Poco se sabe de la vida de Zarathustra, se le sitúa entre el siglo X y el VI a.C. en Persia (Irán); sus enseñanzas se extendieron por toda la región llegando hasta Siria o la India. Contrario al politeísmo, Zarathustra predicaba una vida en perpetua alabanza, consciente, abierta a Dios, a Ahura Mazda (“el Donador de Vida”, el “Gran Donador”, el “Gran Creador”…); de ahí que se conozca como mazdeísmo la tradición religiosa que nació con él. A él se atribuyen los Gathas, himnos a Ahura Mazda recogidos en el Avesta, la “bíblia” persa, libro sagrado del mazdeísmo. En el siglo VII, la expansión islámica en la región llevó a sus seguidores a refugiarse en la India, donde se les conoce hoy como los “parsis” (los persas). Esta pequeña selección proviene de: La sabiduría de Zarathustra (J.J. de Olañeta, 2010).
Hay una forma de escuchar música incorrecta, aunque muy practicada. Consiste en ponerse en una actitud pasiva para que la música remueva los sentimientos y emociones del yo. Eso no es escuchar música, sino utilizar la música para escucharse a sí mismo. De todas formas no crea un efecto negativo, porque amplifica, purifica, engrandece, ennoblece, diversifica los sentires del yo, ayudándole a salir de sus estrechos límites. La música, incluso así de mal oída, mejora a la gente, la hace más sensitiva, pero no la libera del yo, ni le da el conocimiento que le podría proporcionar.
Incluso puede servir para construir un yo más poderoso, más egocentrado, más pagado de sí mismo. Eso puede ocurrir en creadores e intérpretes más que en oyentes; y no es infrecuente, ni mucho menos. Ya hemos indicado antes que la música, como la espiritualidad, puede tener un uso diabólico.
El correcto uso de la música, en cualquiera de sus formas, podríamos decir que es sagrado, en cuanto que, poco o mucho, superficial o profundamente, saca del yo e introduce en el ámbito del “no-dos”.
A causa de esta naturaleza de la música, puede ser empleada de muchas maneras para hacer silencio, para orar en sentido amplio, para indagar adentrándose en el “no-dos”.
Describiré algunas formas de hacerlo. No pretendo ser exhaustivo.
La primera forma es sumergirse en el “no-dos” expresado y puesto patente por la música. Sumergirse en el gran canto de la gran música es adentrarse en la indagación y en la verificación de “Eso que es”.
Hay que vivir la música como la presencia explícita del “no-dos”. Se trata de una indagación con la mente y el corazón, consciente de que se está en la presencia revelada de “lo que es” sin sujetos, sin objetos, sin individualidades, ni palabras, sutil e inmediata. Incluso cuando en el canto se utilizan palabras, la música las traga y en muchas ocasiones, si no en todas, el canto podría ir con esas palabras o con otras.
Hay otra forma importante de hacer silencio, de meditar con la música: utilizarla como plataforma. La música que se escucha funciona como una especie de plataforma ya no situada en el nivel de los sujetos, los objetos, las individualidades, sino situada en el nivel de la no-cotidianidad. Desde esa plataforma se puede partir para indagar lo Real con la mente, con el corazón o con los dos a la vez.
Este uso es potente y eficaz, si se sabe huir de la actitud que hemos expresado ya: la actitud pasiva que utiliza la música como una cuchara para remover el propio interior, los propios sentimientos siempre relacionados con deseos, temores y expectativas.
Se puede usar la música también para purificar la mente y el corazón; para estimularlos, para darles potencia para adentrarse en la meditación, en la indagación, en la verificación de lo Real.
La música es, además, un potente medio para enamorarse de la dimensión sutil que expresa, que es “el que es”, para acrecentar el interés y el amor por esa sutil dimensión gratuita, que es la verdaderamente real; para ejercitar el desapego de todo lo que la gente valora; para silenciar nuestras preocupaciones cotidianas, nuestros deseos y temores, nuestros recuerdos y expectativas.
También puede utilizarse como objeto de concentración. Concentrándose en su canto, en la complejidad de su armonía, en las diversas líneas que componen la obra, en la instrumentación, en el ritmo, en el conjunto sin tiempo de la obra, en su mensaje profundo. Esa concentración silencia al yo.
Tarea a realizar con la música
Verificar en la música que hay realidad sin que sea sujeto, objeto, individualidad, ni sentimiento de nadie sobre nada.
Verificar que esa realidad tiene más peso, es más real que todo lo que damos por real en la vida cotidiana.
Si verificamos con toda claridad en la música esa realidad vacía de toda posible objetivación e individualización; si verificamos que está ahí realmente, aunque es vacía, esa verificación transformará todo nuestro pensar y sentir y, como consecuencia, la acción.
Una vez verificado que podemos tener noticia de un nivel de lo real que es vacío, pero que genera más certeza que todas las certezas que se presentan en nuestra vida cotidiana, la realidad de nuestra cotidianidad y de todos los objetos, sujetos e individualidades que nos rodean quedaran cuestionadas.
Sabemos que todo lo que damos por real es la modelación que nuestro cerebro y nuestros sentidos, como una unidad, hacen de todo lo que nos rodea, para que podamos sobrevivir con éxito y sin aterrarnos delante de esa inmensidad que nos incluye.
Partiendo de ese conocimiento y del dato de la verificación en la música de un nivel de realidad vacío de toda posible determinación y categorización, nivel que se muestra con más peso de realidad que toda nuestra cotidianidad, podemos enrolarnos en la tarea de verificar en la naturaleza entera y en todo lo que existe a nuestro alrededor ese nivel de hondura. Un nivel que no es ninguna de las acotaciones, objetivaciones y modelaciones que precisamos hacer, como colectividad y como individuos, para poder actuar y sobrevivir.
Estamos en condiciones de verificar el nivel de hondura de todo lo real, del que la música nos ha dado noticia y posibilidad de verificación clara.
Lo que nos ha puesto delante la música es “lo que realmente es”, “lo que todo es”, “lo que no es nuestra configuración” y que tenemos que llevar a verificar, directamente y con toda claridad, desde nuestra mente, desde todos los sentidos y desde nuestro cuerpo entero.
“Eso vacío”, pero verificable, la música y todas las bellas artes pueden expresarlo, apuntarlo, sugerirlo, cantarlo, decirlo, encarnarlo en formas sensibles, aunque sin poder poseerlo.
Hay que trabajar y encontrar los procedimientos adecuados, la pedagogía adecuada, para que esa verificación sea, en una medida u otra, colectiva.