La societat del coneixement i el futur de Catalunya per Jaume Agustí i Cullell

Introducción.

No sorprenderá a nadie si digo que estamos en crisis. Lo atestiguan cada día las páginas de los periódicos o, a nivel más personal, por ejemplo las crecientes situaciones de estrés y depresión que se han convertido en un problema social importante. Estamos viviendo una crisis colectiva que, tras una larga gestación, hoy se nos manifiesta en forma de crisis diversas: individuales, sociales, políticas, económicas, también ecológicas. No somos lo suficientemente conscientes del tipo de sociedad que inexorablemente, sin posibilidad de volver atrás, se está gestando y desarrollando actualmente: la llamada Sociedad del Conocimiento. Nunca como ahora nos habíamos encontrado inmersos en el cambio continuo provocado por las tecnociencias en todos los ámbitos de la vida. Necesitamos nuevas brújulas. Ante el cambio continuo necesitamos identificar continuamente las necesidades y exigencias más básicas de esta nueva sociedad. No sólo para ponerla al servicio del bienestar, sino más fundamentalmente para asegurar su supervivencia.

La amenaza del cambio climático lo ejemplifica. En este camino de cambio, me atrevería a decir, que necesitamos aprender a crear, afinar y adaptar los valores básicos para sostener la sociedad y su bienestar en las actuales condiciones de globalidad. Los valores son, complementariamente a los conocimientos tecnocientíficos, los conocimientos cualitativos más directamente conectados a las necesidades y retos de la nueva sociedad. Los sistemas de valores son precisamente lo que nos motiva, cohesiona, estructura y orienta colectivamente hacia una sociedad del bienestar. Por eso podemos decir con firmeza que la actual crisis es en el fondo una crisis de valores.

Para explicarlo me basaré en la teoría de los valores desarrollada durante años en CETR liderado por Marià Corbí. Y finalmente insistir en la oportunidad histórica que la sociedad del conocimiento representa para el futuro de Cataluña.

 

La actual crisis de valores.

Estamos viviendo, así pues, en plena crisis de valores. Por un lado, no nos sirven ni la idea que teníamos de valor ni el contenido de muchos valores heredados del pasado. Los proyectos de vida colectivos mayoritarios que habían sido tanto las religiones, primero, como las ideologías, después, son actualmente bastante desconocidos para las nuevas generaciones. Por otro lado, tenemos la tendencia a pensar que ya sabemos qué son y cómo funcionan los valores. Por lo tanto pocos análisis se han ocupado de la necesaria investigación y renovación a fondo de los sistemas de valores.

 

Los sistemas de valores

¿Qué son los valores?

Los valores no son virtudes fijadas, siempre válidas, cualidades que nos vienen dadas con la misma naturaleza humana racional. Los valores son creados por nosotros en el hablar. Los valores son el componente más comunicativo de la palabra, en el sentido de crear comunidad. Son llamadas a la cohesión, motivación y orientación colectivas frente a unas necesidades para sobrevivir. Todo lo que cohesiona, motiva y orienta los colectivos humanos hacia el bienestar, lo llamamos valores. Por ejemplo, ante la tendencia a procurar solamente para nosotros mismos, la solidaridad es un valor básico y general que nos cohesiona, motiva y orienta a ser sociales, a actuar en beneficio de todos, cualidad necesaria la supervivencia. Gracias a los valores podemos responder con decisión, sin dudas a las necesidades cambiantes, a las diferentes formas de sobrevivir de cada cultura en cada época histórica.

Contrariamente a los animales programados por la genética, nosotros necesitamos ser cohesionados y motivados por los valores inmersos en el habla. Más adelante veremos que la humanidad no se diferencia sólo por sus genes sino principalmente por el genio del habla. La humanidad realiza el paso de los genes al genio del habla. Y gracias al habla, la capacidad no sólo para afrontar los cambios, y ahora el cambio continuo, sino para provocar en un proceso de creación e innovación continua.

