Su doctrina podría resumirse así: ¡Calla, vigila y verás!
El camino es cuestión de experimentación y de nada más.
Para hacer ese camino es central la vigilancia, como autoconciencia y control de mente y sentidos.
La vigilancia es para llegar a ver lo que ahí viene.
Hay que callar el deseo porque es el constructor del mundo de nuestro sufrimiento. Es el que construye nuestro mundo, el mundo correlato de nuestra necesidad. El es el constructor de lo que damos por realidad, lo que valoramos y lo que entendemos como real. Para ver lo que realmente viene y no lo que nuestro constructor presenta, hay que callar al constructor. Cuando se calla al constructor se consigue el silencio. Si se mantiene la vigilancia en ese estado de silencio, entonces es posible ver.
Para conseguir este estado de vigilancia, de control y de no deseo se precisa de gran decisión y energía. La indolencia es el gran enemigo.
No importan las doctrinas, los mitos o los dogmas. Lo que importan son los hechos sin pre-concepciones. Lo que viene.
De eso otro que ahí viene, que no es nuestra construcción no se habla, se vive. Hablar no conduce a nada y menos especular.
La transmisión es de mente a mente. Es transmisión de experiencia, no de doctrina ni de creencias.
La auténtica experiencia puede empezar cuando se han agotado todas nuestras posibilidades de dudar. Como uno tiene experiencia artística, cuando ya ha agotado toda su capacidad de dudar de si algo es bello o no.
Como la religión no es cuestión de creencias, no está prohibida la duda, sino todo lo contrario. La religión es cuestión de acceso a otra dimensión. Hay real acceso, cuando uno ha agotado en su espíritu toda la capacidad de duda.
Para conseguir la decisión, el no deseo y la lucidez más allá del mundo de nuestra construcción, la consideración de la muerte juega un papel central. Solo la muerte revela la radical inconsistencia de nuestro mundo. Cuando uno ha visto con crudeza la “vaciedad” de toda nuestra construcción, es cuando puede verse lo que realmente viene y no es nuestra construcción.
La meditación es el instrumento para aprender a concentrar la mente y aprender a vigilar para llegar a ver el vacío de nuestra construcción y lo que en ese vacio aparece. Lo que en nuestro vacío de consistencia aparece es el absoluto Vacío de todo lo que es nuestra construcción.
La imagen, el símbolo que el Buda utiliza para hablar de eso otro que aquí viene es el de Vacio. No puede haber un símbolo más poderosamente orientador del caracter de lo que se presenta.
La doctrina budista no precisa de creencia ninguna, ni en Dios, ni en el alma. La creencia en el alma puede ser un serio obstáculo para llegar a la iluminación, porque creer en un alma inmortal es darnos una consistencia que no tenemos, es dar a nuestra realidad aquí en el mundo una consistencia separada de “eso que en todo viene”, que no tenemos y que podría introducir dualidad.
La no violencia y el amor incondicional por todo lo que existe es un presupuesto para el camino budista y un resultado. Si no se parte, lo más posible, del amor, no se puede ver lo que ahí viene. Y cuando se ha visto lo que en todo viene, el resultado es el amor por todo lo que existe. Un amor incondicional.
El conocimiento al que se llega por el camino budista es gozo, y paz completa. Es situarse más allá del reino de Mara, la muerte, y más allá del deseo y del temor. Es el despertar de la ensoñación a que nos tenía sometidos la construcción del deseo, es la iluminación y el fin de todo sufrimiento.
En el budismo se presentan dos grandes escuelas. El pequeño vehículo, y el gran vehículo. En realidad se trata de dos maneras de hacer lo mismo, insistiendo en dos aspectos complementarios de la doctrina budista.
Se puede conseguir el silencio y la iluminación insistiendo en callar el deseo. Quien calla el deseo, calla la interpretación. Quien calla la interpretación que se hace desde el deseo, deshace el mundo construido desde la necesidad. Entonces es posible ver el misterio inefable de la realidad, gratuita, que no habla a mi necesidad, que dice lo que dice. Y lo que dice esa realidad no es nada de lo que podamos traducir en palabras, no es nada de lo que nuestras necesidades consideran real, es Vacio. Ese vacío es una ausencia, pero porque es una ausencia de toda nuestra construcción es una Presencia sin ninguna de las formas que nuestra necesidad proyecta.
Desde el no deseo se va a la Unidad.
Esa es la escuela del pequeño vehículo, en la que se inscribe el texto del Dhammapada.
El gran vehículo no insiste en el no deseo, ni incita a sus miembros a ser monjes. Insiste en el silencio de la interpretación, en callar la mente. Quien es capaz de mirar toda realidad sin interpretarla, calla el deseo, porque todas nuestras interpretaciones están en función de las necesidades de nuestra condición animal. Quien calla el mundo de la interpretación, calla el mundo del deseo y calla la pluralidad.
Así resulta que con el silencio del pensamiento uno calla el deseo y se sitúa en la gratuidad.
Pura lucidez, tranquila, silenciosa, alejada de toda pluralidad, de toda dualidad de sujeto y objetos. Quien se sale de esa construcción llega a la Iluminación y puede contemplar en el vacío de nuestra construcción al Vacío.
El budismo zen se inscribe en esta corriente.