Presentación
La pretensión de éste Encuentro ha sido poner en claro, una vez más y con mayor precisión, que para los ciudadanos de nuestras sociedades que no pueden– no es que no quieran es que no pueden- creer, y que al no poder creer tampoco pueden tener religión, ni pueden tener sacralidades, es posible y practicable, en concreto, una espiritualidad honda y profunda, laica, sin creencias y sin dioses.
En los miembros de las nuevas sociedades plenamente industrializadas, han entrado con fuerza las sociedades de conocimiento y cambio continuo (con las graves marginaciones y extremismos que provoca). Estas sociedades exigen a los hombres y mujeres estar dispuestos al cambio continuo en todos los niveles de la vida, y ello les impide creer. Sin embargo sostenemos que pueden ser hombres y mujeres profundamente espirituales sin tener que ser religiosos y creyentes.
A lo largo del Encuentro hemos dejado también en claro que no todos los miembros de las sociedades europeas y menos los miembros de las sociedades sudamericanas se ven forzados a ser laicos, sin religiones y creencias. Hay grandes sectores de la sociedad que todavía pueden creer. Sostenemos que esos hombres y mujeres tendrán que cultivar la espiritualidad, lo más profunda posible, desde donde están.
La espiritualidad, nuestra cualidad humana profunda, debe ser cultivable desde la situación real en la que se esté. Pero también hemos estado de acuerdo que las tradiciones religiones tendrán que ir preparándose, con suavidad, para asumir las sociedades laicas y no creyentes que, inevitablemente, se les vendrán encima.
Las grandes tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad son nuestro legado y todos debemos tener la posibilidad de heredarlo. Si las circunstancias culturales nos han llevado a tener que ser laicos, no creyentes y sin religiones, desde ahí hemos de heredar y vivir ese legado. Si las circunstancias culturales todavía nos han permitido permanecer religiosos y creyentes, desde ahí debemos heredar el vivir ese legado, pero teniendo en cuenta la marcha acelerada de las nuevas sociedades industriales globalizadas y laicas.
Ésta ha sido y continuará siendo nuestra voluntad de investigación y servicio.
Algunas fotografías del 5º Encuentro
LOS PARTICIPANTES siguiendo el orden de participación :
Domingo Melero licenciado en teología y en filología, profesor de literatura y responsable de la Asociación de Amigos de Marcel Légaut en España.
J. Amando Robles teólogo y sociólogo, es profesor de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad Nacional de Costa Rica.
Marià Corbí doctor en filosofía y licenciado en teología, especializado en epistemología; actualmente dirige CETR.
Luigi Schiavo biblista, doctor en Ciencias de la Religión, ha sido investigador y profesor de la Universidad Católica de Goiás (Brasil).
Bhakti das estudioso del hinduisme, ez el presidente de la Divine Life Society de España.
Teresa Guardans filóloga, escritora y profesora del CETR.
Guy Jiménez es coach de empresas
Halil Bárcena licenciado en ciencias de la información y arabista, dirige el Instituto de Estudios sufís de Barcelona
Marta Granés licenciada en Estudios de Asia Oriental, profesora y coordinadora del CETR.
Juan Manuel Fajardo teólogo y profesor de la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión de la Universidad Nacional de Costa Rica. Su comunicación va a estar disponible a partir del 15 de Septiembre.
José Mª. Vigil, teólogo de la Asociación Ecuménica de Teólogos y Teólogas del Tercer Mundo, vive en Panamá, es responsable del portal Koinonia y de la Agenda latinoamericana. En ésta ocasión, José Mª no pudo presentar ninguna ponencia por una acumulación de trabajo que se prolongó durante todo el curso, pero su participación en las discusiones fue tan activa y enriquecedora como siempre.
LAS PONENCIAS Y COMUNICACIONES
En éste Encuentro además de ponencias también se han presentado comunicaciones con un formato más breve.
LORCA Y MACHADO, desde un punto de vista espiritual.