Los valores se dirigen más al corazón, al sentir que a la cabeza, a la razón. Son cualidades concretas y operativas, estímulos y recursos para la supervivencia. Es decir, los valores son conocimientos cualitativos que no obedecen a la lógica conceptual y deductiva de la razón como hacen las tecnociencias. Como veremos, los valores obedecen a una lógica cualitativa de contraposiciones binarias. Por ejemplo la contraposición entre bueno y malo, placer y dolor, por citar unas muy generales y primarias. La razón es necesaria y “con derecho a veto”, como diría Raimon Panikkar, pero ella sola no es suficiente. Tiene que aliarse con el sentir, con los valores para ser efectiva. Para llegar al corazón, a sentirse realmente motivado a actuar, después de razonar ─si hay tiempo para hacerlo─ es necesario intuir y sentir, que eso que vamos a hacer está bien contrariamente a lo contrapuesto en el sentir, lo que está mal.

 

 Por lo tanto ¿cómo operan los valores?

Los valores solamente funcionan, son operativos y eficaces cuando se dirigen al sentir, y no a la razón. Y lo hacen por parejas opuestas de valor-contravalor. Por ejemplo, tenemos el valor general basado en la contraposición entre espíritu de equipo e individualismo autárquico, como dos formas de sentir, una propia de la sociedad del conocimiento y la otra propia del neoliberalismo. También tenemos el sentir contrapuesto entre simbiosis con el entorno y explotación del entorno. Cuando hablamos de un sistema de valores debemos sentir también el correspondiente sistema de contra-valores y quien defiende o sostiene el uno o el otro. Sin las contraposiciones sensibles y cualitativas propias de los valores tendríamos una simple diversidad de significados descriptivos, conceptos sin capacidad de motivar, de despertar el interés hasta la pasión. Caeríamos en la indiferencia, en la indecisión, hasta el me da lo mismo, una lacra social indicativa de la crisis de valores de hoy.

Por ejemplo, la flexibilidad y tolerancia son valores básicos generales en una sociedad en continuo cambio. No son fundamentalmente conceptos a entender sino formas de sentir que cohesionan, motivan y dirigen la conducta humana. Debemos sentir la necesidad de ser flexibles y tolerantes en la sociedad dinámica actual, frente a su contra-valor, la rigidez e intolerancia propias de sociedades estáticas del pasado.

Los valores no son determinados únicamente por las necesidades, o por su utilidad. Separar los valores según la utilidad lleva a su degradación. Por ejemplo la democracia sin los otros valores que la sostienen, especialmente sin la justicia social, se degrada rápidamente. O el uso de la meditación exclusivamente para la efectividad ya sea en la guerra, o en la empresa, o bien poner la creatividad al servicio exclusivo del enriquecimiento de unos pocos, dañan todo el sistema de valores, ya que estos se implican mutuamente. No faltan ejemplos de ello a lo largo de la historia. Por ejemplo, tenemos el caso del ejército israelí que usó la meditación para una mayor efectividad de sus soldados. También tenemos el cultivo de ciertos valores por parte de la mafia. Bien al contrario, hay que cultivar la gratuidad para fortalecer el resto de valores. La belleza es un buen ejemplo de valor gratuito. Pues aparte de la utilidad, los valores también responden a una cualidad específica de la humanidad: la que permite actuar gratuitamente, sin afán de sacar ningún provecho personal. Es la actuación no centrada en el ego, y sus necesidades, deseos, expectativas y temores. Más adelante, al hablar de la desegocentració insistiremos.

 

Las sociedades del conocimiento.

¿Y porque tienen que cambiar los valores?

Cuando cambia la forma de sobrevivir, la cultura, deben cambiar la forma de motivar y cohesionar a la gente. Debe cambiar el contenido de los valores, aunque utilicemos a menudo los mismos nombres del pasado. Por ejemplo, la educación es un valor general fundamental que necesita un cambio profundo de contenido aunque no le cambiemos el nombre. Lo mismo ocurre con la justicia social, especialmente el derecho al trabajo. Debemos adecuar el contenido de estos valores básicos a las sociedades del conocimiento que viven del cambio e innovación continua.

