Comprensión y compasión

La plena conciencia de la ignorancia congénita a nuestra especie, necesaria para sobrevivir como seres necesitados, conciencia programada y cultivada desde los mismísimos orígenes de nuestra estirpe, debiera conducirnos a la comprensión, a la tolerancia y a la compasión.
Tener que conformar todo lo que nos rodea y a nosotros mismos desde la pequeña y mezquina medida de nuestras necesidades, anunciadas por nuestros deseos y temores, es nuestra ignorancia original sobre “lo que es” y sobre nosotros mismos. Ese es “nuestro pecado original”; pecado sin pecado ni culpabilidad ninguna. Ese es nuestro  error constitutivo del que tenemos la posibilidad de salirnos, también constitutivamente. 

 
           Por nuestro doble acceso a lo real podemos reconocer nuestro error, nuestra ignorancia, nuestro pecado sin culpa,  porque podemos tener noticia clara de que “lo que es” no es como lo acota, objetiva, interpreta y valora nuestra necesidad. Podemos tener noticia clara que esa dimensión no relativa a nosotros de “lo que es” es lo verdaderamente real. Esa es la verdad, esa es la salvación, esa es la revelación, esa es la redención de la ignorancia.

            Quien no comprende “eso” tiene amigos y enemigos; quien lo comprende plenamente no vive en esa dualidad.

            ¡Qué difícil nos es, a los pobres animales que somos, salir de la urgencia de la necesidad del día a día! ¿Qué difícil es, en esa urgencia, librarse de la tiranía de los deseos y temores, de la filtración que hacen de los recuerdos y de las expectativas y proyectos que desde ahí se tejen!

            Quien no tenga una conciencia clara de nuestra ignorancia congénita y cultural, no puede tener plena tolerancia y compasión. Sin esa completa comprensión, que conduce a la total tolerancia y compasión, ni hay salida del ego, ni de la ignorancia.

 
El cansancio del ánimo
 

            La plena conciencia de nuestra ignorancia original y colectiva conduce a la compasión. Pero la tolerancia y la compasión que de ahí nacen, no son conformismo, retraimiento en la propia lucidez, pasividad frente a las consecuencias de la ignorancia, sino todo lo contrario, completo compromiso, compromiso estratégico y sin condiciones.

            Así son las cosas y así hay que intentar realizarlas. Pero no es fácil, ni desde el conocimiento, ni en la práctica, ni tampoco psicológicamente. Quien se ejercita seriamente en reconocer la ignorancia en sí mismo, en las personas concretas y en las situaciones y planteos culturales, está viendo continuamente el envés de la trama, la cara oscura de todo. Intenta actuar desde la luz y es respondido desde la oscuridad, intenta actuar sólo desde la compasión y es ignorado o agredido.

            Esa situación es enormemente fatigante. No extraña entonces la afirmación de un hombre compasivo y paciente como Jesús que dijo: “¿hasta cuándo tendré que soportaros?

            Ver continuamente la ignorancia, en sí mismo, en las personas, en los grupos y en las instituciones, luchar contra ella, sin apenas resultados, puede fatigar el espíritu, y lo que es peor, puede llegar a oscurecer la gran afirmación, que es el signo de la completa comprensión “esto es aquello, aquello es esto”, esta ignorancia no es otra de la luz y la luz no es otra de esta ignorancia, maya es Brahman, Brahman  es maya.

            El cansancio puede ofuscar la comprensión afectar a la paciencia y a la compasión. Una paciencia plena, llena de compasión es causa y efecto de la comprensión.

            El cansancio, sobre todo psíquico, es un enemigo para ver y sentir que no hay ignorancia, que no hay oscuridad, porque incluso la oscuridad es otro modo de presencia de la luz. Incluso la ignorancia de creernos alguien, por exigencias de nuestras necesidades, es un o modo de presencia del Ser, “de lo que es”.

            La gran tarea, fuente de paz y de amor, es llegar a ver y sentir que todo es luz, que la ignorancia no existe, que es sólo una ilusión, como una alucinación irreal: la de creerse alguien, cuando nadie ni nada es.

            Si se sabe y siente que la ignorancia no existe, porque nadie ni nada es, entonces nace la compasión sin condiciones por quienes viven en esa ignorancia irreal, dándola por real, causa de todos sus sufrimientos.