Por Domingo Melero
EL RETO DEL CRISTIANISMO EN AMÉRICA LATINA:
Por J. Amando Robles
EL CULTIVO DE LA CUALIDAD HUMANA Y DE LA CUALIDAD HUMANA PROFUNDA.
Por Marià Corbí
"Abbá": una nueva comprensión de la sociedad y la religión palestinense en Jesús.
Por Luigi Schiavo
INTER-ACCION INDIA-OCCIDENTE-INDIA.
Por Bhakti das
El cultivo de la cualidad humana, un reto pedagógico.
Por Teresa Guardans
Cultivo de la cualidad simplemente humana en el ámbito empresarial.
Por Guy Jiménez
LA CUALIDAD HUMANA COMO FRUTO DEL CULTIVO DE IDS EN JESÚS DE NAZARET.
Por Marta Granés
A modo de conclusión del 5º Encuentro en Can Bordoi
¿Es viable la espiritualidad una sociedad post-religional? Si lo es, ¿cuál es su naturaleza y pertinencia propia, es decir, en qué consiste y cómo se vive (o debe vivir) la espiritualidad en los marcos culturales particulares? Estas son algunas preguntas que animan la reflexión y la discusión el presente seminario. Las interrogantes podrían multiplicarse, especialmente en momentos en que espiritualidad se ha convertido tema común en algunos ambientes, con la ambigüedad propia que genera el uso indiscriminado de un término. En este Encuentro de Can Bordoi hemos llegado a unos consensos básicos sobre qué es espiritualidad:
1. La espiritualidad es una cualidad, no una dimensión humana. No hay en nosotros los humanos (a pesar de las investigaciones en neurociencias y psicobiología que procuran encontrar el “área religiosa en el cerebro”, o el “gen de la religión”) una dimensión particular que se haya descrito como religiosa o espiritual por naturaleza.
Que no exista como dimensión no significa que no exista como cualidad, y es en cuanto cualidad como debemos entender la espiritualidad. Que sea una cualidad significa que es una condición que se da dentro de nuestra estructura antropológica y, por tanto, en el plano de los procesos cognitivos superiores.
El ser humano es un ser biológico, somos una especie a la que la biología ha equipado con una maquinaria particular, unos denominados «procesos cognitivos superiores», que son el lenguaje, la representación y la imaginación.
Es en este complejo conjunto de procesos donde se da el mundo para el ser humano. Nuestra relación con la realidad nunca es literal, siempre es representacional. Es aquí donde se funda y se ha desarrollado nuestra condición cultural.
2. No siendo una dimensión constitutiva de lo humano, la espiritualidad se da en nuestra estructura antropológica básica fundamental.
La espiritualidad se da en el lenguaje y en el marco de la representación, porque no hay nada que pueda darse fuera de nuestras estructuras biológicas básicas fundamentales. No hay nada que podamos imaginar que no se dé en los procesos cognitivos superiores. Siendo así, toda expresión cultural -segunda naturaleza- no puede darse si no es dentro de los parámetros biológicos-cognitivos superiores, en su caracterización particular y propia de nuestra especie.
Es precisamente la particularidad de que el “mundo” se dé -para nuestra especie- en ese complejo mundo de representaciones mentales, lo que posibilita la flexibilidad y el cambio de nuestro propio “mundo”. Es en esta particularidad donde podemos ubicar el fundamento de los cambios culturales y la construcción de los mundos axiológicos (cosmovisiones, valores, creencias, significados…). Es en esta particularidad donde podemos fundar la posibilidad de las cualidades humanas, tales como el sentido estético, la acción creadora, las pragmáticas lingüísticas, la conciencia, la espiritualidad…
3. Función de las cualidades humanas: la construcción de nuestro mundo.
Toda cualidad humana se da en la condición cultural que la delimita, y no en la biología. En ese sentido, las cualidades se dan en un marco de relatividad frente a un naturalismo determinista. De alguna manera ello es así, porque como hemos dicho, no hay nada que se dé fuera de nuestros procesos cognitivos superiores. La cultura, con las diversas cualidades humanas, no es otra cosa que expresión de dichos procesos.
