírselo; pero como el amor es una afirmación infinita, sus devotos están en afirmaciones continuadas y no se cansan de decir sí.
Pues de la misma manera ahora o que siento la universalidad de las cosas que he dicho, tomo tanto gusto en repetirlas y ponderarlas porque me parece que cada sensación que publico de ellas se me multiplica por el número de los que, al oírlas, las conocerán también por suyas y unirán sonriendo su espíritu al mío en aquel momento. Riqueza para ellos, y riqueza para mí. Y si en todas las cosas y con todos aquellos nacidos para amarnos pudiéramos hacer lo mismo, andaríamos siempre en oro.
Pero todavía estamos muy atrás en el camino de nuestro espíritu. Hay en nosotros una cierta timidez, una cierta avaricia de nosotros mismos que mantiene sepultados muchos tesoros; y, por el contrario, cuando nos decidimos a dar algo de nosotros, no damos lo mejor, sino brillantes fruslerías que no satisfacen al anhelo común, ni invitan más que a un cambio miserable. Y así quedan tantas riquezas vanas en la obscuridad, y tantas palabras de vida ahogadas en el no ser, tantos anhelos infecundos.
Hay todavía demasiada animalidad en nosotros y demasiado temor a sus instintos egoístas; […] mida cada cual su fuerza y ejercítela en domar lo que haya de ser domado, para que lo que por naturaleza es libre pueda correr en libertad y sin peligro.
A dónde voy ni qué impulso es éste que me mueve a decir todas estas cosas, yo no lo sé. Será una más de las indescifrables sensaciones de otoño, en que parece que, con la muerte de la Naturaleza, los ángeles vuelan más al ras de la tierra, y que en cada momento atravesamos el paso de sus vuelos, y sus alas invisibles rozan por acaso nuestra frente…
Si así fuere, podré haber dicho muchas cosas vagas, y otras incoherentes y de muy poco sentido, y aun algunas incomprensibles; pero no todas del todo estériles. Y por una sola que germine y viva pido que se me absuelva del resto. (31-X-1905)