El cambio de valores que exige cada cambio cultural profundo, conlleva un periodo de transición y de crisis de valores. Por ejemplo, el paso de la cultura de la caza a la ganadería y de ésta a la agricultura, comportaron grandes periodos de crisis de valores y sus terribles consecuencias. La Biblia refleja también, en el relato de Caín y Abel, la crisis de valores del paso de la ganadería a la agricultura. La agricultura de Caín “mata” la ganadería de Abel. La agricultura y su nuevo sistema de valores toma el relevo durante un largo período de transición a la ganadería, que queda así en segundo plano.

 

¿Dónde estamos hoy?

Nos encontramos ante una sociedad de evolución tecnocientífica y social constante. Nos toca vivir una mutación cultural, la más rápida, profunda y peligrosa ocurrida en toda la historia de la humanidad. Debemos buscar con urgencia los sistemas de valores capaces de dirigir el cambio continuo. La nueva forma de vivir basada en la creación continua y acelerada de nuevas tecnociencias y su gran impacto en todos los ámbitos de la vida.

Por eso la investigación continua se ha convertido en necesaria. Se ha convertido en un valor no individual como se la había considerado en el pasado sino un valor colectivo fundamental para todos y en todos los ámbitos de la vida. Debemos pasar de la simple creencia rutinaria, de las recetas cerradas, a la investigación. Así la investigación queda conectada con el resto de valores, especialmente los valores que presupone la misma investigación.

 

¿Qué hacer?

Por un lado, necesitamos motivar aún más la investigación tecnocientífica porque hemos pasado de vivir de simplemente producir, a vivir de crear continuamente nuevos conocimientos, productos y servicios. Por otro lado, estos cambios profundos en la forma de vivir obligan a investigar con urgencia como crear nuevos sistemas de valores al ritmo de los cambios tecnocientíficos y su impacto en la familia, en los centros educativos, en los trabajos y las empresas, hasta llegar a todos los colectivos humanos. La ética pasa de ser la aplicación de unos valores conocidos de siempre a ser la investigación de los valores apropiados a cada forma de vivir.

Así, los cambios continuos obligan a los valores a ser variables en interacción con los cambios tecnocientíficos. Los valores pasan de ser constantes a ser variables, de ser sólidos a ser fluidos. Pasan de ser fijos, para evitar los cambios, a ser fluidos para servir las formas y necesidades cambiantes del vivir. Aún más, los sistemas de valores deberían ser también preventivos, que permitan pronosticar, sentir las nuevas necesidades incluso antes de que se produzcan. Y así orientar la búsqueda tecnocientífica. El pensamiento preventivo se debe enriquecer con la valoración preventiva para ser eficaz.

 

¿Qué caracteriza la Sociedad del Conocimiento?

La conjunción de estos dos tipos de investigación, la investigación tecnocientífica y la investigación de los sistemas de valores capaces de cohesionar, motivar y dirigir la nueva sociedad, caracteriza lo que se ha denominado Sociedad del Conocimiento. Esta se fundamenta en dos tipos de conocimiento y de creatividad: la de la tecnociencia y la de los sistemas de valores. Ambas autónomas pero en mutua interacción. Por ejemplo, la economía debería ser especialmente sensible y favorecer esta interacción entre tecnociencia y sistemas de valores. Para financiar un proyecto tecnocientífico debería contemplar los valores o contra-valores que el proyecto impulsa, aunque sea indirectamente.