            La compasión sin condiciones -¿quién podría ponerlas?- engendra una paciencia inacabable y una aceptación completa.

            No se puede vivir, viendo la trastienda oscura de las personas, sin llegar a realizar que la ignorancia, que la oscuridad es otra presencia de la única luz. Quien ve a alguien con sus defectos, se impacienta y le cuesta aceptarlos, no salió de su propia ignorancia. Hay que ver  sólo la luz, aunque con lugares en los que la luz no es tan intensa, pero sólo es luz.

            Esa es la tarea que no puede ser un logro, sino un don. Pero ni la noción de tarea, ni la de logro, ni la de don son adecuadas para hablar de lo que es unidad sin alteridad ninguna.

            Por consiguiente, en el camino no cabe el cansancio psíquico, -el físico puede caber-, hay que combatirlo para que la oscuridad no tape la luz, porque donde hay lucidez, unidad y amor ¿cómo no va a haber aceptación completa, paz e ilusión por todo y por la tarea?

 
Las formas diversas de la “gran duda”

            ¿No ser nadie ni nada es verdaderamente la luz y la paz?

            Resulta fácil decir que “no soy”, pero en la práctica procuro, con todos los medios a mi alcance, ser. Me engaño a mí mismo pretendiendo ser algo noble.

            Digo que “no soy”, pero no me lo creo, no lo entiendo completamente, porque hago todo lo posible para ser.

            ¿Verdaderamente “no ser” es mi realidad?

            Todo en mí

                       -se opone a eso,

                       -argumenta contra eso,

                       -no quiere sentir eso,

                       -en la práctica actúa en contra de eso.

 No trabajamos lo suficiente para

                       -comprender eso,

                       -sentir eso,

                       -actuar según eso,

                                   -en mi proyecto personal,

                                   -en la sociedad.

            No aprovechamos las ocasiones, damos largas, nos decimos que hay que proceder poco a poco, no fuera que nos desarticulásemos.

 

            Si no soy ¿estoy dispuesto, en toda circunstancia, a sólo dar y no recibir?

            También aquí podría estarse de acuerdo, pero asegurándose unos mínimos holgados.

 

            Si no soy nadie, ni nadie es nada, no importa lo que digan de mí o lo que hagan con respecto a mí.

            Pero nos argumentaremos que eso no es justo.

            -¿He de soportar todas las cabronadas?

            -¿He de soportar el menosprecio?

            -¿He soportar que me utilicen para medrar ellos?

            -¿He de soportar hacer el primo, no 7 veces sino 70 veces 7?

 

            El menosprecio es un medio excelente, el mejor para liberarse de sí.

            Pero ¿quién soporta eso sin verse afectado en lo más hondo, hasta el punto de no poderlo soportar, ni olvidar?

 

            Hay que vivir completamente abandonado con respecto a sí mismo.

            Pero eso es antinatural. Nadie lo hace. Es muy arriesgado. Me mirarán mal. Me menospreciarán.

 

            Desaparecer es la única tarea. No hay otra.

            -Pero hago todo lo posible para permanecer,

            -porque la muerte, vivo, da escalofríos,

            -porque no soportamos estar con la espalda descubierta,

            -porque necesito que me reconozcan,

            -porque necesito no ser invisible,

            -porque resulta muy duro haber trabajado en vano.

 

            Ese vacío absoluto de sí ¿es realmente posible? ¿Es eso lo que hay que hacer? ¿Sin límites? ¿Con muerte incluida y vivida como un bien?

 

            Si en el camino no progreso más es porque está presente la “gran duda”.

            Hay que investigar este asunto.

            Hay que hacer evidente su posibilidad, luego fiarse y verificar

            Hay que eliminar la duda de que el conocimiento conduce.

            Hay que valorar esa posibilidad aunque fuera el único que la intenta.

            Averigua qué te amarra a tu deseo de ser que hace que no te interese con radicalidad sino sólo muy superficial e ineficazmente.

            Averigua y verifica la transformación que los intentos de camino han hecho de ti.

            No preguntes por qué es tan difícil, simplemente hazlo.

 

            Investiga tus expectativas. No debe quedarte ninguna, ni siquiera las expectativas en el camino.

            Sólo es cuestión de morir con toda radicalidad al “sentimiento de ego”.

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