Con motivo del seminario sobre textos de Maestro Eckhart (1260-1328) que se llevará a cabo este curso en CETR, he aquí unas reflexiones sobre las aportaciones del maestro dominico (selección de: T.Guardans. La verdad del silencio. Herder, 2009. p. 185 y ss.)
…Si alguien me preguntara, ¿por qué rezamos, por qué ayunamos, por qué hacemos todas nuestras obras, por qué somos bautizados, por qué se hizo hombre Dios?, yo diría: a fin que Dios naciera en el alma y el alma naciera en Dios. (1983: 571) En una primera lectura los sermones y tratados de maestro Eckhart parecen visar hacia las más altas cimas sin escaleras, ni puentes, ni cuerdas. Una y otra vez anima a realizar la naturaleza “divina”, ese ser interior ilimitado(…) Si leyendo a Juan de la Cruz se puede tener la sensación de estar ante un itinerario guiado, Eckhart parece no ofrecer «cómos».
De hecho tan sin «escalera» resultan el uno como el otro cuando apuntan a la orientación de las facultades más allá de sí mismo: «por encima de sí mismo y por encima de las potencias del alma», sin más que «despojarse de lo que no es, del yo y de todo lo que le pertenece»… (1980: 101). Pero convertidos en sus oyentes, sentimos su esfuerzo por reconducir nuestra mirada, vivimos su provocación. Nos atreveríamos a decir que eso es exactamente lo que el maestro persigue con su enseñanza: provocar a quienes le escuchan (y le leen).
Los tratados y sermones de Eckhart parecen apuntar más a procurar el «despertar de la comprensión» en sus oyentes que en exponer un itinerario pautado. Hacia dónde sí, y hacia dónde no. Cuál es el esfuerzo que aleja, esfuerzo inútil, cuál es la actitud que aproxima, el «camino sin camino» (1998: 107) porque, de hecho, no hay nada que hacer, nada que perseguir. Todo hacer, toda conquista, no son más que las ideas, proyectos, esfuerzos de un yo, de un núcleo irreal, sin consistencia. El camino es de un sólo paso: desasirse del falso yo; desde ese desasimiento, libres de la ignorancia acerca de la naturaleza propia, cualquier acción es válida. Atados al yo, toda obra nace en el error y continúa alimentándolo. Al llegar al extremo del palo, hay que dejarse ir —usando la imagen del maestro zen Dôgen (1200-1253)—. Todo el esfuerzo de Eckhart parece dirigido a provocar esa comprensión esencial.
… La gente nunca debería pensar tanto en lo que tiene que hacer; tendrían que meditar más bien sobre lo que son […]Quienes no tienen grande el ser, cualquier obra que ejecuten, no dará resultado. (1983: 91) Ese es el «asunto» que le preocupa. De nada le serviría entretenerse en recomendar una actuación u otra, cuando de lo que se trata es «de hacer grande el ser», de situarse en aquella perspectiva de verdad en la que el ser es grande, tan grande como todo, como la totalidad, porque ya nada le limita cuando sabe que es uno con el Uno. Hacer grande el ser: situarlo —situarse— más allá de los falsos límites, los límites que fija el apego (el deseo, el temor). Desde el «yo» los actos de amor, de servicio, de sacrificio, de misericordia, de devoción, son inútiles para el único propósito: «desasirse de sí», ir más allá de sí mismo. Desasirse de la perspectiva del sujeto y su núcleo de necesidades a las que obedece; de las imágenes en las que se sustenta.
¿Quiénes son los que honran a Dios? Aquellos que se han salido completamente de sí mismos y ya no buscan su interés en ninguna cosa, ya sea pequeña o grande; que no buscan nada ni por debajo, ni por encima, ni al lado de ellos; que no persiguen ni bien, ni gloria, ni aprobación, ni placer, ni interés, ni devoción interior, ni santidad, ni recompensa, ni reino de los cielos sino que están liberados de todo eso, de todo lo que les pertenece: es de éstos de los que Dios recibe su honor, ellos le dan lo que le es debido. (1980: 129)
«Si alguien me pregunta», «si ahora preguntases»… —son expresiones con las que Eckhart introduce, a menudo, sus explicaciones—. Si alguien me preguntara ‘¿qué se puede hacer?’, la pregunta resultaría poco útil, pues la clave está en entender lo que se puede ser. Según dónde se asiente el ser, en dónde esté ubicado el «gozne», el hacer tendrá un fundamento u otro y, de ahí, un fruto u otro. Aunque externamente no se distingan. «Quienes no tienen grande el ser…» De nuevo esa invitación a habitar el todo, a una transformación que no tiene que ver con «ganar virtud» sino con el reconocimiento del vacío de realidad de un “yo” sin consistencia, para dejar ser al que Es. En la pura nada está en lo más alto.
(…) Desasirse es hacer pie en lo único que es, y «hacer pie» es habitar, es conocer no-conociendo, ver por ceguedad, comprender por la insensatez. Es discernimiento, discernimiento es realización del ser, liberación esencial de toda irrealidad, de todo no ser, de toda creación de la ignorancia. En esa pura nada la propia esencia se reconoce a sí misma, en manera alguna debemos suponer a Dios fuera de nosotros mismos, sino que por el contrario debemos considerarlo como nuestro propio bien, como una Realidad que nos pertenece. No debemos servir ni actuar por una recompensa cualquiera, ni por Dios ni por nuestro honor, ni por ningún bien exterior a nosotros, sino únicamente por amor a lo que es nuestra propia esencia y nuestra propia vida y que reside en nosotros. (1980: 134)
Una vez más nos viene a la mente el paralelismo con Dôgen cuando éste —en el Genjo Koan— plantea la síntesis de la Vía como el estudio de sí mismo:
Estudiar el Budismo es estudiarse a Sí mismo. Estudiarse a Sí mismo es olvidarse de Sí mismo. Olvidarse de Sí mismo es ser iluminado por todas las cosas. Ser iluminado por todas las cosas es desprenderse del propio cuerpo-mente, y del cuerpo-mente de los demás. (Dogen 1988: 23)
¿No es ese mismo el desasimiento, la desnudez radical, de Eckhart? Dôgen y Eckhart, prácticamente contemporáneos, uno desde el Japón, el otro en el corazón de Europa, ambos luchando por expresar lo inexpresable, mostrando ese desasirse que es indagar-conocer, conocer transformante, realización humana en plenitud.
notas bibliográficas:
Dôgen, Eihei. Shobogenzo Zuimonki. Miraguano, 1988
Eckhart, maestro. Obras escogidas. Visión Libros, 1980. Tratados y sermones. Edhasa, 1983.