El rei Yadu preguntó a Avadhuta:
– Te saludo, oh sabio. ¿Podrías decirme qué maestro benevolente te ha otorgado el conocimiento supremo?
Y el sabio Avadutha le respondió:
Oh rey, ando por esta tierra con espíritu libre después de haber recibido la sabiduría de muchos maestros. He aprendido de la tierra, del aire, del agua, de la luna, del sol, del ciervo, del pez, de la serpiente, incluso de la araña.
Como el Agua dulce y pura, así es el Ser. El ser humano puede adoptar una conducta pura y dulce, así pues, adopté al agua como maestra.
La Tierra me enseñó la paciencia, la indulgencia, ser sostén de todos sin esperar ningún reconocimiento a cambio.
El Viento sopla por doquier, sobre prados y flores, en los desiertos y pantanos, en los palacios y las cárceles, sin ligarse a nada, sin preferencias, sin rechazos. Mi maestro el Viento me enseñó a ir por todas partes transmitiendo bendiciones de paz, sin apegarme a nada.
Como es perfecta la luna, a pesar de sus cambios aparentes, también es perfecto el Ser a pesar de sus aparentes imperfecciones. La Luna es así mi maestra.
Así como el sol, con sus rayos, absorbe el agua de la tierra para restituirla de nuevo pura y fresca, de la misma manera debo hacer servir los elementos de este mundo no para mi propio interés, sino para restituirlos renovados. Esto lo aprendí del maestro Sol.
Por numerosos que sean los ríos que van a desembocar al mar, éste se mantiene en sus límites. Permanece así, serena, la mente del que conoce el Ser, por mucho que le alcancen objetos de todo tipo. Esto es lo que aprendí del Mar, mi maestro. […]
(de Srimad Bhagavatam, XI. India, escrito hacia el s.V a.C., tras largo período de transmisión oral)