El cielo a medio hacer

He aquí una pequeña selección de poemas de Tranströmer (n. 1931, Estocolmo,  premio Nobel de Literatura 2011) a partir de la antología El cielo a medio hacer. (Madrid, Nórdica Libros, 2010. 269 p.). Tranströmer ha compaginado durante toda su vida su trabajo de psicólogo en centros penitenciarios y hospitales con la escritura de poemas. Carlos Pardo nos dice en el prólogo que el poeta, con un estilo propio de “gestos pequeños” se interesó por los paisajes, la naturaleza, la psicología y los sueños; y señala: “hay poetas que nos hacen más inteligentes, más despiertos, que nos vuelven sutiles o sentimentales o contradictorios. Tranströmer nos coloca en el mundo, en eso que llamamos realidad y que se diferencia del realismo en que la realidad carece de sentido. Pero nos hace sentir fascinación por existir en él”.

Pájaros matinales

Despierto el coche
que tiene el parabrisas cubierto de polen.
Me coloco las gafas de sol.
El canto de los pájaros se oscurece.

Mientras otro hombre compra un diario
en la estación de tren
cerca de un gran vagón de carga
que está completamente rojo de herrumbre
y centellea al sol.

No hay vacíos por aquí.

Cruza el calor de primavera un corredor frío
por el que alguien apurado llega
y cuenta que se lo ha calumniado
hasta en la Dirección.

Por una trastienda del paisaje
llega la urraca
negra y blanca. Pájaro agorero.
Y el mirlo que se mueve en todas direcciones
hasta que todo es un dibujo al carbón,
salvo la ropa blanca en la cuerda de tender:
un coro de Palestrina.

No hay vacíos por aquí.

Fantástico sentir cómo el poema crece
mientras voy encogiéndome.
Crece, ocupa mi lugar.
Me desplaza.
Me arroja del nido.
El poema está listo.

 

El árbol y la nube

Un árbol anda de aquí para allá bajo la lluvia,

de prisa, ante nosotros, en lo gris derramándose.

Lleva un recado. Vida extrae de la lluvia

como el mirlo en un jardín frutal.

 

Cuando la lluvia cesa, el árbol se detiene.

Se vislumbra derecho, quieto en noches claras,

como nosotros, esperando el instante

en que florezca nieve en el espacio.

 

Retrato con comentarios

(…)

Eso que soy yo en él descansa.

Existe. Él no lo siente

y por eso existe y está vivo.

 

¿Qué es yo? A veces, hace mucho tiempo,

por unos segundos me acerqué

a qué es YO, qué es YO, qué es YO.

 

Pero cuando precisamente vi a YO,

YO desaparecí y quedó un hueco

por el que yo caí como cayera Alicia.

 

Caprichos
Oscurece en Huelva: palmas tiznadas
Y el murciélago rápido,
blanco plateado del silbar del tren.
Las calles se han llenado de gente.
Y la señora apresurada
en el tumulto cuidadosamente pesa
la última luz del día en la balanza de sus ojos.

 

Más adentro

En la gran entrada a la ciudad

cuando el sol está bajo.

El tráfico se hace denso, repta.

Es un pesado dragón reluciente.

Soy una de las escamas del dragón.

De pronto está el sol rojo

frente al parabrisas

e inunda el coche.

¡Estoy iluminado

y una escritura se hace visible

dentro de mí,

palabras con tinta invisible

que aparecen

cuando el papel se acerca al fuego!

Sé que debo ir lejos,

atravesar la ciudad y luego

más allá, hasta que sea hora de ir

a caminar largamente por el bosque.

A seguir las huellas del tejón.

Se oscurece, se dificulta la visión.

Allí, en el musgo, hay piedras.

Una de esas piedras es valiosa.

Ella puede transformarlo todo,

puede hacer brillar la oscuridad.

Es un interruptor para todo el país.

Todo depende de ella.

