Esperiencia estética y experiencia religiosa

Artículo publicado en la revista Iglesia Viva, nº 256, que como tema central aborda: ”Arte y religión entre la tensión y el diálogo»
La creación artística abarca un extenso abanico de actividades, realizaciones y experiencias. Lo mismo podemos decir de lo que tiene que ver con lo religioso. Y esos dos amplios conjuntos compartirían una franja de experiencia que tiene que ver con una forma peculiar de ver la realidad, de vivirla. Esa zona de intersección será el tema de estas páginas…

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Alguna gente dice ‘Valente es un poeta místico’. No lo soy, simplemente me parece que el esquema que sigue el místico se parece mucho al que sigue el poeta. Hay una carta de John Keats a un amigo, de 1820, donde dice que el poeta es como un camaleón. Dice que todos los seres tienen un contenido y que justamente el poeta lo que tiene que hacer es un vaciado de su interior para dejar entrar en él al universo. Y ésa es la operación del místico, sólo que él dice que liquida al yo para que entre Dios.            (José Ángel Valente, en una entrevista[1])

La creación artística abarca un extenso abanico de actividades, realizaciones y experiencias. Lo mismo podemos decir de lo que tiene que ver con lo religioso. Y esos dos amplios conjuntos compartirían una franja de experiencia que tiene que ver con una forma peculiar de ver la realidad, de vivirla. Esa zona de intersección -a la que alude Valente- será el tema de estas páginas: una experiencia de conocimiento hacia la que se avanza “vaciando”, retirando los velos que interpone el yo, sus realizaciones y saberes; una actitud hacia la realidad, hacia la vida, que pasa por el silencio de sí mismo, por el silencio interior para encontrar, comprender, ver…

            Avanzaremos apoyándonos, sobre todo, en las referencias de los protagonistas de los dos ámbitos experienciales: qué nos dicen de las actitudes que adoptan, de lo que se proponen, vislumbres, dudas, certezas… Con ello no pretendemos explicar “toda” la experiencia estética, ni “toda” la experiencia religiosa, pero sí abordarlas desde su “humanidad”, desde su alcance en cuanto que experiencia cognitiva humana. Ya que es desde ahí desde donde pueden ofrecer pistas, orientaciones, recursos. Desde lo alcanzable. Callándonos ahí donde ya “no se puede hablar”, quedándonos en el umbral, ante lo inefable de la experiencia: epifanía de lo real, irrupción de la gracia, el descorrerse del velo… Démosle el nombre que más nos ayude.

            Nos parece que, haciéndolo así, es cuando el testimonio de unos ayuda a comprender a los otros, estética y mística alumbrándose entre sí, poniendo de relieve la aportación de esos peculiares modos de conocimiento.

 

Experiencia de conocimiento  

A la pregunta sobre qué significa para él su trabajo como escultor, responde Alberto Giacometti: ver, comprender el mundo, sentirlo intensamente y ampliar al máximo nuestra capacidad de exploración. […] Cada obra de arte se ha engendrado absolutamente para nada, fuera de esa sensación que se vive en el intento de aprehender la realidad[2].

Y Cristino de Vera: La realidad no es lo que se ve, encierra mucho misterio. […] A veces, en lo más sencillo –como en el espíritu de unos cacharros- está encerrado todo el universo. El arte es una vía para acercarse a la esencia.[3]

 La respuesta de Balthus: Pintar es, principalmente, querer conocer y hacer todo lo posible por conseguirlo. Esfuerzo por alcanzar las profundidades del mundo[4].

            Podríamos ofrecer más y más ejemplos de esta misma afirmación: arte como esfuerzo de conocimiento. Un conocer –se hace evidente– que no tiene que ver con recopilar datos, con analizar desde la razón, con interpretar mediante la mente lógica. Sino un modo de conocer que implica silenciar conocimientos previos para poder ver, ver lo que aquí se muestra, patente, y no nuestras propias proyecciones. Subraya Matisse: el mismo ver es ya una operación creativa que exige un gran esfuerzo, el esfuerzo y el valor necesarios para sacudirse todas las imágenes prefabricadas. Este valor es indispensable para aquél que desea poder ver algo como si fuera la primera vez que lo ve.[5] Palabras que nos recuerdan la insistencia de un San Juan de la Cruz, por ejemplo, acerca de la necesidad de dejar la memoria libre y desembarazada, como si tal potencia de memoria no tuviera[6]; desde ese silencio de la memoria, en el desasimiento de las cosas, es como adquiere clara noticia de ellas parar entender bien las verdades de ellas. El desasido las gusta según la verdad de ellas, quien se mantiene asido (a la memoria, y a las cosas), las goza según mentira de ellas.