También podríamos contrastar las sociedades del conocimiento con las sociedades del pasado. Estamos viviendo una mutación estructural de primera importancia: el paso de la obediencia productiva, el gran valor del pasado, a la libertad creativa de las sociedades del conocimiento. En el pasado, la obediencia dentro de una jerarquía formaba parte del sistema social y productivo. En las sociedades del conocimiento lo es la creatividad, imposible sin la libertad. Esta libertad creativa, realizada principalmente en equipo, no debe confundirse con la capacidad individualista de escoger, como hace a veces el neoliberalismo. La libertad creativa es el opuesto de la sumisión con finalidad productiva. Ni siquiera los sistemas de valores pueden ser implantados por la fuerza, como lo fueron en el pasado. Por el contrario, deben convencer, atraer la adhesión voluntaria hacia el sistema de valores y, en el mejor de los casos, la adhesión debe surgir espontáneamente. La creatividad que era casi exclusiva de una minoría social, de artistas, de tecnocientíficos, de filósofos, de literatos etc. se convierte en una necesidad en la sociedad del conocimiento, un valor a asumir por la mayoría de la población, cada uno en su ámbito y a su nivel. En el mundo de la empresa innovadora esto significa el fin de la organización jerárquica. La organización jerárquica impide la creatividad plena de sus miembros. Y en general las sociedades del conocimiento no son sociedades uniformizadas por el poder impositivo jerárquico, sino que tienden a la pluralidad de formas y a menudo al multiculturalismo. Las sociedades del conocimiento son generadoras de diversidad.

Las sociedades del conocimiento también se caracterizan por el paso del poder de imposición o de someter ─omnipresente en el pasado─ al poder de los valores colectivos, fundamento de una verdadera democracia. El paso del individualismo egoísta a la simbiosis humana y con el medio. El paso de la información para explotar mejor a personas y medio, a la verdadera comunicación para compartir y el servicio mutuo entre la gente y con el medio. El paso de la educación para producir a la educación a lo largo de toda la vida para poder ser libres y creativos.

 

¿Por dónde empezar?

Quisiera remarcar la importancia de un valor colectivo fundamental, fuente de todos los valores: la capacidad de reconocer e interesarse por las cosas, no en función de las necesidades para sacar provecho personal, sino gratuitamente, por lo que son y valen realmente y esto es realizable desde el silencio del ego, cuando éste no dirige nuestra vida. Se trata del paso -o quizá mejor el camino- de la egocentración a la desegocentració,dos formas graduales y opuestas de sentir, pensar, querer y actuar; una ávida y agresiva, la otra, desprendida y pacífica. A pesar de su importancia capital de este punto no me puedo entretener en él. Sólo recordar que la desegocentración es un paso necesario para dar otro paso clave en la sociedad del conocimiento ya mencionado. El paso del individualismo autárquico al espíritu de equipo, a la simbiosis humana y con el medio. Este paso hay que hacerlo en todos los ámbitos de las sociedades del conocimiento. Y por tanto, la educación lo debería incluir. No faltan los textos de las grandes tradiciones de sabiduría donde basar nuestra investigación y cultivo de este tránsito a la desegocentración en la sociedad del conocimiento.

En las sociedades jerárquicas del pasado con la obediencia era suficiente. La desegocentración no era un valor colectivo sino el ideal de unos pocos. Pero en una sociedad tan exigente como la sociedad del conocimiento, la tendencia al egoísmo sólo atemperada por el miedo a salir perdiendo, es contra-productiva, es un impedimento a la creatividad en equipo. Sin el cultivo de la desegocentración y del espíritu de equipo no haremos nada bueno en las sociedades del conocimiento. La impotencia de la política actual nos lo muestra continuamente. En las mismas tecnociencias, dada su gran especialización y complejidad, no podrán investigar si no es en equipo.

 

Hacia una sociedad del conocimiento en Cataluña.

¿Cómo podemos hacerlo?

Esta transición a una sociedad del conocimiento no es fácil, pero tampoco es una utopía. Es posible precisamente porque no hay alternativa viable. Nos estamos jugando la supervivencia, el más obvio y más fuerte de los valores. También es posible porque de alguna manera la sociedad del conocimiento ya despunta en el horizonte. Los valores generales que aquí hemos solamente presentado ya han empezado a concretarse en algunas empresas punteras. Por ejemplo, la organización plana en red y la meditación introducidas sistemáticamente en empresas como Google. El mundo de la empresa es un campo vital para experimentar las sociedades del conocimiento. Así su éxito en la empresa no podrá ser ignorado por los medios de comunicación y de rebote por los políticos.

