La verdad sin forma del conocimiento silencioso

La verdad espiritual, que es la verdad desde el silencio, es como la luz, sólo se la ve en lo que ilumina; no tiene forma propia, adopta la forma de aquello donde se refleja. Todo refleja esa luz. Cuanto más profunda aparece esa verdad, más tenue y traslúcida se presenta. Cuanto más intensa es la luz de esa verdad, más sutil es y más inasible.

Ese resulta ser un extraño camino, para unos pobres animales vivientes. Cuanto más sutil es la verdad y menos forma propia tiene, más peso de certeza genera. Cuanto más evidente es la verdad, menos somete. Por ello, cuanto más se crece en el conocimiento de esa verdad, más libre se es. Así resulta que conocer y sentir la verdad es conocer y sentir la libertad. Cuanto más patente y desvelada es la verdad, más inasible e informulable es. Cuanto más inasible es, más sin forma es. Cuanto menos forma propia tiene, es más firme inconmovible. Cuanto más firme es, menos somete.

El testigo de la evidencia innegable de la luz, es capaz de reconocerla sin identificarla con ninguno de los objetos en que se refleja, con ello se libera de toda forma y de todo color. Así comprende que la luz no es esta forma o aquella, este color o aquel, porque se refleja en todas las formas y en todos los colores. Se aprende a reconocer la claridad, evidencia y sutilidad de la luz sin quedar sometido ni siquiera a la forma y el color en que se aprendió a reconocerla.

La luz es luz porque ilumina, porque es sutil, inasible, etérea y sin forma propia; así la verdad silenciosa ilumina porque es sutil, inasible, etérea y sin forma propia. La verdad, como la luz, lo ilumina todo y no se somete a nada, porque no tiene forma propia. Esa es su fuerza. Por esa fuerza lo hace todo evidente e indudablemente claro.

El camino que proponen las grandes tradiciones religiosas y los maestros, que es el camino que hemos llamado espiritual por su sutilidad, es aprender a comprender y sentir que andar hacia la verdad completa es andar hacia la inasibilidad suma, hacia el convencimiento inquebrantable y hacia la libertad sin límites.

Para recorrer ese desconcertante camino se requiere amor hasta la pasión, espíritu de indagación y valor, mucho valor.

La verdad silenciosa es reconciliación con todo, aceptación y libertad. Y el camino a esa verdad, que es una presencia sutil y constante en todo, es el camino a la reconciliación y aceptación de todo, hasta conducirlo todo a la unidad.

 

La verdad que condena, no es verdad.

La verdad sólo libera.

 

La verdad que somete, no es verdad.

La verdad sólo desata las cadenas.

 

La verdad que excluye, no es verdad.

La verdad sólo reúne.

 

La verdad que se pone por encima, no es verdad.

La verdad sólo sirve.

 

La verdad que desconoce la verdad de otros, no es verdad.

La verdad es sólo reconocimiento.

 

La verdad que no mira a los ojos a otras verdades, no es verdad.

La verdad es sólo acogimiento sin temor.

 

La verdad que engendra dureza, no es verdad.

La verdad es sólo amabilidad y ternura.

 

La verdad que desune, no es verdad.

La verdad sólo unifica.

 

La verdad que se liga a fórmulas, por escuetas que sean, no es verdad.

La verdad es sólo libre de formas.

 

Si la verdad se liga fórmulas, tiene que condenar, excluir, desunir; tiene que ponerse por encima, dar por falsas otras verdades. Esa no es la verdad que reside en formas pero que no se liga a ellas.

En las nuevas sociedades globales, la espiritualidad no puede pasar por creencias que se proclaman exclusivas poseedoras de la verdad y que, por ello, excluyen toda otra verdad. Todos los caminos del espíritu tienen que ser tenidos como tan válidos y respetables como el propio.

Cada tradición espiritual podrá utilizar sus expresiones, formulaciones, signos y rituales, con humildad, sin ponerlos por encima de los de las otras tradiciones.

Cada una de las tradiciones puede ser plenamente verdad sin que, por ello, tenga que creerse la verdad única y exclusiva. Sólo tendrá pretensiones de verdad única y exclusiva la que sea una verdad-formulación, una verdad-creencia.

Habrá que evitar, con el mismo empeño y amor con el que se sigue a la verdad, la agresión a otras tradiciones, no sólo física, sino mental o de corazón; habrá que huir de todo menosprecio, de todo intento de reconducirles a donde nosotros estamos, como se huye del error; habrá que huir de la pretensión de desprestigiar a las otras tradiciones, y con más razón habrá que huir de todo intento de callarlas o hacerlas desaparecer; con igual empeño habrá que apartar la tentación de ponerlas por debajo de la propia tradición; y será preciso, también, alejarse de la peor de las tentaciones: la tentación de ignorarlas. Ignorarlas es ofensa y desprecio.

(del libro: Marià Corbí. Hacia una espiritualidad laica. Herder, 2007. pgs. 319-322)

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