            En esa zona de intersección que abordamos insisten los protagonistas en poner de relieve un conocimiento “en verdad”, en “hondura”, de otro orden que el del ver cotidiano que, atrapado en unos hábitos, falsea lo que percibe (en mentira de ellas). “Entendí lo que es andar en verdad delante de la mesma Verdad, …entendí grandísimas verdades” (Santa Teresa),  “toda ciencia trascendiendo… grandes cosas entendí” (San Juan de la Cruz)… Son afirmaciones que podrían considerarse como propias de la experiencia de algunos iluminados o de gentes dotadas de algún tipo de sensibilidad especial, sin más. Pero no. La lingüística y la epistemología nos ayudan a comprender en qué se fundamentan. Qué es ese conocer “sin arrimo”, ese que pasa por deshacer los amarres del yo.

            Las ciencias del conocimiento muestran cómo cada especie percibe un mundo a la medida de sus necesidades. Percepción, actuación, estímulos, respuestas… un sabio sistema de encaje capaz de ofrecer a cada especie un escenario en el que sobrevivir y el código de actuación individual y colectivo pertinente para ello. Así, las moscas tienen su mundo, los elefantes el suyo, y otro (otros) los humanos.

            En el caso humano ese despliegue se lleva a cabo, esencialmente, mediante el habla. Desde el momento de nacer, el cachorro humano llega a un mundo de sonidos que moldea su percepción: momento a momento, día a día, va desarrollándose el filtro lingüístico que se interpone entre el individuo y la experiencia de realidad, seleccionándola, ordenándola, organizándola en una trama de conceptos densa, coherente, con significado. La adquisición del habla equivale a la adquisición de un mundo con sentido; una realidad que podemos interpretar, con la que interactuar, gestionar… y así poder sobrevivir. Mundo de significados lingüísticos, más el soporte individual, personal, capaz de aunar necesidades, comprensión, experiencia, y respuestas: ese soporte es la estructura psíquica que llamamos “ego”. El ego como estructura básica al servicio de la supervivencia, que en función de unas expectativas, unos miedos y unas esperanzas, curva la visión del mundo poniéndola al servicio de ese ser viviente necesitado.

            Así, cada individuo se convierte en beneficiario y en víctima de la tradición lingüística en la que ha nacido –nos dice Aldous Huxley–[7]: beneficiario porque el lenguaje posibilita el acceso a las constantes acumuladas por las experiencias de siglos, y víctima porque su sentido de realidad queda cautivo, toma sus conceptos por datos, sus palabras por la realidad misma.

            Desde lo aprendido, desde la memoria, ¿qué se percibe? El sujeto de la percepción ante un escenario familiar, reconocible, plano: simplificación coherente que no dudamos en identificar con la realidad misma. De tal manera, que en verdad no miramos, no atendemos a aquello que tenemos enfrente. “Pensamos” la realidad, habitamos un mundo construido por palabras, que toma el sentido propio de la tradición cultural en la que vivimos; guiados por la memoria personal de éxitos y fracasos que va moldeando la peculiar forma de responder e interpretar de cada uno, es decir, nuestra “personalidad”, nuestros hábitos, sentir, comportamientos. Así, la realidad, el entorno, los otros, pasan a ser reflejos, proyecciones mentales, dejan de latir, de mostrar su presencia real, viva. Todo se aplana, se “normaliza” a medida que se solidifica el acoplamiento.

            Pero la puerta no está cerrada: es el mensaje que nos hacen llegar algunos a través de su dedicación. Lenguaje y ego estructuran, pero no aprisionan. La puerta invita a una doble mirada: una, desde el yo y sus necesidades. La otra –nos muestran– “reteniendo el aliento” del yo, manteniéndolo al margen. “Desembarazando”. A un nivel el instrumento cognitivo básico es la mente analítica, con todos sus sofisticados despliegues (las ciencias, los distintos órdenes del conocimiento conceptual). La otra mirada, en cambio, se apoya en la mente atenta, en la atención plena desde la mente, el sentir, la acción.

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[1] El País. 24.04.1999: Babelia, pgs. 12-13.

[2] Alberto Giacometti. Écrits. Hermann, 1997. p. 279.

[3] Cristino de Vera. La palabra en el lienzo. Tenerife, 2006. p. 274.

[4] en: Mémoires de Balthus: recueillies par Alain Vircondelet». Du Rocher, 2001. p. 283. Existe edición castellana en Lumen (2002).

[5] H. Matisse. Escritos y opiniones sobre el arte. Debate, p. 275.

[6] Subida al monte Carmelo, III. 2,14

[7] A. Huxley. Las puertas de la percepción. Edhasa, 1992. p.23

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