Qué entiendo por «interioridad»
Quisiera saber describir qué entiendo por «interioridad», partiendo de lo que puedo experimentar como mujer cristiana y como carmelita. Si tuviera que decirlo con una definición o con una expresión corta, lapidaria, diría que la «interioridad» es la conciencia viva de que todo está dentro del Absoluto, de Dios, del Amor, de la Vida. La «interioridad» no es el lugar donde yo me retiro por propia decisión, sino que es darme cuenta de que yo estoy dentro de Alguien. […] La interioridad es consusbstancial a la existencia. No es algo estático, sino dinámico, la constante fuerza centrípeta hacia lo Absoluto. La conciencia de estar «dentro» de Dios, de que todo está dentro de Dios; descubrir esta conciencia y vivirla es, para mí, ser una persona interiorizada. Me parece que todo el mundo tiene la posibilidad de descubrir su interioridad, de descifrarla, y –conociéndola-, amarla y vivir desde ella.
[…] Me parece que la infancia es el lugar donde descubrir esa interioridad que nos acompañará hasta la muerte. ¿Quién no recuerda instantes de sus primeros años de vida en los que, en un juego, en una noche de soledad y de miedo, ante una novedad inesperada, se ha sentido como muy dentro de sí mismo y dentro de todo, como tocando algo informe e impreciso para la conciencia de tan corta edad? Recuerdo una excursión en pleno verano en los alrededores de mi ciudad natal. Tendría unos seis años. Iba vestida de un traje nuevo de color verde claro con flores de color naranja, un gran lazo en la cintura que hacía mis delicias. Me veo ante el cercado de un prado con vacas. Me había adelantado al grupo familiar. Estaba ante el prado, hacía sol, pero unas nubes anunciaban una tormenta cercana -aquellas tormentas que amenazaban casi todos los días de verano en mi tierra-. Sentía que yo era yo, y que todo lo demás también era yo, que todo estaba dentro de algo. […]
La interioridad no es volver a los recuerdos de infancia con los sentimientos o con la sensibilidad, ni mucho menos con el rencor por algo que nos ha herido o la nostalgia por algo que nos ha sido arrebatado. Creo que es un ir de la mano de estos recuerdos hacia una conciencia siempre nueva y renovadora que nos dice que estamos DENTRO. Vivir o recobrar la interioridad no es otra cosa que vivir, cada vez más conscientemente, esta verdad. Recobrar la interioridad es recobrar la verdad de sí mismo: formamos parte de un todo, del Uno, de la Realidad. Hoy se escribe mucho sobre esto: las nuevas ofertas de espiritualidad y la antigua sabiduría de la humanidad nos lo atestiguan, y nuestra época está sedienta por escuchar este testimonio y aprender, de nuevo, a ser humanos.
[…] Durante la adolescencia y la juventud vivimos encuentros con otras personas, adquirimos saber y asistimos al nacer de nuevos sentimientos que nos llevan en la misma dirección de la experiencia «fundante» de la infancia: formamos parte del uno, de lo único. La realidad que nos circunda y nos sobrepasa es también la realidad que nos habita, que somos. Es entonces cuando se abren horizontes esenciales. Cuando contemplamos un panorama imponente, […] traspasamos tiempos y lugares, vamos más allá de nuestras propias circunstancias y nos supera la sensación de estar asumidos en todo aquello, no en ese momento sino en todos los momentos en que esta realidad ya existía, en todas las vidas que ya la habían contemplado antes que nosotros y la contemplarán después de nosotros.
[…] Y con la llegada de los sesenta años de edad –año más año menos-, se abre en la existencia otro espacio vacío. La interioridad de los años de «fecundidad hacia fuera» pierde de alguna manera su intensidad y su capacidad de ofrecernos amparo, protección. Nos vemos abocados a la intemperie del primer anuncio del ocaso de la propia vida. De pronto «la verdad de cuando niña» (Sta. Teresa, Vida 3,5) ya no es más que un sueño que se presenta ahora como un primer y terrible engaño de la vida. Atravesamos un desierto de sin sentido, de pura exterioridad en el desconcierto el miedo o la rebelión. […] Si logramos atravesar este valle oscuro, este desierto asfixiante, gracias a algún ángel que la vida nos envíe en el camino, es un momento en el que estamos en condiciones de poder comprender y releer con una nueva penetración aquellas revelaciones primeras de nuestra vida: nuestra interioridad consiste en estar dentro de la Realidad, la vida nos abraza, la verdad nos sustenta, el amor nos hace ser.
Para llegar a la mística cristiana me parece importante compartir lo que nos une con todos los seres humanos, que la mística no es camino de cultivo de la interioridad sino que es la vida de esta. O, en sentido amplio, quizá transreligioso: la mística ES la interioridad. Estar dentro de la Realidad, ser parte del Absoluto, es la unión a la que está orientado todo ser.