En esta perspectiva, parecería que, con todo, no escapamos a cierto determinismo, aunque no se trata del determinismo biológico en sentido estricto, sino del determinismo cultural en cuanto segunda naturaleza.
Sin embargo, tenemos también, de manera latente, un mecanismo que podemos llamar la cualidad de lo no ordinario, del no determinismo. Su función es el quiebre de la determinación aparente de la cultura que nos permite reconstruir el mundo constantemente. Esta cualidad es cognitiva, pero no reducible únicamente a la racionalidad. Esta cualidad es a la que podríamos llamar espiritualidad.
4. Si la cualidad de lo no ordinario está en función de construir el mundo, ¿en qué consiste entonces la espiritualidad?
Desde la aparición del homo sapiens (sapiens) el lenguaje es la estructura cognitiva superior más importante en ese proceso vital; es aquí donde se ha dado la mayor parte de los sistemas que constituyen el mundo: el mundo como universo simbólico y axiológico. Es decir, es en el lenguaje donde nos hacemos mundo. Y es ese mismo lenguaje el que, con sus mismas estructuras, permite romper (desestructurar) ese mismo mundo.
De manera directa, por tanto, podemos decir que la espiritualidad no es otra cosa más que la cualidad humana que, jugando con los sistemas simbólicos del universo vital, está en función de romper, de redimensionar la realidad del mundo ordinario para posibilitar la recreación, y ampliación de nuestro mundo.
La espiritualidad es la cualidad por la que nos aniquilamos para construirnos. Para su ejecución no necesita de dioses, creencias, ni símbolos específicos. Su punto de partida es la vida tal como se nos presenta, que al evidenciar su relatividad, nos abre la posibilidad de reconstruir el mundo.
5. La espiritualidad, ejercicio de responsabilidad.
La espiritualidad así entendida no está en función de instituciones o programas ideológicos, sino de la vida y la construcción de relaciones humanas fundadas en visiones más allá de la “realidad ordinaria”.
Tal espiritualidad no es privilegio de grupos ni de instituciones, su verdad no depende de los contenidos con los que trabaje, sino la experiencia de realidad que proporcione.
Al ser una cualidad epistemológicamente fundada, tiene las condiciones apropiadas para dialogar con otras ciencias, especialmente las sociales y humanas.
La espiritualidad así vista es una posibilidad de todos los seres humanos, aunque no todos la cultiven y desarrollen. Para el que la cultiva, se convierte en exigencia de responsabilidad con toda la realidad (nuestro mundo construido y el mundo real exterior) por lo que son las cosas en sí, no por su utilidad.
Una espiritualidad tal, es profundamente pragmática. Es ejercicio constante, y se vive con la plenitud del cuerpo, de la vida, de todo lo humano. Para tal espiritualidad, todo lo secular es sagrado y todo lo sagrado es secular. Y sin embargo, ambos son construidos.
La espiritualidad está en función de la vida, pero no para crear sentido o para descubrir un sentido de la vida. Su función es reubicarnos frente a nuestro mundo, y de ahí la exigencia de responsabilidad. Es, por ello, posibilidad de diálogo y compromiso social, en función de la vida y la justicia.
En el contexto de las religiones, el cultivo de esta cualidad humana es un criterio fundamental en el encuentro y diálogo del pluralismo religioso. No es religión, porque no es creencia ni verdad. Una lectura de las tradiciones religiosas de cualquier cultura y tiempo desde la espiritualidad permite encontrar su riqueza y profundo aporte simbólico de las mismas, una vez se llegue a la conciencia de que la función de las tradiciones religiosas no es portar ni transmitir verdades.
La espiritualidad así entendida es eso: cualidad humana que debe descubrirse y cultivarse. Es ejercicio vital, es conciencia y es corporalidad. Una manera de lograrlo es formando la capacidad lingüística para la comprensión y manejo de las expresiones simbólicas.