Dogen fue el introductor del budismo soto zen en Japón. Muy joven (a los 13 años) se ordenó como monje en el monasterio del Monte Hei. No se detuvo ahí; siguió buscando y aprendiendo al lado de varios maestros, preocupado por profundizar en la práctica, hasta que en 1223 viajó a China. En China conoció al maestro Tendo Nyojpo, con quien pudo profundizar en la práctica del zazen (la meditación atenta a la postura sentada). De regreso a Japón, sus innovaciones no fueron bien acogidas por las comunidades de monjes. Se retiró a una ermita, en el monte Anyoin, cercano a Kyoto, donde vivió entregado a la práctica del zazen y a la redacción del Shobogenzo, su obra magna. Poco a poco su presencia en el monte fue atrayendo a visitantes, creándose una comunidad alrededor de él. He aquí una pequeña selección de textos.
Estudiar el budismo es estudiarse a sí mismo.
Estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo.
Olvidarse de sí mismo es ser iluminado por todas las cosas.
Ser iluminado por todas las cosas es desprenderse del propio cuerpo-mente
y del cuerpo-mente de los demás.
No practiquéis con el fin de ganar alguna recompensa por ello. Practicad la vía del Buda, sólo por la vía del Buda. Si carecéis de esta actitud nunca alcanzaréis la Vía, aunque leáis diez mil sutras y un millón de comentarios, aunque os sentéis en zazen hasta gastar diez zafus [cojines]
La práctica de zazen no se limita a los momentos cuando estamos sentados; golpea el espacio y resuena de la misma manera que continúa el sonido de una campana antes y después del toque. ¿Cómo la práctica podría limitarse a este lugar?
Al llegar a China, [Dogen vió a un cocinero sentado bajo el ardiente sol, secando sus champiñones. Dogen se le acercó y le preguntó:] «venerable anciano, su edad es muy avanzada. Su monasterio se encuentra lejos. El sol es muy fuerte a estas horas. ¿Por qué no deja que sean los monjes jóvenes los que realicen esta tarea? De esa manea usted podría dedicarse al estudio y a la lectura de los sutras y pasar sus últimos años en paz.»
El anciano cocinero respondió: «joven extranjero, seguramente has leído muchos sutras y comentarios, pero no tienes ni idea de lo que es la verdadera práctica. Los demás no son yo. Yo no soy los demás. ¿Cómo podrían los demás practicar por mí?
Acabar con la propia vida puede ser sencillo, cortarse un brazo o una pierna en un arrebato emocional, también. Pero armonizar la mente, momento tras momento, cuando confrontamos las distintas situaciones y personas, es muy difícil.
Sea cual sea la situación a la que os enfrentéis, lo único que debéis considerar es hacer algo que beneficie, aunque sea poco, a la persona que está frente a vosotros, sin tener para nada en cuenta los juicios y opiniones de los demás. Aunque externamente los demás puedan creer que estáis haciendo algo impropio, lo más importante es que internamente rompáis el apego a vuestro ego y que abandonéis todo deseo de fama y provecho.
No os subestiméis pensando que sois torpes o estúpidos. La vía es de los diligentes. Sólo la aspiración ardiente cuenta.
Dice un proverbio: «si el corazón del emperador no está vacío, no puede aceptar el consejo de los ministros.»
Debéis practicar la Vía con la misma actitud de aquél que tiene una gran deuda y está obligado a devolver una gran suma de dinero, pero que no posee ni un céntimo. Si tenéis esta actitud os será fácil realizar el Dharma.
Sólo sentarse y entrar en el estado que está libre de cuerpo y de espíritu. Si un ser humano, aunque sea por un breve instante, manifiesta la postura de Buda en los tres comportamientos [cuerpo, palabra y espíritu] cuando esa persona se sienta recto en el Samadhi, el mundo entero del Dharma asume la postura de Buda y el espacio entero se convierte en el estado de la realización (Bodhi). Por todos los infinitesimales e innumerables asientos de la verdad de los budas-tathagatas, el practicante actualiza el trabajo de Buda y difunde su influencia por todas partes hacia los que están predispuesto a la práctica de la Vía. Hierbas, árboles, cercas y paredes se vuelven capaces de enseñar a todas las personas, tanto a la gente común como a los santos; inversamente, todas las personas, tanto la gente común como los santos, enseñan a las hierbas, los árboles, las cercas y las paredes.
Un proverbio dice: «si permaneces sordo y mudo, podrás ser el señor de tu casa».
Sentarse y entrar en el estado que está libre de cuerpo y de espíritu. Si un ser humano, aunque sea por un breve instante, manifiesta la postura de Buda en los tres comportamientos [cuerpo, palabra y espíritu] cuando esa persona se sienta recto en Samadhi, el mundo entero del Dharma asume la postura de Buda y el espacio entero se convierte en el estado de la realización (Bodhi).
El color de las montañas, el sonido de los valles,
son la voz y la postura del Buda.
Zazen
La luna reflejada
por la mente libre
de toda distracción;
incluso las olas al romperse,
reverberan su luz.