(“Interioridad y mística cristiana”. Articulo publicado en la revista Sal Terrae, Enero 2003 –fragmentos-, en: Cristina Kaufmann. La transparència de I’Invisible. Claret, 2007. vol 1, pgs. 87-97. Por no disponer del texto castellano, esta versión es una retraducción al castellano de una traducción catalana)
Entrar en el camino de oración es entrar en la aventura de descubrir quién soy, de dónde vengo y adónde voy. Pienso que todos hemos entrado hace años en esta aventura. Lo que pasa es que no podemos nunca dejar de hacernos las mismas preguntas ya que nunca acabamos de descubrir del todo quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Venimos del Misterio, hacia él nos dirigimos y somos nosotros mismos misterio. Diríamos en otras palabras: ¿Quién es Dios? Lo que el ser humano halla cuando sale de sí mismo. ¿Y el ser humano? Lo que Dios deviene cuando sale de sí. (Cristina Kaufmann. La transparència de I’Invisible. Claret, 2007. vol 1, p. 175)
Sobre el silencio
[…la persona humana] es persona en la medida en que se comunica, que per-sona, es decir deja resonar a Dios en ella. […] Sólo puede ser per-sona cuando se percata del hondón de su ser, e su soledad, donde ella es presente a sí misma, donde nace constantemente su ser, su yo, donde ella se recibe, se posee y desde donde se puede dar al otro: a Dios y a los demás. El silencio viene a ser la madre, el útero de la persona, ya que sólo desde él recibe vida que es comunicación. […] Este fundamental silencio que lleva en sí la soledad de la persona y que la hace ser ella misma, es la fuente y la condición absoluta para que viva y se deje fecundar por otras formas de silencio, todas ellas nacidas de este fondo único de la persona. Desde allí cobra o recobra una aptitud de percibir el mensaje de todo lo que le rodea. La capacidad para oír, escuchar el silencio del mar, de las montañas, de una flor, del viento y de las nubes; su mirada y su oído se hacen permeables al silencio sonoro de la naturaleza, llevada a su más alta expresión en el hermano. Así descubre el ritmo entre el silencio y la palabra, entre soledad y comunión en el universo donde ella existe y en el universo que ella misma es.
(C. Kaufmann. Rostro femenino de Dios. Bilbao, Desclée de Brouwer,1997, p.95. De la voz “silencio” en el Diccionario Teológico de la Vida consagrada. Publicaciones Claretianas, 1989)
Experiencia de Dios
¿Qué es la experiencia de Dios? ¿Se puede experimentar a Dios? En alemán la palabra “Erfahrung”, “erfahren”, expresa un movimiento sobre ruedas, un penetrar en un país, en un territorio, sobre ruedas. Parece que visibiliza de alguna manera que la experiencia no es poseer aquello que se experimenta, sino que la realidad se abre a nosotros, se nos entrega para que nos adentremos en ella, no para apropiárnosla sino para conocerla. El paisaje que atravesamos en coche no se mueve, no lo podemos llevar con nosotros, pero podemos entregarnos a él y quedarnos con su belleza y su dolor, con el mensaje que tiene para nosotros. Podemos escuchar su melodía, su palabra histórica y actual, podemos adentrarnos en el corazón de sus gentes, quedándonos con ellas. Todo ello puede llegar a transformarnos por dentro, puede influir en el rumbo de nuestra vida y abrirnos a horizontes insospechados, pero el paisaje sigue ahí, íntegro, inagotable en sus misterios y mensajes para quien los quiere “experimentar” (“erfahren”)
Dios es este paisaje en el que nosotros nos adentramos a lo largo de la vida, lo atravesamos como se atraviesa un campo, una región, un país. Dios no nos entrega su misterio, pero nos deja que transitemos por él, nos envuelve en su misterio y en algunos instantes eternos nos hace percibir su melodía hecha de palabra y de viento desnudamente. Toda nuestra vida es como un viaje a través del campo de Dios.
(De la conferencia “La experiencia de Dios en Edith Stein”, pronunciada en el III Congreso de Espiritualidad. Lleida, 2003. En: C. Kaufmann. La fascinación de una Presencia. Madrid, Espiritualidad, 2007, p. 151. )
¿Qué es la oración?
