Así empezó todo
Con libertad y sentido del humor, dejemos que las eternas preguntas echen a volar en nuestra imaginación tomando formas insospechadas… como nos enseñan a hacer Jürg Schubiger y Franz Hohler (en: Así empezó todo. 34 historias sobre el origen del mundo. –Anaya–), una compilación de pequeños relatos que subrayan lo extraño de la existencia, de la condición humana, del habla… con humor y sensibilidad¡! Un ejercicio que nos puede ayudar a acercarnos con una mirada más fresca y receptiva a los venerables textos simbólico-míticos de la humanidad. Como muestra, una pequeña selección.
La creación
Al principio, sólo existía Dios. Un día recibió una caja de madera llena de guisantes. ¿Quién se la podía haber mandado? Desde luego, él no conocía a nadie más. Aquel asunto le daba mala espina, así que dejó la caja –es decir, la dejó flotando- en el lugar donde la había encontrado.
Siete días después, las vainas de los guisantes reventaron. La explosión fue tan violenta que los guisantes salieron disparados hacia la Nada. Los guisantes que habían estado en la misma vaina casi siempre permanecían juntos y giraban alrededor de sus otros compañeros. Empezaron a crecer y a brillar, y así, de la Nada, surgió el universo.
Dios estaba perplejo. Más tarde, en uno de esos guisantes, se desarrollaron todas las formas imaginables de vida, incluida la de los seres humanos. Como aquellos hombres sabían quién era Dios, le atribuyeron la creación del universo y le adoraron como a su creador.
Aunque Dios nunca intentó convencerles de su error, todavía hoy se pregunta quién demonios pudo enviarle una caja con guisantes. (p. 22)
¡Qué tontería!
Al principio, las cosas todavía no tenían nombre. Y esta época, aunque solo era el principio, se alargó durante mucho tiempo. Las cosas, simplemente, estaban donde estaban, de pie o tumbadas, colgadas o andando. Rechinaban y chirriaban, murmuraban y eructaban, o se quedaban calladas. Un armario era un montón de cajas apiladas, y una cama era una caja tumbada. Aunque ni siquiera cajas, sino… ¡qué difícil de explicar! ¿Entonces qué eran? Una silla era una cosa con cuatro patas que no se movía, y un perro era una cosa con cuatro patas que sí se movía. Más o menos algo así.
A falta de nombres, todo se tenía que señalar con el dedo índice. Esto de aquí, eso de allá. Y lo que no se podía señalar, como la alegría, no existía.
El ser humano presentía que esta carencia era una laguna muy importante en su vida. Como si su vida estuviera encharcada. ¿De qué servía estar todo el día con la pregunta en la punta de la lengua si luego le faltaban las palabras para decirla?
Hoy en día ya existen esas palabras. ¡Vete tú a saber de dónde se las han sacado!
Un pajarito afirma que él mismo tuvo que empollarlas antes de poder decírselas al hombre, aunque entre sus enemigos hay quien asegura que se las sacó de la manga. Y si alguien pregunta: “¿Pero cómo se las dijiste?”, él responde: “Pues con el pico, por supuesto. Primero, cada uno tuvo que comer un trocito de la cáscara del huevo del que nacieron las palabras, como se comen las fresas o los cacahuetes, y poco a poco, mientras yo las recitaba, debieron de multiplicarse en sus tripas hasta que las digirieron y pudieron pronunciarlas. Así surgió el lenguaje”.
“¡Qué tontería!”, dice la gente. El pajarito asiente con la cabecita: “Exacto, ¿cómo lo has sabido? ‘Tontería’ fue la última palabra que dije antes de cerrar el pico de una vez por todas”. (74-75)
El primer idioma
El istérico fue el primer idioma que se habló en el mundo. Un idioma de sólo dos palabras.
La primera era “M”, y la segunda, “Saskrüptloxptqwstfgaksolömpääghrcks”. “M” era de género femenino, y significaba: “¿Qué es lo que pasa ahora?”; y “Saskrüptloxptqwstfgaksolömpääghrcks” era del género masculino y significaba: “Nada”.
¿Por qué tenía sólo dos palabras? Pues bien, los istéricos vivían sobre la chimenea extinguida de un volcán, desde cuyas profundidades todavía se podía seguir escuchando, de vez en cuando, una especie de ronroneo amenazador. Cada vez que se notaba un temblor, las mujeres istéricas gritaban asustadas: “M”. A lo que sus hombres contestaban con voz tranquilizadora: “Saskrüptloxptqwstfgaksolömpääghrcks”. Eso era de lo único de lo que hablaban los istéricos, todo lo demás lo solucionaban tan deprisa que no les quedaba tiempo para andar de charlas.
Isteria debió de ser un país muy intranquilo.
En una ocasión, debido a que el volcán empezó a retumbar con mucha más frecuencia de la habitual, el pueblo llegó a organizar una manifestación. Un gran número de istéricos se encontraron delante del ayuntamiento y corearon su protesta:
– ¡M! ¡M! ¡M!
El presidente istérico, al oír sus gritos, salió al balcón y les tranquilizó on un grandilocuente discurso:
– ¡Saskrüptloxptqwstfgaksolömpääghrcks!
Lo que dijo no era del todo cierto, pero aunque el mismo presidente sabía que estaba mintiendo, desgraciadamente no conocía otra palabra. Así fue cómo el istérico pasó a ser una lengua muerta. (pgs. 76-79)
de: Jürg Schubiger y Franz Hohler. Así empezó todo. 34 historias sobre el origen del mundo. (Anaya, 2010. ils.: Jutta Bauer. Traducción: Moka Seco Reeg).