Para transitar hacia una sociedad del conocimiento, sólo sería necesario que la mayoría de la gente lo reconociera y sintiera realmente necesario, sin alternativa, cuestión de vida o muerte. Y tarde o temprano lo haremos. Ojalá no sea demasiado tarde.

 

¿Y cómo se traduce todo esto a Cataluña?

Hace unos días Juan Iglesias i Capelles, el responsable de llevar adelante la organización de la hacienda catalana hacía una conferencia muy pedagógica al respecto. Acababa preguntando qué tipo de hacienda queríamos que organizara: pagar impuestos a la fuerza, por miedo a la multa o pagar impuestos motivados por un valor: para que todos tengan servicios públicos de calidad. La segunda actitud es la propia de una sociedad del conocimiento. Por el contrario, el programa electoral neoliberal del partido republicano americano en la época Bush presentaba los impuestos no como un valor sino como un contravalor, un peso pesado sobre los hombros de los ciudadanos que había que aligerar. Y desgraciadamente demasiado a menudo todavía se entiende así. Esta es una muestra de la oposición entre neoliberalismo y sociedad del conocimiento.

Cataluña está preparada debido a su historia – inseparable de la historia europea – para crear una sociedad del conocimiento adaptada a su cultura milenaria, a su situación geográfica y geopolítica, a la creatividad de su gente. Por ejemplo, a principios del siglo diecinueve ya se construyó en la calle Conde del Asalto de Barcelona una máquina de vapor de doble efecto, poco después de expirar la patente de su inventor escocés James Watt . Y ahora en sintonía con la sociedad del conocimiento, el presidente Mas nos decía acertadamente que el petróleo de Cataluña era la creatividad. Habría que añadir y enfatizar que la creatividad no puede darse sin los otros valores de las sociedades del conocimiento, ya que todos los valores se implican mutuamente. Separados unos de otros se degradan como hemos explicado antes.

 

¿Cuál es nuestro programa de futuro?

La transición hacia una sociedad del conocimiento catalana es el único programa que podría cohesionar, motivar y orientar la sociedad catalana actual hacia un futuro de prosperidad y bienestar. Dada nuestra diversidad, nuestra identidad no puede fundamentarse ni en la lengua ni en la historia ni en un solo sistema de valores. Eso sí, todos ellos compartiendo unos valores generales y básicos como los que hemos ido mencionando. Necesitamos una identidad fundada en un proyecto de futuro plural. Superando los nacionalismos mono-culturales, impositivos y uniformizadores del siglo diecinueve y la dicotomía entre reivindicación social y reivindicación nacional, ambas inseparables. La sociedad del conocimiento multicultural es la única posibilidad que tenemos si queremos evitar la decadencia, la marginación, la pobreza y finalmente la desaparición como sociedad catalana. Para iniciar la transición hacia una sociedad del conocimiento catalana necesitamos, además de verla necesaria para la supervivencia, tener la libertad ejecutiva, legislativa y judicial necesarias para construirla.

Cataluña en el momento histórico actual, con un dinamismo creciente, especialmente en la sociedad civil, conforma un espacio idóneo para transitar hacia una sociedad del conocimiento catalana. No podemos dejar escapar esta oportunidad histórica de re-fundación de nuestra sociedad. Debemos dotarnos de la libertad y demás valores implicados necesarios para hacerla realidad.

 Jaume Agustí Cullell Doctor en Física Atómica y Molecular, ha sido investigador científico especializado en lógicas formales y computacionales en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y ha sido colaborador de Raimon Panikkar durante más de 20 años, es vicepresidente de la Fundación Vivarium que gestiona su legado.