LENGUAJE SIMBÓLICO Y TEOLOGÍA

[ Primera parte de siete ]

Sin duda alguna el título tal como reza es muy genérico, necesitando de concreción. Con tal fin adelantamos que de lo que va a ser cuestión en lo que sigue es de la experiencia religiosa expresada simbólicamente como nuevo objeto de la teología y, por tanto, del cambio copernicano que en esta disciplina se anuncia, si no es que ya está en curso. Para ello, además de estos dos puntos principales, también estaremos abordando el cómo y porqué de este cambio de objeto, la experiencia religiosa como auténtica creación humana, y la necesidad de recurrir al lenguaje simbólico (palabras y ritos, conceptos y actuaciones) cuando dicha experiencia es expresada.

1. El cómo y porqué del cambio de objeto en la teología

El cambio que sobrevendrá en la teología es bien diferente de los hasta ahora conocidos, y ha habido cambios importantes: teologías políticas, de liberación, contextuales, posteriormente teologías indigenistas y de la mujer o feministas e incluso más recientemente, a comienzos de nuestro siglo, teologías del pluralismo religioso, para citar solamente los ocurridos en las últimas cuatro décadas. Cambios importantes, sin duda, pero con un elemento común a todas ellas que no cambiaba, y que cumplía funciones de objeto formal en las diferentes teologías, es decir, un elemento determinante: un Dios con un plan para los seres humanos, salvador, liberador o realizador, según las diferentes teologías, revelándose y actuando en la historia.

De ahí que de esta manera todas ellas fueran, y aún sean, teologías objetivas u objetivistas, portadoras de verdades, aunque mejor sería decir de creencias, con competencia para hablar teológicamente, esto es, implicando a Dios, interpretando la mente y voluntad de Dios, de cosas tan cosmológicas como el sentido del universo, antropológicas como el sentido de la vida, humanas, sociales e históricas como el sentido de la historia, el proyecto humano que de acuerdo al plan de Dios hay que construir, el rol que sectores sociales específicos tienen en dicho plan y estarían llamados a ejercer, pobres, mujeres, indígenas…, y el valor de fenómenos como el pluralismo religioso.

Pero este elemento común, determinante, es el que ahora está cambiando, el objeto de estudio en su naturaleza misma, y con él, la teología. Esta ya no puede ser más objetivista, aunque así se quiera. Porque su objeto ya no presenta la naturaleza de una realidad revelada o divina pero objetiva y como tal susceptible de aprehensión conceptual y sometible al análisis y a la descripción, sino de una realidad experiencial, sólo expresable simbólicamente y sólo en cuanto expresada simbólicamente abordable por la teología. El cambio es muy grande, como no se conoció antes. Para expresarlo en pocas palabras, se trata del paso de una teología en base a creencias o verdades y en función de ellas a una teología en base a la experiencia religiosa como plenitud humana y en función de ella.

El cambio es muy grande, y sin embargo el mismo se está dando suavemente y en relativamente poco tiempo. Lo que explica que en sus primeros momentos fácilmente puede pasar desapercibido, tal como está sucediendo ahora . Vivimos más globalizados y también con más problemas globales, rodeados de más artefactos, éstos más automatizados, más inteligentes, en medio de una revolución científico-tecnológica y de una eclosión de la información, pero como si el conocimiento verdaderamente tal siguiera siendo el mismo, no hubiera cambiado. Pero ha cambiado, y mucho. Ha cambiado y está cambiando su naturaleza misma o lo que teníamos por tal.