Es la posibilidad de nuestra libertad de decir sí a una realidad que nos sobrepasa y a la que aceptamos como superior y a la que nos confiamos en actitud de abandono y amor. No hay religión sin oración y tampoco hay oración sin este religarse el hombre a Algo o a Alguien. Teresa dirá que la oración es la entrada al castillo interior, es trato de amistad, es un viaje divino…
Más que definiciones, en las obras de Teresa encontramos la oración como el aire que se respira, como el latir del corazón de todo lo que nos quiere comunicar. La oración es esperar a Dios, desearle, buscarle, vivirle, caminar en dirección hacia el amor, la comunión. Quizá la definición más conocida que nos da Teresa es la siguiente: “… que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” –V 8,5–. AMISTAD es para Teresa la forma de amor, de vivir el amor con Dios y con las hermanas: “todas han de ser amigas, todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar” –C 4,7–. Orar y amar es para ella lo mismo. Oración es la puerta para entrar en sí mismo y en Dios, en el Castillo interior.[…] Todas las formas de oración están presentes en las obras de Teresa. Y todo el camino de oración está descrito en ellas. Tanto la forma como el camino de llegar son ya esencia de la oración, porque son formas de comunión con Dios, meta de toda oración. La Santa es muy práctica, Sabe que en su tiempo este camino está como en entredicho por muchos que ven en él algo arriesgado o peligroso; hoy los peligros de la oración no son formulados como en el tiempo de Santa Teresa, pero pueden aparecer los mismos miedos con otras características: pensar que es una pérdida de tiempo, o una huída ante el compromiso, tenemos miedo a un espiritualismo desencarnado, la mentalidad de la pura eficacia también nos puede penetrar en la vida de la fe de los cristianos y dejamos de lado esta actividad que sería buena para “las monjas de clausura”
[…] Ella advierte una y otra vez que se trata más bien de una vida, una actitud y no tanto de una actividad, o de un programa prefijado […] Responde a la pregunta del lector: ¿para qué sirve esto? Crece el amor, y se unifican todas las fuerzas afectivas de esta persona. Su amor está unificado y abraza a todo y a todos porque está en los brazos de Dios. Y entonces parece que se funden las fronteras entre oración y acción, entre contemplación y misión.
[…] La mística no es un espacio construido por nosotros sino que es un don, no es una emoción subjetiva, es la acogida del espíritu en la vida, EN LA VIDA, no en la oración, no en el alma. Teresa da testimonio en cada página […] Es una voz con una claridad e inmediatez que cautiva y no cansa, que deja abierto el espacio para encontrarnos con esta verdad HOY Y AQUÍ, encarnada en la realidad nuestra, tan diferente y tan oscura como la que le tocó vivir a ella. Quien se atreve o necesita preguntarse qué es la verdad, sin que sea una pregunta retórica al estilo de Pilato, recibe de Teresa una respuesta que lo compromete hasta en las fibras más íntimas de su existencia. Se encontrará de inmediato confrontado con “su Verdad”, se encontrará invitado a salir de la pequeña verdad para adentrarse en el mar de la VERDAD, conocida y aceptada por amor y agradecida en el gesto de la belleza, la gratuidad de quien se acepta a sí mismo como don del AMOR.
[…] Toda su vida está bañada en la certeza del amor divino y esto hace que sea precisamente dinámica, flexible, adaptada a la circunstancia, porque no tiene nada que perder, porque toda la vida está fundamentada y “asegurada” en la comunión con Dios, vivida en la comunidad de los creyentes […] La certeza de Teresa, como la de todo místico, se fundamenta no en construcciones lógicas sobre la realidad, que sirvan para asegurar lo que ya es conocido y dominado. Ella es la primera que sale de sí misma, pierde seguridades para entrar en aquello que ES, en el sentido de aquello que está siendo, acontece, y por lo tanto, es dinámico, cambiante y siempre nuevo. (FdP 117-119)
(Fragmentos de “Santa Teresa de Jesús: experiencia y vida”, curso impartido en la Escuela Ignaciana. Barcelona, 2000. Texto publicado en: C. Kaufmann. La Fascinación de una presencia. Espiritualidad, 2007. pgs. 45-119)
Quisiera saber describir qué entiendo por «interioridad», partiendo de lo que puedo experimentar como mujer cristiana y como carmelita. Si tuviera que decirlo con una definición o con una expresión corta, lapidaria, diría que la «interioridad» es la conciencia viva de que todo está dentro del Absoluto, de Dios, del Amor, de la Vida. La «interioridad» no es el lugar donde yo me retiro por propia decisión, sino que es darme cuenta de que yo estoy dentro de Alguien. […] La interioridad es consusbstancial a la existencia. No es algo estático, sino dinámico, la constante fuerza centrípeta hacia lo Absoluto. La conciencia de estar «dentro» de Dios, de que todo está dentro de Dios; descubrir esta conciencia y vivirla es, para mí, ser una persona interiorizada. Me parece que todo el mundo tiene la posibilidad de descubrir su interioridad, de descifrarla, y –conociéndola-, amarla y vivir desde ella.