Verla, tocarla…

 

De Marzo del ‘79

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras,

pero no lenguaje,

parto hacia la isla cubierta de nieve.

Lo salvaje no tiene palabras.

¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!

Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.

Lenguaje, pero no palabras.

 

Visión de la memoria

Una mañana de junio, demasiado temprano

para despertar, pero tarde para volver a dormirse.

 

Tengo que salir al verdor que está lleno

de recuerdos, y ellos me siguen con la mirada.

 

No se ven, se funden totalmente

con el fondo, camaleones perfectos.

 

Estoy a un paso de oírlos respirar

pero el canto del pájaro ensordece.

 

Respuesta a una carta

En el último cajón del escritorio encuentro una carta que llegó por primera vez hace veintiséis años. Una carta aterrada que aún ahora, al llegar por segunda vez, respira.

Una casa tiene cinco ventanas: a través de cuatro de ellas el día brilla claro y tranquilo. La quinta da a un cielo negro, relámpagos y tormenta. Yo estoy en la quinta ventana. La carta.

A veces se ensancha un precipicio entre el martes y el miércoles, pero en un instante pueden transcurrir veintiséis años. El tiempo no es una línea recta sino más bien un laberinto, y si uno se acuesta contra la pared en le lugar adecuado puede oír los pasos apurados y las voces, uno puede oírse a sí mismo transitar allí, del otro lado.

¿Tuvo esta carta alguna vez respuesta? No lo recuerdo, fue hace tiempo. Los incontables umbrales del mar continuaron pasando, El corazón continuó dando sus brincos segundo a segundo, como el sapo en la hierba húmeda de la noche de agosto. (…)

 

Postales negras

La agenda llena, futuro desconocido.

El cable canturrea la canción popular sin patria.

Nieve sobre el mar inmóvil como plomo. Luchan

sombras en el muelle.

 

En mitad de la vida sucede que llega la muerte

a tomarle medidas a la persona. Esta visita

se olvida y la vida continúa. Pero el traje

va siendo cosido en silencio.

 

El ruiseñor de Badelunda

En la verde medianoche junto a la frontera Norte del ruiseñor. Pesadas hojas cuelgan, en trance, los coches sordos se precipitan hacia la línea de neón. La voz del ruiseñor no se hace a un lado, es tan penetrante como el canto de un gallo, pero hermosa y sin vanidad. Estuve en prisión y me visitó. Estuve enfermo y me visitó. No lo percibí entonces, sino ahora. El tiempo se desploma desde el sol y la luna se introduce en todos los tictac tictac. Los agradecidos relojes. Pero precisamente aquí, no hay ningún tiempo. Solo la voz del ruiseñor, los crueles tonos sonantes que afilan la clara guadaña del cielo nocturno.

 

Archipiélago otoñal
De pronto, el caminante encuentra aquí el viejo,
enorme roble, como un alce petrificado con su interminable
cornamenta, frente a la fortaleza verdinegra
del mar de septiembre.
Tormenta nórdica. Es el tiempo en que
los racimos de serbas maduran. Despierto en la oscuridad,
oigo a las constelaciones piafar en sus establos,
en las alturas, sobre los árboles.

 

Abril y silencio

La primavera yace desierta.

La zanja, oscura como terciopelo

se arrastra junto a mí

sin reflejos.

 

Tan solo irradian

las flores amarillas.

 

Soy llevado en mi sombra

como un violín

en su caja negra.

 

Lo único que quiero decir

reluce fuera del alcance

como la plata

en la casa de empeños.

 

6

Reno macho al sol.

Las moscas cosen, cosen

la sombra al suelo.

 

20

Allí yo estuve:

sobre un muro encalado,

mitin de moscas.

 

21

¡Salve, ruiseñor!

Desde lo hondo crece:

vamos ocultos.

 

(Tomas Tranströmer El cielo a medio hacer. Madrid, Nórdica Libros, 2010. 269 p.)

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