Las sociedades humanas son cambiantes tanto temporal como geográficamente. Esta es una de los piedras angulares del trabajo de la antropología social y cultural, que durante su más de un siglo de existencia ha dedicado buena parte de sus energías a profundizar en el cómo, porqué, dónde, cuándo… de las variaciones de la vida de la gente. Se puede afirmar que de los motivos de diferenciación entre las sociedades el más básico es el que la antropología económica y la antropología política presentan como “revoluciones”, como por ejemplo lo fueron la agrícola o la industrial, refiriéndose a ellas como “las grandes transformaciones en la complejidad social humana” (Lewellen, 2009: 69). Estas grandes transformaciones parten de un cambio radical en la forma de vida de las sociedades y sus efectos se extienden al resto de los ámbitos de la existencia de las mujeres y los hombres que las forman. Uno de estos ámbitos, seguramente uno de los más fundamentales, es el de la definición de la naturaleza humana.
Así, la definición que las sociedades de cada sistema de vida, ya sea cazador- recolector, agrícola, industrial o postindustrial, hacen de la naturaleza de los animales humanos que las configuran, constituye un factor que repercutirá en cómo se entenderá el conjunto del sistema y afectará a su actividad para sobrevivir, que, al fin y al cabo, es el fin último de toda especie. Esa definición va a cambiar en cada gran modelo social y es la intención de este escrito presentar sus especificidades respecto a la última gran revolución de la existencia humana, la que está constituida por el conocimiento, innovación y cambio continuo.
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