Las teologías objetivistas eran tales porque todas ellas percibían su objeto, o así se comportaban frente a él, como un conocimiento y luz a seguir. Aunque el mismo se originase más bien en el pasado, en una pretendida revelación. Poco importa. En todo caso era algo a seguir. Como realidad nos preexistía. Y es que religión y teología no hacían más que seguir el comportamiento mismo del conocimiento general, su marco noético y axiológico al fin de cuentas. Y éste, como la verdad, era concebido y definido como «adecuación» —adaequatio rei intellectus—, el entendimiento adecuándose a algo ya existente. La diferencia, según las teologías, estaba en el tipo de realidad donde Dios se revelaba y en la concepción que se tenía de ésta, el cosmos y la naturaleza, o más bien la historia, el ser humano mismo, la sociedad y la cultura; últimamente, éstas entendidas dinámicamente, como proyectos a construir, con sus retos y en sus actores o sujetos.

Pero ahora, con la revolución científico-tecnológica, la naturaleza misma del conocimiento está cambiando. Este ya no es un descubrimiento o luz a seguir. No es una sustancia (sujeto) descubriendo otra sustancia y adecuándose a ella (objeto). El conocimiento ahora es un útil, un instrumento o herramienta, con el cual se construye todo lo demás. Es más, como útil y herramienta él mismo es también construido, también él es un producto de la construcción, sometido a su vez a una construcción ( innovación) continua.

Obviamente, este conocimiento ya no sabe de esencias y de naturalezas, es meramente funcional, práxico lo llaman algunos. En su transformación perdió la competencia que creía tener. Ya no hay nada a lo que adecuarse ni verdad o luz a la que seguir. El reto ahora es construir, fabricar, hacer. Su aspiración es conocer para construir, y para ello conocer cómo funciona o puede funcionar la realidad, la existente, por así decir, y la potencial, la existente en el potencial mismo del conocimiento. Y en este desafío, que se convierte en una aspiración, el conocimiento, como hemos expresado, él mismo, tiene que someterse a la innovación continua.

Obviamente también, este conocimiento, que no sabe de esencias, tampoco sabe de dioses. Y si supiera de ellos, si los construyera, tampoco éstos serían dioses. Los dioses que construyera, lo sagrado y divino, serían construidos también, parte de nuestra realidad interesada y funcional, causas y realidades segundas, nunca últimas, nunca verdaderos dioses. ¿No es esto lo que está pasando con religiones modernas construidas ingenierilmente, como la “Nueva Era”, y con los usos terapéuticos que se les está buscando a las religiones o a partes de las mismas?

Pero es que ésta misma es la crisis que está sufriendo el conocimiento esencialista, y el objetivista en general, como soporte de lo religioso, de dioses, revelaciones, verdades…, por más protagonismo y autonomía que se le reconozca al ser humano. Por una parte es un conocimiento al que no se puede volver: más avanza el nuevo tipo de conocimiento y se impone como paradigma, más el conocimiento objetivista queda como cosa del pasado, sin valor ni credibilidad. Por otra, a la luz del nuevo, también este conocimiento, aunque sea del pasado y en el pasado fuera funcional y tuviera su vigencia, hoy aparece como construido y, por tanto, sin valor para el hombre y mujer modernos como soporte de verdades religiosas genuinamente tales, verdaderamente últimas. Los dioses racionalmente “descubiertos”, tampoco son dioses, tampoco son realidades últimas. Precisemos, son últimas filosóficamente hablando, por tanto en el mundo determinado y necesario que filosofamos. No son últimas en sí, gratuitas, plenas y totales, sin función. El hecho de que sean filosóficamente descubiertas y explicadas las devela como construidas y, como tales, cada vez menos convincentes. Cada vez menos sentimos que nos hablen de Dios, revelación, gracia, pecado…, sino de un tipo de conocimiento construido.

De ahí la crisis actual de lo religioso. Sobre el conocimiento puramente científico-tecnológico, puramente funcional, no se puede apoyar lo religioso. Pero tampoco sobre los muros, funciones y categorías, del pensamiento esencialista y objetivista del pasado, pensamiento racionalista y conceptual, que en su función religiosa se están cuarteando. Si lo religioso es auténtico, el reto es descubrir su especificidad, y ésta, en tanto conocimiento, es experiencial, es la experiencia religiosa o espiritual verdadera y genuinamente tal.

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